Parte sin título 5

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Alex y Noah estaban en el aeropuerto, esperando a su madre y a su marido, con los que posteriormente irían de nuevo a casa. Aunque, dadas las circunstancias, Alex estaba totalmente seguro de que no iba a estar nada cómodo y no iba a sentir aquella casa como un "hogar". Siempre ocurría lo mismo.

Noah se entretenía con los juegos de su consola, mientras Alex hablaba con Jack de cualquier cosa. Hacía dos días que hablaban sin parar, aunque fuese de banalidades o chorradas -que era básicamente lo que se contaban-, pero estaba bien por ambos. Al menos iban conociéndose un poco mejor. Además, también charlaba con Ingrid, como siempre, de todo en general. Las clases de ambos, lo "horribles" que eran las madres de Ingrid por obligarla a ponerse un vestido para una boda, partidos de baloncesto que tanto entusiasmaban a Alex y aburrían a Ingrid, el estudio de teatro, cualquier tontería, comentar algún libro que se hubiesen leído... lo típico.

Cuando se vio anunciada la llegada del vuelo en el que iba su madre, ambos se pusieron en pie de malas ganas y se dirigieron a las puertas por las que deberían asomarse en cualquier momento las caras que serían las responsables de estropearles los dos próximos días.

Alex agarró a su hermano de la mano, como ya era costumbre en él desde hacía tiempo, pero cuando se dio cuenta, se la soltó, pues su madre consideraba que era una manía estúpida y sobreprotectora. Demasiado cariñoso para ella.

-Hola, mamá. Robert.

Y una vez más, como cada vez que se veían ocurría, no les devolvió el saludo. Noah y Alex le resultaban indiferentes, casi como si no existieran. Se limitó, como siempre, a mirarles una vez para posteriormente ignorarles.

-Hola. Alex, querido, cógeme las maletas. Estoy cansada.

-Sí, mamá.

Sin más, Alex cogió las pesadas maletas de Olga, su madre, mientras Noah trataba de llevar como podía el enorme bolso de esa mujer. En teoría, un bolso sirve para llevar cuatro cosas necesarias encima, pero ella lo llenaba hasta los topes a saber de qué y, además, al ser grande, cabían una barbaridad de cosas. Los hermanos conspiraban a diario acerca de qué podría llevar en aquel pesado bolso. A veces, incluso, llegaban a pensar que se llevaba piedras de cada lugar que visitaba y no las sacaba nunca del bolso. Teniendo en cuenta lo rara que era, no lo descartaban.

Se subieron a un taxi y llegaron en 20 minutos a su casa, acompañados de un silencio sepulcral.

Alex miró su móvil.

Jack: ¿Qué te parece este tema?

Jack: Lo compuse hace poco, por eso tiene solo la guitarra y la letra, pero me gustaría saber tu opinión.

El mensaje venía acompañado de un archivo de audio, y justo cuando Alex estaba a punto de responder que no podía escucharlo en ese momento, su madre, como cada vez que lo veía con su móvil, le recriminó el estar enganchado a él y que, al menos como muestra de respeto a la mujer que le dio la vida, debería dejarlo cuando están juntos.

Alex, como no, rodó los ojos. Estaba harto de las sandeces que le soltaba una y otra vez. Apenas la conocía de vista. Es más, en los últimos años, recordaba que no habían tenido mayor conversación que la última que tuvieron por teléfono, aunque tampoco es que antes hubiesen tenido una gran relación madre e hijo.

A veces envidiaba a Ingrid. Vale, puede que sus madres a veces la obligaran a hacer cosas que no le apetecían –como ocurrió con el drama del vestido para la boda-, pero eran unas madrazas. Una vez, hacía ya unos años, le compraron una consola con unos juegos que siempre había querido tener pero, al ser hija única, no tenía hermanos con los que jugar, así que decidieron aprender a jugar pese a que eran unas negadas de la tecnología. Aún recuerda cuando las conoció. El abrazo de bienvenida y de despedida que le dieron fue mucho más cariñoso que cualquier otro acto que sus padres hubieran tenido jamás con él.

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