Juicio

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¿Alguna vez han muerto? ¿No? Pues no es tan doloroso, es parecido a quedarse dormido. Yo morí. Claro, cualquiera lo haría si se clava una daga en el único lugar vulnerable de su cuerpo maldito. Al menos Cronos se fue.

De pronto me encontré frente a una sala de espera, de esas parecidas a la de los hospitales. No supe cómo llegué aquí, sólo me encontraba sentado junto a un montón de muertos que no hablaban. ¡Por los dioses! ¿Acaso no se aburrían? Porque yo sí.

-¿Crees que tarden mucho? –pregunté a un joven sentado junto a mí. Tenía una horrible herida en su cráneo. Goteaba una especie de sangre que nunca llegaba al suelo, sólo a su blanquecina ropa. Me miró como si nunca lo hubiera hecho. Abrió la boca como niño obeso mirando la televisión. -¿Acaso nunca habías visto a un chico tan apuesto? –su herida me intrigó, ¿así se veía la mía? Observé mi axila y así era, parecía una pequeña abertura, aunque no goteaba. Al tocarla, me pareció que estaba metiendo la mano en gelatina. Era algo extraño, ni siquiera sentía nada.

Entonces los muertitos estos, comenzaron a acercarse a mí. Veían diversión en mi cara y que podía hablar. Pobres, quizás ya hasta habían olvidado cómo se llamaban. Así que decidí divertirlos.

-¿Qué le dijo un zombi a otro zombi? –alcé ambas cejas en forma de pregunta. -¡Échame una mano! –emití una carcajada y seguro que si ellos pudiesen reír, estarían tirados de la risa.

-¿QUÉ SUCEDE AQUÍ? –se escuchó a un tipo con acento británico gritar. -¿POR QUÉ TANTO ALBOROTO? –llegó dando grandes pasos un hombre alto y elegante, con piel color chocolate y cabello teñido de rubio cortado al estilo militar. Llevaba un par de gafas de sol de carey, y un traje de seda italiana a juego con su cabello, y también lucía una rosa negra en la solapa, junto con una tarjeta de identificación con su nombre. Tuve que alzar el cuello para leer, casi me caigo del asiento. Los muertos corrieron de ahí como si les hubieran sorprendido en algún delito.

-Señor Caronte, -le dediqué una sonrisa educada y estiré mi mano para saludarlo. –Es un placer conocerle, ¿cómo se encuentra usted?

Me miró extrañado, evaluando mi mano y luego toda mi persona. Retiré mi saludo antes de que me lanzara un rayo o algo. Sus gafas me impedían saber cuál era su reacción ante mi. Se dio cuenta de inmediato de que yo no era un simple mortal, suspiró después de un rato y se giró sobre sus pasos.

-Sígueme, Luke Castellan, -ni tarde ni perezoso, me encontré tratando de seguir sus pasos. Casi me pongo a silbar, pero reprimí esos impulsos. Llegamos a una especie de vestíbulo, vaya que ese lugar era grande. Había un recibidor cubierto de papeles, donde de inmediato el dios se puso detrás y comenzó a buscar hasta dar con uno. –Sí, Luke Castellan, hijo de Hermes, falleció el pasado 18 de agosto, -me pregunté cuánto tiempo había pasado, -en la sala principal del Olimpo. Traidor de semidioses y aliado de Cronos, si, aquí estás, -elevó sus lentes un poco, supongo que para verme mejor y encontré un par de cuencas vacías, llenas de muerte. Quizás en otro tiempo me hubiese asustado, ahora que estaba muerto no. –Por lo general no me gusta pasar semidioses cualquieras, -me indigné, ¿cualquiera yo? –pero estoy más interesado en saber cuál será tu castigo por todas esas muertes a tu cargo. He tenido mucho trabajo por tu culpa.

-¿Lo siento? –salió como pregunta a pesar de que no era mi intención. Ahora que lo pensaba, eso de quedarme en el vestíbulo se veía más interesante.

-Yo no soy quien juzgo... por desgracia, -ahora sus labios raros y secos se curvaron en una sonrisa que me pareció a la de los ancianos malvados. –Te dejaré pasar, claro, -alzó una mano. –Paga.

-¡Pero no tengo dinero! –me indigné, estaba muerto. Quizás nadie quiso hacer mi sudario y enviarme al Inframundo como se debe. Siempre creí que Travis y Connor lo harían...o Chris, pero claro, los había traicionado y bla bla. Bonita cosa.

-Entonces no pasas, -esa sonrisa fea se acentuó, dándome un poco de asco. Al menos no tendría que pasar la eternidad siendo hervido o algo así en castigo. ¡Si yo quería renacer!

-Oye, pero yo quiero renacer, ya sabes, otra oportunidad, -traté de sonreírle, pero tenía algo de nauseas. Un momento, ¿cómo es que tenía nauseas si estaba muerto? Tenía que escribir mis dudas para cuando alguien pudiera resolverlas.

-Por más que tengas la bendición de tu padre, tienes que ir a los campos Elíseos para poder renacer, así que primero debes de ser juzgado y encontrado héroe, -volvió a levantar sus lentes, -lo cual dudo.

Bufé un poco molesto y me crucé de brazos. Quizás tuviera algo de dinero en la ropa, escrudiñé lo que traía puesto y de nuevo casi me desmayo. Portaba una camisa naranja del campamento, no cualquiera, sino una de las que no tenía mangas, unos jeans que solía utilizar mucho para entrenar y los zapatos alados de mí... Hermes. Debía recordar agradecerle a Chris cuando muriera, seguro que había sido él, teníamos un acuerdo, sólo esperaba que no fuera pronto. Una chispa de esperanza apareció dentro de mí, si tenía esa ropa y no la túnica con la que había muerto, quizás tuviera.... De inmediato busqué en los bolsillos de mis pantalones y encontré lo que buscaba. Con una sonrisa radiante le tendí el dracma a Caronte. Él frunció leve el ceño y salió de su lugar, acomodando un poco su traje.

-Suerte la tuya, hijo de Hermes... o no tanta, ya veremos que dice tu juicio, -me encogí de hombros y lo seguí hasta un elevador que había metros más allá y el cual no había visto. Ahora si estaba tarareando mientras bajábamos. El dios me miró extrañado y sacudió la cabeza. -¿Acaso no te preocupa tu destino?

-No, -lo medite un poco, buscando una respuesta más profunda para mí. –Hice lo que hice. No tiene caso llorar por los errores, sólo afrontarlos.

-Al menos no eres un cobarde.

-Podré ser muchas cosas, pero no un cobarde.

Me miró extrañado, lo vi sonreír un poco más. Dejé de tomarle importancia cuando el elevador se detuvo y las puertas se abrieron. Nos encontrábamos frente al río Estigio,  cerré los ojos un poco, tratando de no recordar, pero las sensaciones de hundirme en él me abordaron un poco. Seguí a Caronte a su barca y me aseguré de no mirar esa agua que quemaba como acido, así que mejor miré para arriba, un cielo oscuro sin estrellas que parecían no tener fin. Cuando sentí que tocamos, ¿tierra? Casi bajo corriendo. El dios se burló y sin bajarse, retomó su regresó a donde habíamos venido.

-Suerte, traidor.

-Gracias, -murmuré caminando sin saber muy bien a dónde. Seguí una multitud de almas que cruzaban una gran puerta donde un enorme perro de tres cabezas estaba durmiendo. Me detuve un poco junto a él, las tres lenguas salían de los hocicos dándole un aspecto adorable. Sacudí la cabeza y seguí mi camino, ¿desde cuándo Cerbero me parecía adorable?

El camino me pareció tan corto como tres pasos y tan largo como si hubiera transcurrido muchos años. Es complicado, lo sé, lo sé. Al llegar suspiré y me formé. Había muchas almas en espera de un juicio extraño. Sin prisa alguna por recibir mi condena esperé con toda la paciencia de la que fui capaz. Los tres jueces estaban sentados frente a una enorme mesa. Los reconocí de inmediato, había escuchado mucho de ellos. El que estaba en medio era el codicioso Minos, recuerdo un trato con él, yo quería a Nico y él a Dédalo, ninguno obtuvo lo que quiso. El que estaba a su derecha parecía muy fuera de lugar, con su porte altanero y su bigote raro, William Shakespeare y el de la izquierda, se parecía un poco al dramaturgo, con la diferencia de que su cabello era blanco, al parecer Thomas Jefferson había muerto más viejo. Detrás de los ancianos había tres puertas, eran donde los muertos les esperaba su castigo o premio, ahí me esperaba el mío.

Por más que me esforcé, créanme, no escuché nada de lo que decían. Los muertillos se paraban frente a los jueces, ellos decían algo y luego caminaban a una puerta. No podía ver sus expresiones, pero al parecer no pasaba nada con ellos, no se molestaban en objetar nada. Uno de ellos, quizás el número 23243985485 no se movió y como el tráfico era mucho, las señoras Furias intervinieron llevándoselo por los aires. Ni siquiera escuché un grito.

La verdad, estaba esperando a perder la calma que me caracterizaba ahora muerto. Quizás sólo fue poco, así que me fui colando entre los muertos, de pocos. Hasta que se dieron cuenta y quisieron alegar. Quisieron arrojarme para atrás, pero por alguna razón no podían tocarme. Se escuchó un grito extraño y pronto me encontré volando, sólo un par de segundos hasta estar frente a los jueces. Me levanté mirando feo a la Furia que me había arrojado sin consideración al suelo y encaré a los ancianos.

-¿Eres tan arrogante que no puedes esperar tu turno? –ese fue el tirano de Minos.

-Mira quién lo dice, -resopló, pero pude escuchar una leve risa del señor presidente de la izquierda. Al menos alguien reía en este lugar.

-Si fuera tú, tendría más respeto, -casi lo escuché rechinar los dientes.

-Gracias a los dioses que no eres yo, no soportaría ser tan feo, -ahora también el dramaturgo y las Furias rieron.

-Además de traidor, eres un bufón.

-Sólo en mis tiempos libres, -me encogí de hombros y le dediqué un guiño. Eso lo hizo enfurecer más.

-Bien, vayamos a tu juicio para que pueda mandarte a arder por la eternidad.

-Preferiría que no, por favor.

-Al menos, el muchacho tiene sentido del humor. Hay que reconocer que no muchos por aquí lo tienen, -habló el señor Jefferson.

-Muchas gracias, señor presidente. Se hace lo que se puede, -sonrió orgulloso como si estuviera contento de ser reconocido. ¡Bingo! –Aunque si alguien merece méritos, es usted, señor fundador. La Declaración de Independencia, simplemente es inspiradora.

-¿Lo crees? Siempre quise que la libertad prevaleciera sobre la justicia.

-Le aseguro que lo logró, no hay persona en América que no sea libre o luche por ello, -le regalé una sonrisa marca Castellan y cayó, ya tenía a ese juez en mi manga.

-Adulador, -sentenció con voz soñadora el dramaturgo del otro lado de la sala. Minos casi se sacaba los pocos cabellos que tenía. –Eso me parece más.

-Quizás Otelo diría lo contrario, -contrataqué, faltaba este para tener a la mayoría de mi parte. –Debo de agregar, señor Shakespeare, que sus obras realmente me encandilaron. No hay nada ningún lugar donde yo fuere sin algún libro suyo, entre otros. Creo que vi "Sueño de una noche de verano" más de cinco veces con mi amiga Thalia... -me callé un poco, pensar en la hija de Zeus me dolía un poco. Me pregunté por qué.

-Ah, tuviste amoríos con esa Thalia, -tomó un papel de la mesa y leyó con rapidez. -¡Trágico! –exclamó llevándose la mano al pecho. -¡Tú un traidor y ella una cazadora virgen por siempre! ¡Realmente trágico! –miré a otro lado, en realidad no quería pensar en eso. –Es más trágico que los pobres de Romeo y Julieta.

-Ahí vamos, -escuché murmurar a Jefferson.

-Si tan sólo yo pudiera escribir sobre ustedes dos. Dos mejores amigos, unidos para sobrevivir, enamorados, la crees muerta y quieres venganza, con tu treta vuelve y no la puedes volver contigo. ¡Te odia! ¡La amas! ¡Se aman, pero son de bandos contrarios! Ella se vuelve cazadora y jura lealtad a la castidad por la eternidad y tú, despechado, mueres para salvar un mundo donde ella pueda vivir a pesar de que no sea contigo. ¡Esplendido!

Sentí que en cualquier momento se levantaría a aplaudir. Sacudí la cabeza, no pensaba que las cosas hubieran sido así y no quería pensarlas, pero...

-Si ella vive, vale la pena, -suspiré dramáticamente, casi pude sentir una lágrima caer por mi mejilla. –Sólo espero que nadie vuelva a cometer el mismo error que yo, -limpié esa supuesta lágrima haciendo ademanes, -si tan sólo alguien pudiera contar al mundo cuánto la amé.

-¡Yo podría! –se levantó de su asiento, todos lo miramos sorprendidos. -¡Yo debo hacerlo! –le sonreí un poco agradecido, quizás desde el fondo y no por mentiras.

-Oh, miles de gracias, ilustre dramaturgo, -lo alabé un poco más.

-¡BASTA! –sabía que el silencio de Minos no dudaría tanto. –Recuerden que tenemos un juicio para este sujeto, -Shakespeare se sentó y el antiguo rey procedió a leer mis acusaciones. –¿Es usted Luke Castellan, hijo de Hermes y May Castellan? –asentí por toda respuesta, ya un poco nervioso. –Vivió con su madre hasta los nueve años y sin pensar en la locura de ella, la dejó sola y abandonada para creerse el héroe y matar monstruos.

-¡Era un niño! –alegué de inmediato. –Y los monstruos insistían en matarme, yo sólo los mataba y huía.

-¡SILENCIO! ¡No se le permite hablar! –Minos me silenció, parecía molesto. –Se unió a Thalia Grace, -escuché a Shakespeare suspirar, -y a Annabeth Chase, ambas semidiosas. Falló en su intento por proteger a ambas, -hice una mueca al recordar eso. –Falló en su intento de conseguir su primera misión del dragón Lodón...

-En mi defensa diré que ese dragón me dejó esto, -señalé mi rostro a mi linda cicatriz.

-... ¡Se alió con Cronos! Robó el rayo maestro de Zeus y el yelmo del señor Hades, -continuó como si no hubiese hablado, pude escuchar a Jefferson silbar, -puso al señor Ares de su parte, haciendo que el dios traicionara a los dioses. Engañó a sus compañeros semidioses y llevó a otros a la muerte y la locura. Envenenó el gran árbol que protegía a los semidioses, peleó con ellos. Trató de introducir monstruos al campamento de semidioses por el laberinto, -parecía más enojado- ¡Se sumergió el río Estigio! Una gran blasfemia. ¡Liberó al titán Atlas! Engañó a su amiga para que cargara el mundo en su lugar y tenderle una trampa a la diosa Artemisa, -hice una mueca pensando en eso, pobre Annabeth. -¡Se ofreció como envase de Cronos, permitiéndole volver un poco a la vida! ¡Por su traición murieron millares de personas indefensas! –respiró con profundidad para calmarse un poco, en verdad el tipo tenía problemas. -¿Qué tiene que decir a eso?

-Que le faltan algunas partes, -tragué un poco nervioso.

-Cierto, -ahora habló Jefferson, gracias a los dioses. –Usted sacrificó su propio cuerpo y vida para regresar al titán a su hogar en el Tártaro. Se redimió en el último momento.

-Una vida digna de contarse, -asintió en tono soñador Shakespeare.

-¿Qué dice a sus acusaciones? –cuestionó el presidente.

-Bueno, admito que tuve errores, -por inercia jugué con el collar que volvía a portar, las cuencas me tranquilizaban un poco, -esos errores no tienen justificación, -asentí mirando al oscuro cielo. –Pero soy el primero en reconocerlo, sé que hice mal. Pero también admito que reconocí mi error. Puede que tardé en rectificarme, pero era porque no sabía cómo hacerlo, -emití un corto suspiro, -corregir errores es más difícil de lo que creí, -los miré decidido, -pero lo hice o no estaría aquí, -tosí un poco, -ni ustedes.

Un silencio grande se extendió por el lugar, podía sentir cómo los jueces pensaban en su dictado final, en mi sentencia que llevaría para la eternidad. Pensaban en mi castigo.

-Bien, dictemos sentencia, -por supuesto que el primero en hablar fue Minos. –Yo digo que arda en una hoguera por la eternidad o que las Furias lo latigueen por el mismo tiempo, -tragué saliva, en definitiva sería un castigo cruel. -¿Shakespeare?

-Mmmm, quizás deba poner un poco el punto de vista de algunos otros, como el de Thalia Grace o Annabeth Chase. Un buen acercamiento a su infancia, -parecía estar apuntando algo. Quizás debía sentirme orgulloso de que el gran dramaturgo estuviera interesado en mi vida para escribirla, pero ahora sólo estaba nervioso en espera de lo que me esperaba.

-¡La sentencia!

-Claro, claro, -miró los papeles y a mí, me guiñó un ojo dándome esperanzas. –Creo que debemos de tener en cuenta que el dios Hermes le ha dado la bendición estando muerto. –Eso me sorprendió mucho. ¿Hermes había hecho eso? –No me sorprende que decidas enviarlo a los campos de castigo, Minos, pero yo dicto que debe de ir a los campos Elíseos, -escuché al antiguo rey refunfuñar y yo solté el aire que tenía, de verdad que era inquietante esperar.

-¿Jefferson? –todos nos giramos al señor presidente.

-Bueno, el chico demostró que los semidioses podemos hacer grandes cosas, pueden ser terribles, pero grandes, -asintió para sí. –Mi madre Atenea me dijo una vez que yo podía lograr que el país fuera libre o esclavizarlo para siempre, por suerte sucedió lo primero. Pero me pregunto, ¿qué hubiera pasado si no lo hubiera logrado? Desde luego no lo sé, pero hay que tener en cuenta de que todos podemos ser héroes o traidores y el joven Castellan decidió ser héroe al final, -sonrió un poco más. –En apoyo al dramaturgo, dicto que Luke Castellan debe ir a los campos Elíseos.

-¿ESTÁN LOCOS? ¡TRAICIONÓ AL OLIMPO! –Minos atacó de inmediato muy enojado.

-Eso hemos decidido y como somos dos a favor, el joven Castellan será enviado a los campos Elíseos, -murmuró Jefferson tomando otro papel. –Luke, la puerta de la derecha, por favor.

-Muchas gracias, -hice una reverencia y casi salí pintado de ahí.

-Quizás te visite para hacerte algunas preguntas, -escuché la voz del inglés, murmuré una afirmación y pronto atravesé la puerta para alejarme de Minos y su intención de que me quemaran.

De pronto me encontré frente a unas grades puertas de mármol, miré atrás y se encontraba un río, el Leteo, más allá del río se escuchaban gritos. No hice mucho caso a lo que estaba detrás de mí, podía sentir un olor a barbacoa, gritos de júbilo y risas. Di un paso tentativo y la puerta se abrió para mí. Con una sonrisa, entré al paraíso.

Atravesé unos grandes campos verdes, eran como colinas, subí por ellas siguiendo un camino de piedra hasta llegar a un puente que subía a la ciudad, era como una colina más grande entre las colinas. Al llegar me di cuenta de que era como la antigua Grecia, al menos como lo describen los libros y las imágenes que tiene Quirón. Recorrí las calles mirando alrededor para reconocer. A pesar de que estábamos todos muertos, sentí como si la noche se acercara, desee tener un lugar donde vivir y sin saber por qué, caminé a una enorme casa, parecía un castillo o un templo. Sin saber por qué o cómo, supe que era mía. Entré para verla por dentro y supe que no podría contar las habitaciones. Me dirigí a la enorme mesa en el grandísimo salón y comí un poco del gran menú que había.

Quise seguir recorriendo mi nuevo mundo, tomé una chaqueta de la entrada y seguí caminando por las calles. Parecían diseños tan antiguos y al mismo tiempo, todo era nuevo. Escuché un par de gritos, el olor a barbacoa se acentuó, así que me dirigí ahí. Era una especie de plaza en mezcla con el gran coliseo romano. Varios sujetos estaban ahí gritando, bebiendo cerveza, comiendo y peleando. Me recargué en la entrada y cuando un sujeto se alzaba victorioso en la pelea gritó mucho más fuerte, reparó en mí. Se encaminó conmigo, me jaló del brazo y me llevó en medio, todos se silenciaron.

-AQUÍ HAY UNO NUEVO.  UN SEMIDIOS. TENEMOS UN NUEVO HEROE. –gritó para todos, aunque sino lo hubiera hecho, igual lo hubiesen escuchado.  Todos gritaron en respuesta, sonreí y alcé una mano cuando mi nuevo amigo lo hizo. -¿QUÉ HICISTE PARA SER CONSIDERADO UN HEROE? –gritó en mi oreja.

-Bueno, -me encogí de hombros. –Lo normal, me sacrifiqué por el Olimpo y eso, -todos volvieron a gritar contentos por lo que hice. Claro que omití que lo salvé porque casi lo destruyo con mi estupidez.

-¿CÓMO TE LLAMAS? –en definitiva este tipo debería calmarse o rompería mis tímpanos. ¿Se podría? –DINOS EL NOMBRE DEL HEROE QUE AHORA RESUENA EN LOS CANTOS DE LOS MORTALES.

-Luke Castellan, -murmuré y por primera vez desee decir quién era mi padre. –Luke Castellan, hijo de Hermes.

-CASTELLAN, CASTELLAN, CASTELLAN, CASTELLAN. –se escuchó por todo el lugar. Sonreí más de lo que había hecho en toda mi vida. Lo había logrado. Estaba en los campos Elíseos. Los héroes de todas las épocas clamaban mi nombre. Era un héroe.

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¡Hola! Mil gracias por esperar y por sus comentarios. Aquí les dejo el capitulo dos y como ya escribí el tres, no tendrán que esperar mucho. Mañana lo subo.
¿Qué les pareció este? Gracias por leer y por sus comentarios. Nos estamos leyendo.

Luke Castellan. Segunda oportunidad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora