Soy negrura marchita, unos trazos deformes de aquello que fui. El mismo miedo se esconde en mí. La muerte es mi reino, un feudo putrefacto lleno de mármol derruido y tierra removida, y en ese pálido averno, él es lo único que florece. Crece como el pulgón comiendo las hojas enmarañadas sobre mi lápida carcomida por el tiempo.
Y espero que siga haciéndolo, pues sino los pocos trazos que quedan de él entre mis páginas desaparecerán. Se nota la diferencia, estoy seguro. Al menos yo lo noto. El viejo aprieta demasiado la pluma. Hay que admitir que sabe lo que escribe, pero no cómo lo escribe.
Él, quizá demasiado acostumbrado a las florituras de las palabras hermosas, ha olvidado lo que es dar amor a lo que creas.
Ya no siente nada cuando crea maravillas. No sé si me produce enfado, o más bien pena, verle agachado hacia mí con su frente perlada de sudor y el pulso temblando hasta que apoya sobre mi papel su lustrosa pluma.
Debo admitir que fue asombroso el poco tiempo que tardó en ‹‹corregirme››, aunque yo no lo llamaría así. Apenas unos meses fueron suficiente.
Cuando aquella malicia de mujer entró al desván y le preguntó por la obra, él dijo:
-Se ha inventado la imprenta, sí, hace ya muchos años, pero no para cosas como ésta. Por suerte, ya es algo comestible - y me cerró y acarició como si fuese suyo, ¡suyo! Cuánta repulsión sentí en aquel instante. Al levantarse fue hacia la dama y le informó de cómo repartirían las ganancias de mi publicación. Ella sonrió para mostrar su acuerdo y estrecharon las manos.
-Le veré allí-se despidió de ella, y me llevó con él a la calle.
¡La calle! ¡El exterior! Aquel mundo que tan maravilloso había pensado que sería antes de conocerlo. Aunque he de admitir que había extrañado sentir su presencia casi tanto como la de mi amo. Respiré el aire puro y disfruté el sonido que hacían los adoquines bajo el bastón de aquel viejo...escritor.
El paseo duró menos de lo que me gustaría, en realidad fue tan corto que apenas me dio tiempo a intentar reconocer el sitio en el que estábamos y de pensar en mi padre. ¿Cuánto tiempo hacía que no estaba entre sus tiernas manos? ¿Habría envejecido mucho? ¿Me echaría tan de menos como yo a él? A lo mejor había ido a buscarme pero aquella bruja no le dejaba entrar.
Volviendo al tema; el señor entró en un edificio y cruzó largos pasillos que olían a polvo y humo hasta llegar a una sala muy amplia. Allí había mucha gente, por lo menos una veintena de hombres -sino más- que trabajaban con unas máquinas que nunca antes había visto ni conocía por las letras que me habían formado y reformado.
Eran como mesas grandes con partes metálicas. Ponían papel -y a veces otras cosas, como tela- bajo las zonas de metal y luego, con un fuerte golpe, el metal bajaba. Al levantarse podía ver que el metal hacía dibujos y letras en lo que se usaba como lienzo, así que supuse que aquello debía ser algún taller de artistas que hacían dibujos o algo por el estilo. Poco me duró el engaño.
El viejo fue directo a una de aquellas máquinas y me abrió sobre la mesa por la primera página. Colocó unas letras en la parte de metal y las untó de tinta. Puso con esmero un papel y aplastó el metal. Después cogió el papel y lo comparó conmigo. Y así fue como, horrorizado, comprobé que ya no era único y especial. Iban a hacer otro como yo, y otro, y después otro más, y no podía hacer nada; ni gritar, ni enfadarme, o pegarle.
Ni siquiera llorar, porque se suponía que yo no tenía vida.
Y entonces me lo pregunté por primera vez: ¿mi vida...era un error?
![](https://img.wattpad.com/cover/59604544-288-k411194.jpg)
ESTÁS LEYENDO
Memorias de un Libro
General Fiction¿Crees que ser libro es fácil? Solo somos objetos, ¿verdad? Dame un respiro, vivo bajo la carga de tener que entretenerte, con la obligación de hacerte llorar, reír, emocionarte y, lo más difícil de todo, conseguir que evadas la realidad y te pierda...