Mi segunda tarea llegó.
Sus dientes relucientes, el Attor me sonreía mientras me paraba
delante de Amarantha. Otra caverna—más pequeña que la habitación del trono, pero lo suficientemente grande como para ser tal vez una especie de antiguo espacio de entretenimiento. No tenía decoraciones, salvo por sus paredes doradas, y sin muebles; la reina misma solo se sentaba en una silla tallada de madera, Tamlin de pie detrás de ella. Ni siquiera miré demasiado al Attor, quien se quedó al par de la silla de la reina, su cola larga y delgada rozando apenas el suelo. Se limitaba a sonreír para ponerme nerviosa.
Estaba funcionando. Ni siquiera contemplando a Tamlin podía
calmarme. Apreté mis manos a mis costados mientras Amarantha sonreía.
—Bueno, Feyre, tu segunda prueba ha llegado. —Sonaba tan presumida—tan segura de que mi muerte rondaba cerca. Había sido una tonta al rechazar la muerte en los dientes del gusano. Se cruzó de brazos y apoyó la barbilla en una mano. Dentro del anillo, el ojo de Jurian giró—giró para mirarme, su pupila dilatada en la penumbra—. ¿Has resuelto ya mi
enigma?
No me digné en contestar.
—Es una pena —dijo con una mueca—. Pero me siento generosa esta
noche. —El Attor se rió entre dientes, y varias hadas detrás me dieron risas silbantes que serpentearon su camino hasta mi espina dorsal—. ¿Qué tal un poco de práctica? —dijo Amarantha, y forcé a mi cara en la neutralidad. Si Tamlin estaba jugando al indiferente para mantenernos a ambos seguros, entonces lo haría.
Pero me atreví a darle una mirada a mi Gran Señor, y encontré su mirada dura sobre mí. Si tan sólo pudiera decirle, sentir su piel sólo por un momento—olerlo, oírle decir mi nombre...
Un ligero silbido se hizo eco a través de la habitación, haciéndome alejar mi mirada. Amarantha tenía el ceño fruncido hacia Tamlin desde su
asiento. No me había dado cuenta de que habíamos estado mirándonos el
uno al otro, la caverna totalmente silenciosa.