CAPÍTULO 2.

85 9 0
                                    

Mi puño impacta de lleno con una realidad resquebrajada que estalla en pequeños fragmentos de cristal afilados y cortantes. Los añicos rasgan mi brazo y la sangre inunda la escena.

Entonces grito, grito de dolor y el desgarro evapora mis cuerdas vocales. Estallan como bombas en el vacío, inaudibles.

Y, de repente, todo comienza a ordenarse de nuevo: las estanterías se cuelgan de la pared, la silla del escritorio vuelve a rodar por el suelo y la luz de la habitación vuelve a quedarse apagada. Es mi grito lo único que llena el silencio sepulcral que la noche había formado: una pesadilla.

Me froto los ojos y miro hacia un lado, la persiana solo deja pasar un tenue rayo de luz por entre las rendijas. Intento calmar la respiración y me limpio el sudor de la frente mientras trago saliva, menudo sueño. En la oscuridad del cuarto enciendo la luz del reloj digital, son las doce de la mañana.

«Ni siquiera parece que haya dormido...»

Me deshago de las sábanas empapadas de sudor y camino para mirar por la ventana. En cuanto levanto la persiana, el rayo de luz me ciega unos instantes. Aquel sueño parecía haber sido muy real e incluso aún sentía el dolor de los cristales en los brazos. Desde la ventana observo la calle y veo algunos niños en bici en el pequeño parque de enfrente. El verano acababa de comenzar y todos salían a disfrutar de los días soleados.

Todos menos yo. Siempre he estado solo, encerrado en mi habitación leyendo, jugando a videojuegos y navegando por internet, sin más conversaciones que las de los foros online. Despejo mi cabeza de esas ideas y me encamino hacia la ducha, el agua helada por las mañanas es lo único que puede calmar mis pensamientos.

—¡Vaya, menudo dormilón estás hecho! -dice mi madre en cuanto me oye pasar por el pasillo-. Ya pensaba que estabas muerto, cariño.

—¡Voy a ducharme! -grito para que me escuche.

En cuanto el agua comienza a salpicar en el suelo de la ducha, mis pies agradecen el frescor de la corriente. Noto el constante golpear del agua sobre mi cuerpo lavando mis errores, mis pesadillas, purificando mi piel, arrancando de mí las pieles muertas. Con la mano izquierda abro el agua caliente, no quiero pillar un resfriado en los primeros días de verano. El agua tórrida golpea aún más fuerte mi cuerpo y puedo notar el denso vapor escapando de mi espalda.

Pero algo inusual ocurre. Agujas, clavos, tornillos, espadas afiladas. Cortan y desgastan la carne, la sangre aflora por todas partes. No puedo detenerlas, no puedo retenerlas en el vacío de mi cabeza. Estampo mi mano en la pared mientras el agua chorrea por todo mi cuerpo. Las escenas no se detienen: agua y sangre, alternándose como si fuesen la misma sustancia. Ya no son gotas de agua, son llantos que se fusionan con el grifo, mi alma con el desgarre, el dolor con mi piel. Cierro el grifo en cuanto soy capaz de mover mis temblorosas manos y salgo de la ducha como un trueno.

—¡Joder! ¿Qué está ocurriendo hoy?

Pero ni siquiera me da tiempo a reaccionar cuando me desplomo en el suelo, desequilibrado por la inmensa sacudida que azota toda la casa. ¿Terremoto?

DefenestraciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora