Calor intenso

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Una suave brisa ardiente recorría los alrededores del Reino de Fuego. Esta, también impactó contra su rostro, despertándolo, confundiéndolo, mientras desconfiaba de su mente, que le hacía mezclar la realidad con los sueños. Ryan intentó abrir los ojos. Sus párpados parecían pesar tanto como el hierro. Llevó sus manos a los ojos y se dio cuenta de que estaban empapados en lágrimas. Esto le hizo recordar el por qué y golpeó repetidamente su frente con una de sus manos.

"¡Idiota! ¡Idiota! ¡Idiota!" Se repetía de forma continua, como si así su dolor fuera a menguar. Nada más lejos de la realidad.

Permaneció sentado durante un tiempo, con la mirada perdida y fija en el suelo. Era ajeno a todo lo que pasaba a su alrededor. No le importaba nada, hasta que un grito le devolvió al mundo real. De inmediato, se levantó y dirigió su mirada a todas las direcciones. Sin embargo, no encontraba respuesta.

Decidió volver a su sitio, pero estaba intranquilo. Había algo que le parecía extraño, aunque decidió apartar estos pensamientos de su mente.

"Solo estoy asustado porque es la primera vez que paso la noche fuera de casa". Intentó tranquilizarse, aunque tampoco estaba preparado para volver. ¿Cómo explicaría su actitud?

Después de tanto pensar se levantó y paseó por el árido paisaje que rodeaba al río de lava. El "bosque" estaba formado por árboles altos y secos. Jamás se había visto en ellos una sola hoja. Fue entonces cuando, a lo lejos, vislumbró una especie de bulto blanco que se movía levemente. Echó a correr tan rápido como pudo. Ignoró las ramas secas que arañaban su piel, las zarzas que crecían en el suelo que se clavaban en sus zapatos. Lo único que le importaba era llegar hasta su objetivo.

Esperaba que fuese una especie de animal extraño, medio muerto, que le sirviese de alimento. Pero cuál fue su sorpresa cuando se encontró con una chica. Podría tener unos diecisiete años. Tenía el cabello rubio, casi blanco y su piel también era blanca, como sus ropajes. Estaba temblando. Parecía que cada segundo que pasaba en aquel lugar le hacía daño.

- Hola - se atrevió a decir Ryan.

Recibió como respuesta un leve quejido tan suave que parecía el ronroneo de un gato.

- ¿Te... te encuentras bien? - le preguntó, agarrándole una de sus pequeñas y blancas manos. La chica se quejaba y se retorcía de dolor. Ryan soltó inmediatamente su mano. Era tan fría como el hielo. Observó que le había dejado una marca roja como la sangre. Así se dio cuenta de que su piel era un arma mortal para esa chica.

Entonces se le ocurrió una idea: se quitó rápidamente la chaqueta que llevaba puesta, cogió a la chica sin tocar su piel y la envolvió en la chaqueta. Lo único que sabía era que tenía que salvar a esa joven a toda costa.

Cargó con ella en brazos hasta el pueblo. Era muy temprano por la mañana, así que no había nadie por las calles. Iba con mucha cautela. Temía que alguien lo viera, caminaba rápido y sin pausa. Pensó dónde la llevaría: podría ir a su casa, pero la herrería era el lugar más caluroso del pueblo. Además, no confiaba en su padre. Pero, de repente, se acordó de ella: Tamara. Era aprendiz de enfermera y el amor de su vida. Sentía que podría ayudar a la muchacha y que, de algún modo, podría solucionar aquello que pasó por la noche.

Llamó suavemente a la puerta con sus nudillos. No quería que su padre se despertase, si se percatase de su presencia tal vez le expulsara de su casa. Tamara abrió la puerta, pero su rostro no era precisamente de alegría:

- Pero, ¿qué estás haciendo tú aquí? Sinvergüen...- ella estaba muy enfadada con él, y Ryan le tapó la boca antes de que terminara de decir aquel insulto contra él.

Los Cuatro ReinosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora