Capítulo 3

12 1 2
                                    

3.

Esa noche habíamos preferido salir de casa para evitar escuchar por milésima vez la historia de cómo se conocieron mis padres. Un viernes no era para eso. Un par de tragos, tal vez un poco de baile y por qué no, terminar la noche con otros dos desconocidos, era la solución de Maia para que yo lograra cambiar de tema y así ponerme a pensar sobre otra cosa a parte de mi famoso chico del andén.

- ¿Estás segura que quieres salir? podemos quedarnos viendo una película en mi cuarto.

- Tus planes de película siempre terminan con tu hermanita en el medio viendo caricaturas coloridas y deformes.

- Está bien – dije resignado.

- Además, hace mucho no salimos en este plan conquista ¿Quién dice que hoy no vas a conocer el amor de tu vida?

Cada vez que Maia hacía referencia al amor, sentía que lo hacía con una gran dosis de sarcasmo. Y es que si a mí el amor no me había encontrado, a ella ni si quiera la estaba buscando. Puede que por eso nos llevábamos tan bien.

Lo más extraño del caso es que Maia era la niña perfecta según los estúpidos estándares de belleza. Alta, con una suave piel color canela y unos inolvidables ojos verde esmeralda. Era el tipo de chica con el que todo hombre desearía toparse. Sin embargo, por una razón inexplicable para mí, ella era la excepción.

- El plan es este, mientras yo estaciono el carro, te bajas y buscas una mesa. Procura que no esté en un rincón y mucho menos al lado del baño.

- Sí mi sargento.

- Idiota. Bájate ya.

- ¡Ay cuánto cariño! – grité mientras me alejaba del auto.

Caminando, rogaba en mi cabeza para que no hubiera lugar. Definitivamente quería regresar a casa, recostarme en mi cama y pensar. Esta era la única manera de estar cerca de ese extraño. Mis pensamientos, mis sueños o en sí mi cabeza eran la única forma de aferrarme a la existencia de ese personaje que había visto fugazmente la noche anterior.

A regañadientes crucé la puerta del bar, pasé la mirada rápidamente por todo el lugar y cuando estaba a punto de dar la vuelta y salir, me detuve en la mirada de alguien familiar.

Mis piernas comenzaron a temblar. Una fría gota de sudor recorrió toda mi espalda. Era él. No tuve que buscar para encontrarlo, sólo estaba ahí, sentado en el mismo bar que por casualidad había decidido visitar.

- Ángel ¿estás bien?

- Maia, es él.

- ¿Quién? ¿De qué hablas?

- Él, el del andén, está ahí sentado y me está mirando.

Comencé a caminar hacia él. Algo me decía Maia, pero decidí no escucharla. Cuanto más cerca estaba más me costaba respirar.

- ¿Otra vez vas a salir corriendo?

- ¿Disculpa? – respondió él con una mirada desafiante.

- Sí, te pregunto si vas a salir corriendo como anoche.

- Oye, no sé qué problema traes, pero estoy muy a gusto aquí con mis amigos, así que por qué no te vas, creo que tanto alcohol te fundió la cabeza.

- Ah no, no y no. Estoy seguro, eres tú. Estabas anoche en la calle. Llorabas... en el andén.

- No sé a qué te refieres... estás confundido. Si me disculpas – se levantó y se fue.

No cabía duda, estaba completamente seguro que él era el chico del andén.

- Ángel, mejor vámonos. Creo que tiene razón, se te está yendo la cabeza un poco con ese tipo que conociste no hace más de 24 horas.

Con la ira ahogándome, hice caso a Maia y salí del bar. Crucé la calle y me recosté en un poste con la luz tenue. Quería estar solo.

Realmente no me entendía. Maia tenía razón, estaba saliendo de mis casillas por alguien que vi menos de cinco minutos. Sin embargo, por otro lado, no estaba dispuesto a tolerar que él me tratara de loco. Era él.

- Maia estoy bien, basta – respondí al sentir una mano cálida en mi hombro derecho.

- Lo siento.

- ¿Tu?

- Sí, otra vez yo. Otra vez salí corriendo. Tenías razón, era yo el que lloraba anoche.

Ahí estaba él. Sus profundos ojos negros no paraban de mirarme. Mis manos temblaban. Apenas escuchaba su voz. Maia tenía razón, me estaba enloqueciendo.

- Siento mucho haber negado todo allá adentro, pero nadie sabe sobre lo que sucedió ayer y preferiría que siguiera así.

- Está bien, me acerqué porque quería saber si estaba todo bien.

- Sí, se puede decir que todo está mejor. Mucho gusto soy Leo – dijo con una sonrMaia – bueno, Leonardo.

- Soy Ángel.

- Entonces tu nombre te hace justicia.

- ¿A qué te refieres? – me sonrojé.

- Estabas ahí, como cuidándome sin ni siquiera conocerme.

- Suelo caer del cielo frecuentemente.

- ¿Ah?

- Soy un ángel ¿recuerdas?

- Yo soy un Leo ¿recuerdas?

teBM��Aޢ



El chico del andénDonde viven las historias. Descúbrelo ahora