No era habitual que Vegetta y Willy estuvieran ocupados que apenas tuvieran tiempo de saludarse y poco más, pero aquel día tenían mucho que hacer: nada más despertarse, habían salido en busca de semillas para el huerto que estaban plantando en su casa. La paz reinaba en Pueblo. Vegetta y Willy habían decidido explorar por separado, con la esperanza de encontrar lo que querían más rápido; después de prepararse para el trabajo y separar a Trotuman y Vakypandy, que estaban peleándose otra vez, se habían despedido y habían saludo a explorar los bosques cercanos.
Era una mañana especialmente tranquila. Demasiado tranquila, pensó Vegetta: después de un rato tomando los materiales que iba buscando, su mochila estaba llena. Nada ni nadie se había cruzado en su camino; a pesar de que hacía tiempo que Pueblo era un lugar pacífico, no era normal que los bosques de los alrededores estuvieran tan vacíos, tan silenciosos. La mochila empezaba a pesar; Vegetta decidió descansar un rato y reponer fuerzas. Se hizo una silla y se sentó a comer algo. El silencio era absoluto. ¿Qué estaba pasando? Mientras comía, Vegetta se entretenía como podía, mirando alrededor e intentando encontrar alguna señal de vida, alguna prueba de que alguien había pasado por ese bosque antes. Cualquier cosa, en realidad: mientras llevaba la vista de un lugar a otro, se paraba a buscar formas reconocibles y parecidos en las cortezas de los árboles y en las islas de hierba que crecían aquí y allá. Echaba de menos las aventuras.
De pronto, Vegetta creyó ver algo por el rabillo del ojo. Algo que se movía a lo lejos, entre la vegetación. Se subió a la silla para intentar ver mejor. ¿Le estaba jugando una mala pasada su cabeza, y en realidad no había nada? ¿Eran sus ganas de vivir las que, por fin, le daban algo de emoción, haciéndolo ver cosas que no existían? De pronto lo tuvo claro: algo se movió entre unos árboles, pero el bosque era demasiado frondoso como para identificarlo desde tan lejos. Los árboles se elevaban hacia el cielo casi más de lo que la vista podía alcanzar; la luz del sol llegaba filtrada por las ramas y las hojas, como si los árboles estuvieran escondiendo algo bajo sus espesas copas. Vegetta fijó la vista en la zona en la que algo se había movido.
- ¿Vicente?
A lo lejos, un caballo blanco caminaba despreocupado, ajeno a la presencia de Vegetta.
- ¡Vicente! -gritó Vegetta, con esperanza de poder llamar su atención.
El caballo blanco se giró y miró en l dirección de Vegetta, que empezó a mover los brazos y saltar, lleno de una mezcla de alegría y sorpresa: el último lugar en el que esperaba encontrar a Vicente, el caballo con en que tantas cosas había vivido, era en ese bosque en el que parecía no haber nadie. <<¡Vicente!>>, gritó de nuevo. El caballo no se movía; solo miraba fijamente a Vegetta, que decidió acercarse, repentinamente animado por el recuerdo de esas aventuras que tanto echaba de menos, aunque nunca de lo hubiera dicho a Willy. Las cosas iban bien: desde que la paz había llegado a Pueblo, habían podido dedicarse a los experimentos, a crear huertos y casas, a pasar tiempo con sus mascotas. A Vegetta le costaba no sentir algo de nostalgia por los tiempos en los que no todo era tan pacífico, sin embargo; por las noches, cuando el insomnio no le permitía dormir hasta altas horas de la madrugada, pensaba en todo lo que Willy y él habían vivido, y esperaba que Willy también echara de menos viajar lejos, explorar tierras desconocidas, conocer cosas nuevas.
Cuando ya estaba cerca de él, el caballo blanco se asustó y echó a correr. Vegetta se sorprendió y salió corriendo detrás de él. Pronto se dio cuenta de que no podía seguirle el ritmo: seguía corriendo y esquivando árboles y arbustos, pero el caballo iba mucho más rápido. No podía rendirse: no tan pronto, no cuando estaba tan cerca de una posible vivencia. Corrió tanto como podía. Casi sin aliento, Vegetta enfiló el mismo camino por el que había ido Vicente; a los lados, los árboles formaban un pasillo perfecto, colocados de manera simétrica, como si alguien los hubiera puesto así a propósito. No podía parar de correr; el pasillo continuaba y Vicente seguía trotando, cada vez más lejos. De pronto, el caballo desapareció, como si se lo hubiera tragado la tierra. Vegetta dio un salto, sorprendido, pero siguió avanzando hasta que llegó al final del camino. Había un agujero muy profundo en el suelo, abajo estaba el caballo blanco, tan lejos que apenas era un punto blanco en medio de la oscuridad.
- ¡Vicente! - gritó Vegetta aterrorizado por lo que le pudiera haber pasado a su caballo.
Cuando levanto la vista del agujero, se encontró con un desierto tan extenso que llegaba hasta el horizonte. No podía creer lo que estaba viendo; frente a él, esparcidos por la arena infinita, docenas de caballos blancos actuaban como si no lo hubieran visto o escuchado. Algo estaba mal: un caballo caminaba por el aire, levitando a varios centímetros del suelo; otro parecía estar comiendo algo, pero tenía la cabeza incrustada en el suelo; otro cabalgaba sin moverse del lugar, como retenido por una pared invisible. Dos caballos se chocaban entre sí, con la cabeza de uno atascada en el cuerpo del otro, como si lo estuviera atravesando de alguna forma mágica. Otro destacaba porque no era exactamente igual que los demás: aunque era blanco y se parecía mucho al resto, su cara era diferente.
¡Qué cara más rara! A lo lejos, vio Vegetta a Willy, que saltaba para llamar su atención. Willy se teletransporto al lado del agujero donde estaba Vicente. <<¿Cómo ha hecho eso?>>, pensó Vegetta.
- ¿Qué haces aquí? -le preguntó a Willy.
- Perdona, el agujero lo hice yo, estaba buscando una mina -respondió tranquilo-. He visto que Vicente se ha caído dentro.
- ¡¿Y qué vamos a hacer para sacarlo de ahí?! -dijo Vegetta preocupado. Al fondo, un caballo se paseaba tranquilamente... Con las patas apuntando hacia arriba, deslizando el lomo por el suelo-. ¡Vamos! ¿Has visto eso? -exclamó tomando a Willy del hombro y señalándole al caballo.
- ¿Qué pasa?
- ¡El caballo! ¡Está al revés! ¿No lo ves?
- ¿Qué pasa? -repitió Willy.
Antes de poder decir nada, Vegetta miró a su alrededor. No había nadie. Todo estaba oscuro. Vegetta miró hacia arriba: estaba en un agujero muy profundo; a lo alto se podía ver en cielo, y un rayo de luz débil entraba al hoyo. Willy asomó la cabeza.
- ¡Perdona, en agujero lo hice yo, estaba buscando una mina! -gritó desde arriba, y el coco de la voz rebotó en las paredes hasta llegar a Vegetta.
Cuando iba a gritar que bajara y lo ayudara a salir; Vegetta notó que había alguien al lado. Giró la cabeza y se topó con una cara enorme a un par de centímetros de la suya. La oscuridad no le permitía ver bien; enfocó la mirada para intentar acostumbrarse a la oscuridad. Era Vicente, que se acercó un poco y le lamió ka cara a Vegetta con su lengua enorme.
- ¡Qué asco! -dijo.
De pronto, un fogonazo de luz le dio en la cara.
{***}
- ¡Hey, despierta, que se va a hacer tarde! -escuchó Vegetta. Era la voz de Willy.
Cuando abrió los ojos, vio a Vakypandy lamiéndole la cara.
- ¿Qué hora es? -preguntó mientras apartaba a Vakypandy.
La luz que entraba por las ventanas dejaba claro que el día había comenzado hacía un esto.
- Tarde -respondió Willy, que estaba tomando cosas de los cofres que tenían en su casa-. Tenemos que salir a recoger semillas, ¿te acuerdas? Los hablamos ayer. ¡Trotuman! ¡Vakypandy! -gritó, apartando a las mascotas, que estaban peleándose otra vez.
<<Todo esto me suena -pensó Vegetta-. Debe haber sido una pesadilla>>.
- Llevo TNT y mi espada, por si acaso -dijo Willy-. No es mala idea que traigas tu arco. Como nos vamos a separar para explorar los alrededores más rápido, es mejor que vayamos separados.
- ¿El TNT es para las arañas? -preguntó Vegetta sonriendo.
- LOL, no -respondió Willy imitando la voz de Vegetta. Los dos se echaron a reír a carcajadas.
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WIGETTA | Un Viaje Mágico
FanfictionEl libro de Vegetta777 y Willyrex. WIGETTA Un viaje mágico.