Atrapé una estrella.

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Año 1875

Mucho había cambiado desde el momento en que todo inició. Mi piel estaba más pálida de lo usual, había bajado mucho de peso a causa de mis muy escasas comidas, no hablaba con casi nadie, mis manos temblaban todo el tiempo y tenía unas gigantescas sombras bajo mis ojos que envejecían mi rostro y reflejaban una pequeña porción del inmenso cansancio que poseía; pero, por ridículo o increíble que parezca, era en serio muy feliz.

Cautiva en mi sala tenía una estrella. Sí, como lo han leído, una estrella como las que aparecen cada noche en el cielo. Pensarán que estoy loco o algo por el estilo (bueno, algo hay de cierto en eso), pero créanme cuando les digo que es la más sincera verdad: Tengo una estrella.

Desde pequeño he tenido una cierta debilidad por los astros. Amaba todo cuanto estuviera en el cielo, especialmente el cielo nocturno. Mis padres, que siempre consentían cada uno de mis caprichos, decidieron regalarme un costoso telescopio y así saciar mi sed por ver las estrellas, no contento con eso hasta contrataron un profesor para que me enseñara todo cuanto se podía saber del cosmos. 

Pero yo no estaba conforme con solo eso, estudiar las estrellas sin ver una de cerca, sin poder tocar una, era como que un poeta que escribiera toda su vida sobre el amor pero jamás se enamorara y solo viera a las parejas pasar sin saber qué es el amor; así me sentía y no me gustaba para nada. Siempre fui bastante caprichoso y consentido debo admitirlo (¿qué más se espera del único hijo de una familia millonaria?)  pero fue gracias a estos defectos que me volví tan obstinado y no acepte un "no" por respuesta.

Tenía 19 años cuando murieron mis padres en un trágico accidente mientras visitaban a unos parientes. Gracias a esto, por ser el único heredero, pasé a ser dueño de numerosas propiedades, negocios y, por supuesto, una escandalosa fortuna. Como era de esperarse, en cuanto llegaron todos estos bienes a mis manos, me rodearon decenas de supuestos amigos y muchachas interesadas en mí (en mi dinero más bien). 

Pero yo no quería relacionarme con ninguna de esas arpías. Vendí la casa de mis padres y me mudé muy lejos, donde nadie me conociera ni supiera de mi favorable estado económico. Me encerré dentro de mi nueva casa, tapé cada rendija con tablas al igual que cada puerta y ventana, a excepción una pequeña ventana que daba al tejado donde instale mi telescopio y me dispuse a observar las estrellas cada noche y, con algo de suerte, atrapar alguna.

Hasta que lo logré. 

Ella era mi mayor orgullo, no fue nada fácil atraparla, pase noches enteras sobre el tejado de mi casa lanzando flechas al cielo, a cada flecha le ataba una soga en su extremo y disparaba. Pero pasaban las noches y nada pasaba. Las estrellas, al ver mi flecha venir se alejaban a velocidades sorprendentes por el espacio (sí, era hermoso ver aquellos destellos de luz moverse a esa velocidad por encima de mi cabeza ¡Pero yo quería mi estrella!). 

A tal extremo llegué que, la última noche que me dispuse a cazar estrellas, ya casi no quedaba ninguna, sobre mi cabeza solo se veía una gigantesca mancha negra como burlándose de cada una de mis derrotas y, a lo lejos, numerosas estrellas me miraban con desconfianza. Pasaba todo el día planeando nuevas tácticas para que mi plan diera resultado y me desvelaba cada noche llevando a cabo estas sin éxito alguno, ya estaba considerando la idea de mudarme nuevamente y continuar con mi casería en un lugar donde las estrellas abundaran en mayor número.

Esa noche, ya sin ninguna flecha y como último recurso, decidí atar un delgado cordel a un pequeño avión de papel y probar suerte, aunque sin esperanzas. Lo lancé sin siquiera esforzarme en hacerlo, solo un pequeño soplo lleno de desgano, pero bastó para llegar al cosmos. Las estrellas y cometas lo veían con curiosidad pero no se acercaban, mantuve el extremo del cordel en mi mano y me senté a esperar... Nada pasaba aún y lentamente el resplandor del nuevo día se hacía presente en el horizonte, suspiré dándome por vencido cuando de pronto algo sorprendente pasó. Justo antes de que desistiera a mis esfuerzos, una pequeña estrella (tan pequeña que apenas se distinguía entre sus hermanas) se acercó con una imprudente e inocente, pero poderosa, curiosidad a mi avióncito y lo tomó entre sus manos. No pueden imaginar la alegría que sentí en ese momento y, cuando estaba distraída y fascinada con este sencillo objeto, jalé con todas mis fuerzas del cordel. Ella se opuso al principio, y hasta llegué a pensar que el cordel se rompería, pero no me dejaría vencer a estas alturas. Jalé una vez más y, gracias a que ella tropezó por accidente, logré hacer que cayera. 

Claro que no pensé en lo que pasaría a continuación (ni siquiera lo imaginé), que al llegar a la atmósfera agarraría velocidad su caída. Ahora tenía una estrella que se hacía cada vez más grande y que caía cada vez más rápido, directo a donde yo me encontraba. Justo antes de que me cayera encima, salté del tejado, no fue una buena caída pero pudo haber sido peor. Dejó un agujero de al rededor de un metro y medio de diámetro en mi tejado, atravesó las tejas, el ático, el segundo piso y por poco no fue a dar hasta el sótano. Su luz, a pesar de estar ahora en mi sala en la primera planta de la casa, salía por el agujero en el techo con una intensidad sorprendente, incluso ahora que estaba amaneciendo.

Me quedé sentado en el césped observando en agujero, sin creer aún lo que había hecho hasta que el cántico del gallo me hizo recobrar la conciencia. Me levanté rápidamente y corrí a la casa para intentar tapar el agujero por donde su luz la delataba antes de que alguien se percatara de la anomalía que había en mi hogar, quién sabe qué harían los vecinos si supieran que tengo una estrella. 

Cuando me deshice de ese problema, recibí a mi invitada (no creo que sea correcto llamarla prisionera, aunque algo de verdad había si utilizada ese concepto) con la mayor amabilidad que podía dadas las circunstancias. Como era de esperarse, no podía verla directamente a causa de su luz y cada vez que me acercaba a ella debía cubrir mis ojos con el dorso de mi mano. Obviamente ella estaba aterrada y se mostró un poco hostil al principio, pero de a poco fuimos haciéndonos amigos. Todo comenzó con un simple acuerdo que se me ocurrió para lograr su confianza, >>si tú me hablas sobre ti y sobre el espacio, yo te enseñaré a hacer aviones de papel como ese que tienes en tus manos y que tanto te fascinó<< Sí, no era un trato justo, pero a ella pareció convencerla. 

Cuando la casa ya estaba repleta de pies a cabeza con aviones de papel, y otras figuras que conocía, y yo ya sabía todo cuanto se podía de la vida de una estrella, nuestros intereses empezaron a cambiar, mientras ella empezaba a querer saber más sobre mí que sobre el mediocre origami que le enseñaba (nunca fui bueno haciendo otra cosa que no fuera solo aviones o barcos de papel), yo empecé a dejar de tener curiosidad por todas las estrellas y más interés por la que estaba frente a mí.

No puedo dar grandes detalles sobre lo que pasamos juntos ya que el tiempo que poseo es reducido; solo puedo decir que ella fue mi alegría hasta el fin de ambos. Tal fue mi amor por aquella delicada estrella que, para evitar que la vieran, decidí no salir nunca más, ni siquiera abrí una rendija (ni de día, ni de noche) por temor a que su luz la delatara. Con el paso de algunas semanas me quedé sin suministros, pero no me importaba morir si ella estaba a salvo; aunque en realidad ya no brillaba tanto como antes (gracias a esto podía verla directamente sin necesidad de tapar mi rostro, tenía la apariencia como de una muchacha bellísima, tanto que no podía ser humana) De a poco su resplandor se agotaba, me explicó que era porque una estrella que no estaba en el cielo en realidad no era una estrella, pronto se apagaría y dejaría de existir. Yo cada día me debilitaba más y ella también, nos sentamos uno junto al otro en el último momento, la miré, y con lágrimas en los ojos, supliqué su perdón por lo que había provocado, ella solo me miró >>Me atrapaste, me hiciste feliz y no sabes cuánto te lo agradezco<< dijo y me sonrió. Con la mano temblorosa, tomé la suya, de mi bolsillo saqué un pequeño avión de papel atado a un cordel y se lo entregué junto con una débil sonrisa y juntos nos apagamos. 


GRITOS AL VACÍO (poemas-poesías-breves relatos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora