CAPÍTULO 4.

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Las hélices de los pájaros mecánicos giran cada vez más rápido hacia mi posición. Los ruidos son más fuertes y la angustia se clava en todos mis músculos. Me levanto de la cama lo más rápido que puedo, llevándome conmigo cables y tubos, los cuales se despegan de mi piel rasgándome parte de ella.

El tirón me hace chocar contra el suelo, desde donde lanzo un grito de furia y, a trompicones, consigo ponerme de pie. La cabeza me palpita bajo las apretadas vueltas de la venda y los primeros pasos se asemejan a los de un bebé que aprende a andar. Me dirijo hacia la única puerta que parece haber sobrevivido a la explosión: la de mi habitación.

Lo peor llega cuando una mano ensangrentada se apoya sobre el borde de la salida. Me acerco lo más rápido que puedo y salgo de la estancia, viendo a un enfermero (o lo que queda de él) con un arañazo que va desde su destrozada barbilla a sus sangrantes piernas. La persona aún parece respirar entrecortadamente, pues, de alguna manera, soy capaz de oír sus latidos en mitad de toda la masacre.

-Ve... Vete, ch...chico -suelta el enfermero casi apagándose.

No lo pienso dos veces. Miro hacia ambos lados del pasillo y veo cómo han quedado reducidos a simples ruinas. Todo un edificio convertido en un deforme corredor.

-¡Quieto! -vocifera una sombra desde uno de los lados del pasillo.

No me da tiempo a mirar a mi enemigo y solo soy capaz de diferenciar tres cosas: su increíble altura, su voz desgarrada y las aterradores garras que tiene en lugar de manos.

Comienzo a correr. Lo hago como nunca lo había hecho antes. Oigo como la criatura avanza detrás de mí, cada vez más rápido. Salto los últimos escombros del pasillo y caigo rodando por la colina en la que estaba construido el antiguo edificio. Sin embargo, el atronador sonido de las hélices alcanza mis oídos de nuevo. Están justo encima.

-¡Capturadora de nivel dos! ¡Dispara! -grita alguien desde uno de los helicópteros.

No puedo correr más. Estoy muy débil. No he tenido tiempo de recuperarme. Me quedo quieto. Pero...

-¡Dylan, corre!

Las imágenes siguientes son aterradoras. Observo cómo una especie de esfera de luz es disparada desde el helicóptero a una gran velocidad. También veo cómo la criatura de las garras comienza a descender por la colina que yo bajé rodando. Y lo último que puedo ver es la silueta de mi madre delante de mi dolorido cuerpo recibiendo el impacto de la esfera de luz en mi lugar.

-Escapa. Ya. -logra decir antes de desaparecer de mi vista por completo.

Las lágrimas afloran de mis ojos como las cascadas más fuertes del mundo. Algo parece romperse en el aire y en el interior de mi cabeza. De alguna manera consigo ponerme de pie y correr hasta el pueblo, que ha quedado reducido a cenizas. Los helicópteros no me siguen, pero la criatura con garras no ha caído en la trampa tan fácilmente.

Logro esconderme en lo que antes era la iglesia de la ciudad, debajo de uno de los bancos. Los gruñidos de la bestia hacen acto de presencia y oigo sus pezuñas retumbar en el suelo de madera del edificio religioso.

«¿Qué está ocurriendo? No entiendo nada de esto. Por favor, Dylan, despiértate. Esto tiene que ser un sueño. Mamá no ha podido...»

Aprieto los puños hasta el punto de hacerme sangre en mi propia mano y dejo las lágrimas fluir hasta mi barbilla. Vuelvo a escuchar la ruptura en el espacio y mis manos comienzan a vibrar. Algo parece despertarse en mí, como lo que sentí en el hospital.

-¿Qué has hecho con mi madre? -grita algo dentro de mí.

Ya no puedo controlarme, algo parece motivado a la ira, al daño, al dolor.
La criatura me identifica al instante y corre hacia el banco. Intento protegerme encogiéndome como una oruga. Soy estúpido, he gritado y he llamado su atención.

Pero entonces mis manos comienzan a vibrar y el banco que me protegía sale disparado contra la bestia, golpeándola de lleno. A ese banco le siguen los dos contiguos y algunas rocas del suelo.

Me pongo de pie y veo cómo las cosas de mi alrededor se elevan a cada movimiento de mi cuerpo como si no hubiese gravedad, como si algo las atrajera hacia mi mano. Hay una extraña fuerza entre los objetos voladores y mi cuerpo, algo que no logro comprender. Vuelvo a ver la imagen de mi madre desapareciendo y dirijo mi mirada hacia los escombros de los bancos voladores. La criatura vuelve a ponerse en pie y esta vez la veo mucho mejor.

Es Matt, el chico más popular de mi instituto.

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