Desde el baúl de los juguetes

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Andrés y Bartolomé caminaban por el barrio disfrutando de la sombra de los naranjos. De pronto, escucharon unos gritos y vieron a un lagarto bípedo atacando el centro comercial. Desde donde estaban se veía grande, pero si tomaban en cuenta la distancia que los separaba del centro, debía ser gigante. Andrés y Bartolomé se miraron y asintieron. Fueron hasta un callejón para alejarse de la gente alarmada. Una espiral multicolor los envolvió de la coronilla a los pies, transformándolos.

Los Existentes salieron del callejón, corriendo hacia la criatura furiosa. Unos cubos transparentes brillaban en las manos de Poropou y unas piezas de rompecabezas rojas fulguraban en las de Barabau. Estaban listos para enfrentar al monstruo.


***


En una de las torres del Castillo Naranja, Globeley y Osiña esperaban sentadas entre las almenas. A un costado, amontonados, había tres guardias sirvientes atados con guirnaldas, embadurnados en repostería e inconscientes. De la mochila osito a los pies de Osiña asomaba el mango de un garrote amarillo con estrellas azules. Mirando a su creadora estaban la jirafa, el oso y el perro de felpa, con parches nuevos.

—Estoy segura de que se fueron a través del espejo —dijo Osiña, mientras terminaba de coser un parche al conejo que descansaba en su regazo.

—Estaba sellado cuando llegamos. No podemos ir tras ellos —dijo Globeley.

—Ya sé. —Osiña acarició a su peluche.

—Tenemos que regresar a la Tierra —suspiró Globeley mirándose los pies que le colgaban sin llegar al piso.

—¿Estás segura de que fueron hasta allí?

Globeley se encogió de hombros.

—Ustedes se quedarán —dijo Cumapleños, arrojando a un guardia sirviente desmayado y atado a través de la abertura de la puerta. Lo arrastró hacia donde estaban sus compañeros—. Nosotros iremos a buscarlos.

Antes de que las chicas comenzaran a protestar, Golosín las interrumpió:

—Alguien tiene que quedarse a cuidar el castillo. Debemos asegurarnos de que no dejamos ningún enemigo suelto.

—Cero, Uno, Dos, Tres... —contó Osiña—. Si Golosín era Cinco, me parece que falta uno de los guardias sirvientes.

Escucharon un zumbido y al unísono, los cuatro Existentes y los peluches se arrojaron al suelo esquivando el rayo del láser que cargaba Cuatro. Globeley apuntó con su cayado:

¡Globis transmutatio!

El arma se volvió un globo y estalló. Cumapleños apuntó su cetro al Existente oscuro y surgieron unas guirnaldas multicolores ultra resistentes que lo ataron. Lo último que vio Cuatro fue el garrote amarillo con estrellas azules de Osiña descendiendo hacia su cabeza.

Los cuatro Existentes contemplaron el paisaje más allá del Castillo Naranja. El suelo seco, negro y rajado tenía algunas plantas sombrías y cascotes desperdigados. Más allá, el estropeado camino multicolor volvía a la vida entre una vegetación plena y radiante.

—¡Miren! —gritó Globeley, señalando hacia el cielo.

Contuvieron la respiración al ver un portal a través del cual algo caía hacia su mundo. Las nubes oscuras desaparecieron en un segundo.

—¡Chicos! —gritó Osiña, al notar cómo el suelo era cubierto por un fulgor de piezas y garabatos que lo volvían un hermoso jardín.

La bola de luz plateada y roja se acercaba escupiendo destellos que dibujaban lagartos y piezas de rompecabezas. Un fulgor carmesí golpeó las espaldas de los cuatro Existentes, que giraron alarmados hacia los guardias sirvientes. Cabello verde, cabello rosa, un yoyó, una pelota de plástico, capas. Ahora eran cinco personajes con pelo de colores, ropa extravagante y poderes ocultos.

Globeley se volvió hacia el paisaje y gritó. El resto de los Existentes la imitaron, justo para ver a Poropou y Barabau cayendo tomados de las manos, cada vez más cerca, envueltos en una esfera de energía roja y plateada que vibraba cambiando de color. Antes de tocar el suelo, ambos Existentes se desvanecieron en una explosión violeta.

Andrés leyó la última frase de Los Existentes. Por fin estaba conforme con su historia. Sonrió y dio la orden de imprimir. Se reclinó sobre el asiento y dio una mirada al departamento. En una pared había dos cuadros hechos con rompecabezas armados; uno era la foto de un castillo, el otro mostraba dos piezas de ajedrez: un caballo negro y otro blanco. En la otra pared había dibujos de superhéroes, lagartos gigantes y paisajes con caminos multicolores. A un lado de la computadora estaba el gigantesco baúl de madera donde él y su hermano guardaban los juguetes viejos. Bartolomé entró al departamento y lo saludó.

—¿Puedo verlo?

Andrés le alcanzó el manuscrito que tenía en las manos. Bartolomé sonrió.

—¿Poropou? ¿Barabau? ¿No jugábamos a eso cuando éramos chicos?

—Sí. Pensé que podía ser una buena historia.

—Yo era el malo, ¿no? —Bartolomé se rio.

—Después te volvías bueno.

Cuando Bartolomé estaba por contestarle, lo interrumpió un golpe. Andrés se estremeció. Parecía haber salido del baúl. Quisieron no darle importancia, pero volvieron a escucharlo. El baúl comenzó a sacudirse, recibiendo un golpe tras otro.

—¡Poropou! ¡Barabau! —gritaron unas voces, casi sofocadas.

Andrés y Bartolomé se miraron, y algo comenzó a abrirse paso desde el fondo de sus mentes.

—¡Abran! —gritó una nueva voz, desde el interior del baúl.

Andrés tomó el manuscrito de las manos de Bartolomé y lo dejó a un lado del monitor. Los hermanos se colocaron frente al baúl que insistía con los golpes y las voces. Andrés giró la llave dos veces y la tapa salió impulsada hacia atrás. Entre dinosaurios, muñecos y autos de plástico emergieron Globeley, Osiña, Cumapleños y Golosín.

—Esta vez fue difícil encontrarlos —suspiró la rubia.

—Dicen que ahora eres bueno —expuso Osiña, mirando a Bartolomé de brazos cruzados—. Tendremos que comprobarlo.

Andrés y Bartolomé los observaron boquiabiertos.

—¿No me digan que todavía siguen creyendo en esto? —preguntó Golosín con una sonrisa incrédula, haciendo un gesto que abarcaba el lugar.

—Vengan —dijo Globeley, tomando a Andrés de las manos.

Golosín hizo lo mismo con Bartolomé. En un segundo, una pequeña explosión cambió sus ropas: Andrés y Bartolomé volvieron a ser Poropou y Barabau.

—Volvamos a casa —dijo Globeley y todos desaparecieron, zambulléndose en el baúl de los juguetes.

Los ExistentesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora