La noche caía pesada, llena de sorpresas y cosas ocultas. Y la nieve llenaba las calles con su blancura total. Las ventanas empañadas, y el aire azotándolas. Fuera debería hacer un frio nórdico, era cuestión de lógica suponer aquello. Pero en mi habitación, había un ambiente cálido. Los brazos de mi amado esposo rodeaban mi cintura.
Nuestras pieles desnudas estaban en completo contacto; dándonos así, una completa conexión íntima.No hacía más de treinta minutos que habíamos unido nuestros cuerpos, en la forma más entera de dar amor. Todas las noches eran especiales, estando a su lado, con palabras tiernas y caricias sensuales. Y los días eran llenos de luz y risas, momentos tiernos. Si él no existiera en mi vida... todo sería monótono, y no tendría color.Sentí su fuerte brazo apretarme más fuerte, y un hormigueo recorrió mi cuerpo.
Giré la cabeza, que se encontraba hacia la ventana llena de escarcha, topándome con sus ojos; aquella hermosa mirada cafe. El lucero de mi vida. Su rostro mantenía una enorme sonrisa, mostrando su perfecta y blanca dentadura; y aquellos labios llenos, que era mi lugar favorito para desahogar todo el inmenso amor que siento por él.
- Estoy hambriento.- masculló con voz ronca.
- ¿Qué se te antoja?- pregunté, girándome para quedar frente a él. Y su mano se posó en la parte baja de mi espalda.
- Te diría que TU.- sonrió pícaramente.- pero tengo demasiada hambre.- reí quedamente.- así que... ¿por qué no me haces unos waffles con mermelada?
- Estas loco.- reí fuertemente.- matt, es la una de la madrugada.
- Pero tengo hambre.- hizo un puchero.- además, es por tu culpa, malvada mujer.- besó mis labios.- Tienes que alimentarme bien, o en tu conciencia caerá mi muerte por fatiga e inanición.
Volteé los ojos, y me levanté. Envolví mi cuerpo en una larga bata blanca, salí de la habitación, no sin antes darme cuenta de la mirada posesiva de Matt que se posó en mí desde que me levanté.
Varios minutos después regresé, con una bandeja plateada; sobre la que se encontraban los waffles de él, un vaso con leche, y jugo de naranja para mí. Me senté en mi lado de la cama y puse las cosas en el centro. La televisión estaba encendida pero no tenía volumen. Era un demente; comía cosas de desayuno en plena noche.
- Matt, ¿crees que en ésta ocasión se cumpla?- murmuré, pensativa, observando su rostro.
- Espero que sí, amor. Si no es así, seguiremos intentando.- sonrió mientras miraba fijamente mis ojos y llevó a su boca un trozo de comida.
Hacía tres años que nos habíamos casado; tomamos un año para viajar, conocer y vivir como una pareja, sin responsabilidades que no fueran el trabajo. Después de ese tiempo, decidimos que era hora de comenzar a intentar tener un bebé. No había algo que ilusionara más mi corazón, que tener un pequeño ser salido del amor entre nosotros dos. Pero... por alguna razón ha sido imposible.
Dos años intentando quedar embarazada, y lo único que hemos obtenido son desilusiones. Hemos ido con distintos doctores, más todos dicen que ambos estamos perfectamente bien... entonces, lo único que nos queda por hacer, es dejarlo en manos de Dios.
- El lunes tengo cita con el doctor, nuevamente.- mascullé mientras me acomodaba entre las cobijas, y Matthew me abrazaba.
-¿Necesitas que te acompañe?- susurró a mi oído; y su cálido aliento erizó mi piel.
- No.- gemí.- Estarás trabajando.- sus labios succionaron mi lóbulo de la oreja.
- Quiero que me avises cualquier cosa, ¿sí?- asentí, pero mi atención estaba completamente en los movimientos de sus labios sobre mi piel.
El domingo comimos en casa de sus padres. El ver a mis cuñadas con sus hijos, me hacía sentir deprimida. ¿Algún día podríamos tener hijos?, ¿qué era lo que nos sucedía? Pronto nos fuimos, no me sentía muy bien.En cuanto subimos al auto, me solté a llorar.
Lo más probable era que yo fuera la del problema, porque toda la familia de él habían podido tener hijos. Tan sólo su hermana menor tenía cuatro hijos, y la más chica iba en el segundo. Y Matthew a sus 30 años estaba en su mejor etapa.En cambio yo era hija única. Mi madre no había podido tener más hijos. Y mi abuela había perdido a dos antes de mi mamá; siendo ella también la única hija.
Matthew me reconfortó, y me suplicó que no estuviera triste. Me prometió que buscaríamos la forma para tener un hijo propio, y si no era así, la adopción quedaba dentro de las opciones.Lo que restó de la tarde me la pasé dormida. No tenía ánimos de hacer cualquier otra cosa.
Últimamente los sentimientos eran más fuertes que nunca; como si todo me afectara demasiado. Mi conclusión era que comenzaba a deprimirme por el hecho de que no podía obtener lo que deseaba. Sí, tenía al hombre que más amo en el mundo; una buena posición económica y un trabajo excelente... pero, ¿de qué sirve tener todo aquello, si no tengo con quien compartirlo?