Prólogo.

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Nada, absolutamente nada de lo que cuento, digo o hago, tiene algún tipo de relevancia. Todo lo que pienso carece de ningún tipo de interés, y aunque tiempo atrás esto me disgustaba, he llegado a la simple y potencial conclusión de que ni siquiera me importa, nada de mí me importa. Quiero decir, no soy nadie, nunca lo he sido, no pretendo serlo, y he asumido que nunca lo seré, por lo tanto, ¿a quién le importa algo de lo que pasa por mi cabeza? A nadie.

Hay algo que me produce angustia. El tiempo. Todo lo que hacemos queda atrás en el tiempo, nuestras palabras, ideas, acciones o pensamientos, no se trata de recordar, se trata de que todo nace y muere en el tiempo, independientemente de quiénes seamos y qué hagamos, porque instantáneamente todo lo que hacemos, ya forma parte del pasado. Nada es eterno, absolutamente nada. Puedo pasar horas pensando en mis tonterías. Si a nadie le importa lo que pienso, ¿a quién sino a mí le corresponde pensar en todas las cosas que hay dentro de mí?

No podemos hacer nada para cambiar el pasado, por lo tanto, no sirve de nada arrepentirse de nuestras acciones, nunca jamás debes llevar el peso de tus errores, pero sí aprender y ser consciente de ellos. Ni siquiera sé por qué escribo esto, realmente, no el del interés de nadie, y como ya he dicho, todo lo que digo carece de relevancia, tanto el propio texto, como lo que voy a contar. Quizás porque no soy nadie. Creo que no está mal hacer una pequeña introducción sobre la clase de cosas que hay en mi cabeza, soy una paranoia constante, por lo que no está mal hacerse una mínima idea de la clase de persona que soy. Ni siquiera se me da bien hablar sobre mis propios sentimientos, no sé expresarme sin pensar que dos de cada tres cosas que digo, están mal.



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