Capítulo 5: la última noche

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Eran dos jóvenes, de no más de veinticinco años, los que entraron a hacerme compañía. Una mujer y un hombre, para ser exactos.
Como decía, no había visto nunca su ropa. No eran los trajes a los que yo estaba acostumbrado, sobre los que me habían escrito y hablado, no era lo que yo había visto. Ni siquiera sabía qué nombre dar a lo que llevaban puesto.
-Llevemos todo esto al salón -dijo él mientras miraba por encima todo lo que había.
-Sí -convino ella-, allí podremos ver qué sirve y qué no.

Poco a poco, limpiaron el desván y nos fueron apilando y colocando con mucho cuidado. Me hicieron sentir, de nuevo, que yo era algo en cierto modo valioso. Me limpiaron el polvo con un pincel muy suave que servía, dijeron, para no hacerme daño, para no borrarme las letras ni desgastar los dibujos.
Ah, no lo dije; yo tenía dibujos.
Me refiero a que, en algunas de mis páginas mi padre había tenido el tino de dibujar escenas o personajes en otros papeles y añadirlos. Era extraño sentir aquello pegado a mí, ya que me completaba y a la vez podía vivir sin ello. Ahora que lo pienso, es bien extraño que yo, un libro, pueda decir que soy capaz de vivir sin algo cuando ni siquiera qué me hace estar vivo.
Al paso de varias horas de limpiarnos y estudiarnos, el joven de pronto abrió mucho los ojos y llamó a su novia -no quedaba otra opción de que fuese su novia, por lo que había podido ver-.
-¡Cariño! -gritó, y ella vino desde la cocina secándose las manos con un trapo- No te vas a creer qué libro tengo entre las manos.
Balanceó un poco el manuscrito que sujetaba -que no era yo-. Ver cómo otro libro le creaba esa sensación me hizo sentir bastante insulso. A mí me había estudiado de los primeros, y yo había sido publicado y ciertamente conocido.
No sé cómo, pero sentí odio y desprecio. Hacia el libro, y hacia el humano.
La chica se acercó moviendo las caderas y no pudo hacer otra cosa que sorprenderse ante tal epifanía.
-¡Orgullo y Prejuicio! -exclamó casi gritando-. ¿¡Pero qué...?!
Se sentó a su lado y él le pasó el manuscrito.
-¡Dios! Quiero decir...-murmuraba asombrada- ¿es original? ¡Imposible, Jane Austen vivía con su hermana y su padre en otra casa! ¿Está la firma, la fecha? Aquí puede verse... -achicó los ojos- 1796-1797.
Entonces, por un par de minutos, ambos quedaron en silencio. Ella leía el libro de forma rápida pero solemne, y él se mantenía sentado en el sofá, con la espalda arqueada y los codos apoyados en las rodillas.
Al rato el chico sacó una cosa de su bolsillo del pantalón. Era fino y negro, empezó a darle toques con los dedos y en unos instantes dijo:
-Eso tiene sentido, según la wikipedia se publicó en 1813. Además he buscado el original pero los originales que aparecen son traducciones...
Ella apartó la vista entonces del libro y lo miró a los ojos.
-Deberíamos seguir mirando esta montaña de papeles -sentenció.
Encontraron más de los que maravillarse, como Drácula de Bram Stoker (1897) y Cumbres Borrascosas de Emily Bruntë (1847).
La verdad, no sabía de qué se sorprendían tanto. Eran libros que yo jamás había escuchado. No podían ser tan conocidos.
Tras unas horas ya habían visto a todos y cada uno de nosotros. A los importantes los habían colocado en un lugar a parte. ¿Qué habían hecho ellos? ¿Por qué se lo merecían? Ojalá fuese capaz de moverme y arrancarles la tapa, romper sus hojas y deshacer sus costuras.
-Tendríamos que llamar a algún museo o algo -dijo entonces el joven, un poco inquieto-. Tendrían que estudiarlos, a lo mejor no son los originales...
-Sí, lo mismo estamos celebrando antes de tiempo...-convino su rubia y delgada novia.
-Mañana llamaremos a algunos, a ver si pueden venir a por ellos.
Y con esta última frase, los dos se pusieron en pie, estiraron sus entumecidas piernas, se abrazaron, apagaron la luz del salón y nos dejaron en aquella casa, a todos nosotros, por una última noche.

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⏰ Última actualización: May 17, 2016 ⏰

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