Antes de nada, si realmente tienes algún tipo de interés en lo que un adolescente, que no tiene más que un caos en su cabeza, pueda contar, quiero presentarme. Mi nombre es Holden, tengo 17 años, padezco insomnio, y estoy completamente perdido en la vida. Juro que no entiendo nada, y aunque lo intentase con todas mis fuerzas, no tendría nada claro. Eso es prácticamente todo sobre mí, soy demasiado sencillo, o al menos eso creo. Realmente no estoy seguro. No moriré por el alcohol, ni las drogas me matarán, y si hay algo que tengo claro, es que ninguno de los dos han causado tantas muertes como muertos en vida ha creado el amor. Y ahí me encuentro yo, en ese momento de tristeza en el que te das cuenta de que has sido destinado a una muerte en vida y que no tienes ningún tipo de solución.
En fin, ahí estaba yo, borracho y sin dinero, tirado en la calle, eran las dos de la madrugada, llovía, estaba empapado y tenía el peor aspecto posible. Joder, qué frío hace en esta ciudad.Invierno. Me encanta el invierno, la lluvia, y el maldito frío que te llega a los huesos y hace que tengas la sensación de estar muerto. Aunque me estaba helando, no tenía ni la más mínima intención de moverme, o de hacer algo por cambiar mi situación. Sólo las personas que han vivido en sí mismos una depresión son conscientes de lo paralizante que puede llegar a ser. De todas formas, ya estaba muerto. ¿Qué hace un adolescente de diecisiete años tirado en la calle y en esas condiciones? Yo tampoco lo entendía demasiado bien. Unas horas antes había estado con mi familia, en casa, y, sinceramente, prefería mi actual situación a seguir en esa casa de locos. Nunca me había llevado bien con mis padres, pero de verdad, no soportaba su forma de denigrarme y hacerme sentir la clase de hijo que ningún padre quiere tener. He tenido problemas en casa desde los doce años, cuando empecé el deprimente instituto, aunque antes de los doce tampoco recibí ningún tipo de atención, no sé qué esperaban que pasase, pero es complicado que te quiera un hijo que prácticamente se ha criado a sí mismo. Supongo que nada va a cambiar, así que puede que ni siquiera merezca la pena preocuparse, simplemente llegará un día en el que pueda escapar de esa casa y no tener que ver la cara de ninguno de aquellos miserables nunca más.
El panorama resultaba de lo más deprimente. Además de que mi aspecto dejaba mucho que desear, daba pena verme en el suelo, apoyado contra la pared, y con mis cosas tiradas a mi alrededor. Las pocas personas que pasaban por la calle simplemente cambiaban de acera al verme, o pasaban rápido, quizás por mi aspecto, quizás por la lluvia. Recuerdo pensar en ella. En Mel. Y de repente aquel muerto en vida que parecía no tener ninguna posibilidad de moverse empezó a recoger sus cosas rápidamente. Necesitaba verla. En ese momento no había otra cosa en mi cabeza que no fuese Mel. Su olor, su mirada, joder, dónde estaría en ese momento. Me levanté como pude y pensé dónde podía estar. Tal vez en la discoteca del centro. Pero una discoteca de las de verdad, en las que uno puede escuchar el tipo de música que realmente le gusta. Antes siquiera de haber terminado de pensar hacia dónde me dirigía, ya estaba caminando. Irracional. No era la primera vez que sentía la necesidad de verla de forma inmediata. Necesitaba verla, hablar con ella, que me mirase, saber qué estaba haciendo. Odiaba que no me mirase.
Haciendo un esfuerzo para no tropezarme con todo lo que había en mi camino, llegué. Apenas diez minutos más tarde estaba en la calle de la discoteca. La vi. Allí estaba. Se me paró el corazón, durante varios segundos volví a estar muerto. Me dio miedo haber tenido ese instinto para adivinar dónde se encontraba, pero apenas pude sentirlo, en ese momento estaba demasiado perjudicado para pensar en algo que no fuese ella. Vi cómo entraba en la discoteca con más gente. Necesitaba oír su voz, lo necesitaba, y caminé decidido, calle arriba, hacia la puerta del local, para hablar con ella.