Academia de Cazadores de Sombras, 1899

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James Herondale se dijo a sí mismo que se sentía enfermo sólo por el traqueteo del carruaje. Realmente estaba muy emocionado por ir a la escuela.

Padre había tomado prestado el nuevo carruaje del tío Gabriel para que pudiera llevar a James desde Alicante a la Academia, solo a los dos.

Padre no había preguntado si podía tomar prestado el carruaje del tío Gabriel.

-No estés tan serio, Jamie -dijo padre, murmurando una palabra galesa a los caballos que los hizo trotar más rápido-. Gabriel querría que tengamos el carruaje. Es todo entre familia.

-El tío Gabriel mencionó ayer por la noche que recientemente había tenido que pintar el carruaje. Muchas veces. Y ha amenazado con llamar a la policía y arrestarte -dijo James-, muchas veces.

-Gabriel parará de quejarse por ello en unos pocos años. -Padre guiñó un ojo azul hacia James-. Porque todos estaremos conduciendo automóviles para entonces.

-Madre dice que nunca podrás conducir un automóvil -dijo James-. Nos hizo prometer a mí y a Lucie que si alguna vez lo hacías, no nos subiríamos.

-Tu madre sólo estaba bromeando. James sacudió la cabeza.

-Nos hizo jurar por el Ángel.

Sonrió hacia su padre. Padre le sacudió la cabeza a Jamie, el viento enredando su cabello negro. Madre decía que padre y Jamie tenía el mismo cabello, pero Jamie sabía que su propio cabello siempre estaba desordenado. Había oído a la gente llamar al cabello de su padre rebelde, lo que significaba estar desordenado con carisma.

El primer día de clases no era un buen día para James para estar pensando en cuán diferente era de su padre.

Durante su viaje desde Alicante, varias personas los detuvieron en el camino, llamando con la exclamación habitual: "¡Oh, señor Herondale!".

Las damas Cazadoras de Sombras de muchas edades le decían eso a su padre: tres palabras que eran suspiros y llamados. Otras veces padre era llamado "señor" sin el prefijo "Oh".

Con un padre tan notable, la gente tendía a buscar un hijo que sería tal vez una estrella menor al abrasador sol de Will Herondale, pero aun así alguien brillante. Siempre fueron muy sutiles pero inequívocamente decepcionados al ver a James, quien no era muy notable en absoluto.

James recordaba un incidente que hizo la diferencia entre él y su padre crudamente evidente. Eran siempre los momentos más pequeños que volvían a James en medio de la noche y lo mortificaban al máximo, como si siempre fueran cortes casi invisibles que se mantenían escociendo.

Una señora mundana había vagado hacia ellos en la librería Hatchards en Londres. Hatchards era la librería más bonita de la ciudad, pensó James, con su madera oscura y frente de cristal, lo que hacía que la tienda entera luciera solemne y especial, y sus rincones secretos y escondites donde se podía leer un libro y estar bastante tranquilo. La familia de James a menudo iba junta a Hatchards, pero cuando James y su padre iban solos, las mujeres muy frecuentemente encontraban una razón para pasear hacia ellos y entablar una conversación.

Padre le dijo a la señora que pasaba sus días cazando malas y primeras ediciones raras. Padre siempre podía encontrar algo que decirle a la gente, siempre podía hacerlos reír. Parecía un extraño, maravilloso poder para James, tan imposible de lograr, como sería para él cambiar de forma como un hombre lobo.

James no se preocupaba por las mujeres que se acercaban a padre. Padre ni una sola vez miraba a cualquier mujer en la manera en que miraba a madre, con alegría y agradecimiento, como si fuera un deseo viviente, hacho más allá de toda esperanza.

Nada más que Sombras (4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora