CAPÍTULO 3.

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Me reincorporo lo más rápido que puedo y corro hacia mi habitación aún mojado en busca de ropa. Caminar por el pasillo no me había parecido tan difícil nunca: las paredes se balanceaban y los cuadros caían sobre mí dispuestos a tirarme contra el suelo. Consigo llegar a mi habitación a base de tropiezos y agarro del armario lo primero que encuentro: una chaqueta roja, unos vaqueros y una camiseta negra. Sin pensarlo, me meto debajo del escritorio intentando no hacerme más daño, cosa que no logro.

Desde mi escondite veo cómo todas las cosas de mi habitación salen despedidas contra las paredes y el suelo. Sin embargo, lo peor llega cuando el sonido de algo que se rasga inunda mi cabeza. Observo el techo y veo cómo una increíble grieta se va abriendo a lo largo del mismo, cada vez con más velocidad. El escritorio se vuelca en un golpe seco y el techo se desploma sobre mí. Grito y cierro los ojos lo más fuerte que puedo...

—¿Se va a poner bien, verdad? —dice la voz de mi madre, que llega de algún lugar en el espacio.

—Sí, no se preocupe, señora. Solo ha sido un golpe tonto. Esta tarde ya estará fuera -contesta una voz irreconocible.

Tengo los ojos cerrados y apenas puedo moverme. Noto la suavidad de una sábana bajo las palmas de mis manos y el agradable tacto de la almohada en mi cabeza. Las voces botan y se distorsionan hasta llegar a mis oídos, como si fuesen rayos de luz en el interior de un diamante enorme.

«¿Un golpe tonto? Se me ha caído encima el techo de mi habitación, ¿eso es un golpe tonto?»

Una mano detiene mis pensamientos en el acto. Está completamente helada y temblorosa. Pero noto algo muy familiar en ella.

—Cariño, ¿puedes oírme? —dice la voz, que resulta ser mi madre.

Intento despegar mis secos labios para contestarla, pero el movimiento es imposible. Estoy completamente paralizado y por mucha fuerza que intente transmitir mi cuerpo no se mueve ni un palmo de distancia.

—Te vas a poner bien, ya verás.

La mano se despega de mi pierna, dejando en ella el gélido rastro de la tristeza de mi madre. Sobre mí noto el foco intenso de la lámpara y oigo claramente el pitido de varios aparatos a mi alrededor. Pero no siento a mi madre, si tan solo pudiese empujarme a mí mismo hacia ella...

—Creo que voy a tomar el aire para despejarme, doctora -oigo a mi madre decir mientras su voz va haciéndose más imperceptible.

Noto un temblor en mi cerebro y algo que se despierta tras parecer haber dormido mucho tiempo. Mi alrededor se distorsiona por unos segundos y consigo abrir los ojos. Estoy de pie, mirándome a mí mismo tumbado en una camilla con unas vendas alrededor de la cabeza. El susto es tan grande que una de las máquinas lanza un terrible pitido que me revienta. El sonido me devuelve del todo a mí mismo y me incorporo en la cama, asustado y temblando.

—¡Dylan! ¿Qué ha ocurrido? -pregunta la misma voz que hablaba con mi madre, una doctora de piel oscura.

—¿Q-qué? Esperaba que me dijerais eso vosotros...

—Estás en el hospital, Dylan. Te resbalaste en el baño, te diste con el lavabo en la cabeza y te desmayaste. Llevas dormido tres días.

—¿Y el terremoto? —pregunto, extrañado.

—¿Terremoto? ¿Qué terremoto?

Me llevo la mano a la cabeza, menudo dolor. Acababan de pasar muchísimas cosas en muy poco tiempo y costaba asimilarlas todas... Primero fue el sueño, después el terremoto y luego me he visto a mí mismo durmiendo...

—Habrá sido un... sueño -comento.

—Seguro que sí, será mejor que descanses mientras aviso a tu madre.

Asiento con la cabeza y me tumbo en la camilla. Todo había sido tan real... El calor de la habitación y mi cansancio mental comienzan a hacer efecto en mí y poco a poco me voy quedando dormido...

Sin embargo, mi letargo se rompe del tirón cuando una explosión revienta por completo el techo del hospital. Abro los ojos y la imagen que veo revuelve por completo mi cabeza: una horda de decenas de helicópteros acercándose por el cielo, un hospital totalmente destrozado a excepción de mi habitación, y el sonido de varias pistolas y fusiles vagando por los pasillos.

DefenestraciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora