d o s

33 5 5
                                    

Ciertamente Louis estaba familiarizado con la sensación de vacío y abandono, pero nunca lo había sentido con tanta fuerza como esa tarde.

Su trabajo había concluido y después de recoger sus cosas y encaminarse a su departamento se sorprendió a si mismo anhelando la compañía de alguien más. Alguien que caminara a su lado y lo distrajera con pláticas sin sentido.

Al llegar a su destino, la situación no mejoró.

Como siempre que tenía un incidente se cambió la elegante ropa de trabajo por algo más cómodo y reemplazable como lo eran unos pantalones de chandal y una camiseta blanca, sacó un cubo de aluminio de la cocina y comenzó a fregar el piso manchado por la sangre alrededor del cuerpo.

Irónicamente ya no se sentía tan solo gracias al cuerpo junto a él.

Una vez que la madera estuvo limpia, puso el cuerpo del chico sin vida sobre una bolsa de plástico negra y sin atisbo de escrúpulos cortó el cuerpo en partes pequeñas para después mezclar los restos humanos con basura común y algunos restos de comida.

Una vez que la bolsa de basura estuvo llena y en el contenedor de su edificio Louis se sintió más tranquilo, el aroma que el cloro y el limpiador le ofrecían eran parte de su metódico ritual para sentirse bien consigo mismo; normalmente después de la limpieza tomaba una siesta para prolongar la belleza, pero esta vez no pudo hacerlo.

Ahí, sentado a la mitad de su estancia Louis recordó a la élite de modelos, a las dos amigables chicas con quienes había trabajado y por último a quien lo había cautivado de una manera que ni él mismo lograba entender.

Cerró los ojos y evocó su recuerdo que solícito acudió a su llamado. Tenía un exquisito color de piel y no pudo contener el pensamiento de que sería terriblemente suave, ojos grandes y brillantes, facciones cinceladas por el mismo Miguel Ángel y todo esto acompañado por una melódica voz rasposa que parecía una caricia a quien la escuchaba.

Harry.

Una palabra con seis letras.

El nombre del culpable de que no pudiera conciliar su sueño de belleza.

De pronto el aire en sus pulmones fue demasiado y tuvo que dejarlo salir de manera apresurada. Eso de ninguna manera había sido un suspiro.

Recorriendo la habitación de un lado a otro como quien no encuentra sosiego, se miró al espejo y lo que vió lo distrajo por un momento. Su torso, en el lugar donde debían marcarse sus costillas tenía un desgradable exceso de grasa, el incómodo detalle por el cual no podía usar suéteres sin parecer una horrenda masa amorfa.

Y como siempre que encontraba un defecto imaginario en sí mismo, se transportó al pasado. Podía escuchar los gritos de su hermana y los lamentos de su madre por no haber tenido dos niñas preciosas a las que mimar, sintió como le quemaba el rostro por los golpes inexistentes y cayó al suelo de rodillas aferrando su cabeza.

Los delgados y exquisitos labios estaban abiertos dejando salir el sonido más desgarrador de su boca, Louis creía que si gritaba lo suficientemente alto sus recuerdos se esfumarían; antes había usado pastillas para dormir sin embargo como necesitaba comer regularmente para tomarlas las había dejado, tenía la absurda obsesión con su peso ideal.

-Ya todo está bien.-se dijo mientras se levantaba del suelo con un movimiento lento y dubitativo.-Eres más fuerte que eso Louis, un poco de grasa no va a afectarte.

Lo que vino después como siempre que salía de un pequeño throwback fue una rutina insana de ejercicio sin parar, cuarenta y cinco minutos de sentadillas, abdominales y cualquier ejercicio que requiera desgaste físico.

Disturbed SoulsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora