Capítulo 1. Prólogo.

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- Qué vistas, ¿eh?
- ¡Ni que lo digas! ¿Qué habrá más allá de esas montañas?
Al sur de Pueblo se levantaba una cordillera enorme, casi el único obstáculo que la vista encontraba desde lo alto del faro. Willy y Vegetta miraban desde allí el horizonte, explorando con la mirada todo lo que había alrededor de la inmensa ciudad que habían construido: lo que iba a ser una casa se fue convirtiendo en algo mucho más grande, un lugar en el que cada uno tenía su tarea y todo funcionaba, la mayor parte del tiempo, con la precisión de un reloj. Desde el faro se podía ver todo: los almacenes, la sala de alquimia, las calles y puentes que conectaban todas las casas que habían ido naciendo alrededor de su proyecto de aldea.
Willy y Vegetta sabían que no todo el mérito era suyo: habían plantado la semilla, pero gracias a toda la gente que los había seguido y había confiado en ellos, Pueblo era el lugar pacífico y seguro en el que se habían convertido. Eran un símbolo: gracias a ellos habían llegado la paz, y de sus aventuras no solo hablaban sus vecinos, sino también gente de muy lejos; de lugares que se podían ver desde el faro, pero también de otros de más allá de los mares. Apoyados en lo alto, los amigos vieron a dos niños que jugaban despreocupados, imaginando que eran por un momento los héroes del Pueblo: vestido con una armadura púrpura y blanca y con un cristal polarizado en un ojo, una reproducción casera de la indumentaria de Vegetta, uno de ellos recorría a socorrer el otro, rodeado por un grupo de perros que jugaban a su alrededor, animados por el movimiento del palo que hacía las veces de espada en la fantasía de los niños. La chaqueta y la boina verdes del imitador de Willy eran varios talles más grandes de la cuenta; un paso en falso le llevó a tropezar con su amigo, y el rescate terminó con los dos en el suelo y el grupo de perros saltando a su alrededor y lamiéndoles la cara, como animando a que el juego siguiera. Vegetta y Willy, desde el faro, rieron al ver la escena: no había tanta diferencia entre la alegría de aquellos niños que jugaban y lo que ellos habían sentido mientras construían Pueblo.
Aquellos niños que jugaban eran una buena prueba de que la paz era estable. Vegetta y Willy recordaron la batalla contra el dragón, que había puesto punto final a los peligros para sus vecinos y amigos. Hacía meses que no se colaban monstruos en la sala de máquinas; los almacenes eran seguros y todos los portales hacia las mazmorras y aldeas que habían descubierto en sus viajes, ya inactivos, solo servían de recuerdo del largo camino que habían recorrido hasta derrotar a aquel dragón, que resultó ser la fuente de todos los problemas de Pueblo; cuando regresaron después de luchar contra la bestia, ya se notaba en el ambiente que algo había cambiado, que les esperaban tiempos prósperos.
- Quién nos iba a decir que conseguiríamos llegar a este punto.
- ¿Verdad? Mira, parece que están empezando a preparar el festín de mañana.
Varios vecinos recogían la siembra en la que Willy y Vegetta habían invertido tanto esfuerzo. Más ahora que antes: la paz les había dado ocasión para dedicar más tiempo a los cultivos, y eran habituales las comilonas con las que todos los habitantes de Pueblo celebraban los nuevos tiempos. La recolección significaba una cosa: al día siguiente, Vegetta y Willy saldrían a explorar los alrededores para replantar los alimentos y que el cielo comenzará de nuevo. Cultivar, recoger, festín; así habían sido las cosas los últimos meses.
- ¿Dónde podríamos ir mañana a buscar semillas?
- Estaría bien hacer algo distinto, por variar.
Cultivar, recoger, festín.
A veces, mientras salían a los bosques cercanos en busca de alimentos para Pueblo, Willy y Vegetta se quedaban callados y exploraban en silencio. Eso quería decir que estaban pensando, generalmente, en el dragón. En el combate feroz, la magia, el peligro. Había un enorme clavado en su memoria: el lo alto de una gigantesca columna que se erigía en la guardia del dragón, ya a punto de caer rendido tras la intensa batalla, Willy le lanzó a Vegetta una de sus pistolas de burbujas, y uniendo sus fuerzas lograron acabar con su enemigo, que se deshizo con un fogonazo de luz que iluminó la caverna. Una de las cosas mas magníficas de la magia: una pistola de burbujas puede acabar hasta con el dragón más temible, siempre y cuando la magia esté de tu lado.
Cultivar, recoger, festín.
A su regreso a Pueblo, todos celebraron la buena noticia: la muerte de aquel monstruo aseguraba una época mejor, una nueva era en la que la vida no estuviera constantemente interrumpida por las visitas inesperadas de los esbirros del dragón.
Cultivar, recoger, festín.
- Va siendo hora de bajar -dijo Willy.
- Sí, eso parece -respondió Vegetta-. Pensemos en cómo lo haremos mañana y vayamos a dormir.
Cuando bajaron del faro, los dos niños disfrazados seguían jugando con los perros, como si compitieran por ver quién aguantaba más tiempo sin cansarse.

WIGETTA | Un Viaje MágicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora