4. Instituto

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El aula estaba vacía, así que escogí un pupitre que estaba junto a la ventana. Gorish se sentó delante de mí.
— ¿Qué te parece el colegio? —le pregunté con una amplia sonrisa.
— Bueno... me puedo acostumbrar. Se me va a hacer más ameno contigo, eso seguro.
— ¿Eso es un cumplido? —le pregunté medio en broma.
— Sí. Perdón si no lo pillaste. —se disculpó.
— Gorish... era una broma. Por supuesto que lo he entendido. Y no digas perdón, no has dicho nada malo. —le sonreí.
— Es que... ya que me has caído bien... no quiero perderte... —contestó cabizbajo.
— No seas bobo. —le abracé por la espalda— Me caes super bien. No vas a perderme. —de repente me di cuenta de que le estaba dando un abrazo— Estooo... Ahora sí que te pido perdón. —me disculpé con una risa— Soy muy emotivo. Por cierto, estás fuerte. —me reí.
— ¿Se nota? —se sonrojó— Me gusta hacer ejercicio, suele ser cuando me aburro y... ¿Por qué te estoy contando esto? —se sonrojó.
— No sé... ¿será porque me lo quieres contar? —pregunté con tono burlesco.
— Yo... ¿Por qué querría contártelo? ¿Por qué... eres tan bueno conmigo? —me preguntó rojo como un tomate.
— Porque... no eres como los demás. Eres distinto. —le contesté seriamente— Se ve en como vistes... en como andas... en como eres... Eres alguien tímido que tiene miedo a un rechazo, pero quiero que sepas algo. Durante todo este curso yo seré tu amigo y jamás te abandonaré. Te lo prometo.
— Pero es que por como soy... seguramente no quieras que sea tu amigo.
— ¡No digas tonterías! Tienes suerte de que sea abierto de mente, que si no no habría querido tenerte como compañero.
—Bueno... supongo que podemos ser amigos. —me sonrió.

De repente la campana de clase sonó. Había gente ya en los pupitres, pero iban entrando los más rezagados. El último en entrar fue el profesor. Era un hombre de unos cuarenta años, con gafas y con una nariz puntiaguda. Este escribió su nombre en la pizarra: Eduardo Castillo.
— Buenos días a todos. Soy Eduardo Castillo, vuestro tutor y profesor de matemáticas. Algunos ya me conoceréis por el año pasado, pero en fin... En nada voy a entregar vuestras agendas. —señaló a unas cajas de cartón que había debajo de la pizarra— Pero antes querías deciros algo. Hay un alumno nuevo en el colegio, si puedes presentarte por favor.
Gorish me miró aterrado, pero con una sonrisa le miré a los ojos y le dije con la mirada: "Confío en ti, tú puedes". Al parecer eso le llenó de determinación e hizo levantarse.
— Hola... me llamo... Gorish Vhastar... —pronunció hasta donde la vergüenza le dejaba— Vengo de Leon... Me... me mudé aquí con mi madre por temas de trabajo... —yo le miraba todo el rato con una sonrisa.
— Muchas gracias Gorish. Puedes sentarte. —le dijo el profesor viendo que si seguía hablando acabaría haciéndose daño.
Eché un vistazo por el aula para ver la reacción de la gente: alguno se estaba partiendo tan fuerte el culo que el profesor le llamó la atención.
— Imbéciles... —dije por lo bajo.
— ¿Qué tal he estado? —me susurró Gorish.
— Oh... muy bien. Así sé un poco más de ti. —le sonreí.

Las siguientes dos horas eran una explicación sobre como funcionaba el colegio. Era la típica charla que hacen el primer día para que el alumno se sienta más cómodo en el aula. Pero no se daban cuenta que yo no podía estar cómodo con semejantes elementos en el aula, pero con él la cosa cambiaba. Al final de la tercera hora el timbre sonó. Era la hora del patio, y después de aquella hora vendrían los buses al recogernos. Acompañe a Gorish hasta el patio, el cual solo era una gran losa amurallada con canastas y campos de fútbol pintados en el cemento.
— Odio este patio. Es muy deprimente. —comenté.
— No me gusta esa palabra. —me dijo seriamente.
— ¿Mmm? ¿Qué palabra? ¿Odiar o deprimente?
— Ambas. Son malas. Además... sufro depresión, por si no lo habías notado.
— Oh... lo siento... No lo noté. —me sentí un poco mal por la tontería.
— No pasa nada. —me sonrió— Contigo me lo paso bien.
— Es porque soy genial. —me elogié.
— Eso es cierto.
— ¡Bah! Es coña, tú eres el genial.
— ¿Yo? Solo soy un tío grande que tiene algo de panza.
— Pero eres buena gente, y además...
— Hola Alex. Cuanto tiempo. —dijo una voz con tono burlesco.
— No... Raúl, ¿qué quieres? —de todas las personas esta era la que menos quería encontrarme. Estaba rodeado de su panda de idiotas.
— Nada, solo conocer al tío nuevo. —me lo dijo con esa estúpida sonrisa.
— No tiene nada que decirte.
— Pero yo a él sí.
— Aun así no quiere escucharte.
— Jo... ¿sabes qué está mal acaparar cosas?
— ¿Y tú sabes qué está mal meterte con la gente? Y mira, es lo que haces.
— Jejeje... me haces reír, como con lo de navidad. —borró su sonrisa— Aparta.
— No. —mis labios pronunciaron.
— Alex... déjale. No merece la pena que pase esto. —me dijo Gorish.
— .Ves Alex? Déjame. —volvió con su sonrisa.
— Pero... —me estaba conteniendo para no darle un puñetazo, pero solo apreté más mi puño— Me voy.
— Alex...
— ¡Eso! ¡Vete! ¡Huye cobarde! —exclamó aquel imbécil.

Lleno de ira me dirigí a clase. No podía creer que él le estaba apoyando a aquel imbécil, ¡si había empezado él!. De pura rabia le di un puñetazo a la pared, causando un gran estruendo. Estuve un buen rato sentado, perdido en mis pensamientos. Me aburría, así que saqué de mi mochila mi cuaderno de dibujo. Empecé a trazar con lápiz una idea que tenía en mente. Dibujé, llevado por la rabia un dragón quemando un pueblo. El lápiz bailó formando unas membranosas alas, una colosal cabeza con dientes como dagas que escupía fuego y unas poderosas patas con garras como espadas. El dragón quemaba, destruía y asesinaba todo, pero dibujé algo que le llamó la atención. Era una dama rubia con un vestido blanco. Estaba de pie frente al dragón, empuñando una espada con determinación; pero su gesto era de bondad y no amenazante. Extendía una mano frente a este con un gesto de caricia. Y el fiero dragón la miraba de una forma tranquila, como si su belleza fuese algo divino.

— Alex... -escuché su grave voz.
— Oh... hola Gorish.
— Quería decirte que... bueno...
— No digas nada. Te ruego que me perdones. Soy... muy inestable con los sentimientos.
— Alex... gracias por ser mi amigo. Sé que querías protegerme.
— Sí... no quiero que pases por lo mismo que yo. Odio a Raúl. Me lleva haciendo la vida imposible desde hace 5 años.
— No le odies. Solo le das importancia.
— Es fácil decirlo, pero no puedo evitarlo. Va a seguir metiéndose conmigo y yo no podré hacer nada para evitarlo.
— Tranquilo, ya no lo hará jamás. —se sentó al lado de mí.
— ¿Cómo lo sabes?
— Alex... ¿Tú cómo crees que soy? —me miró a los ojos.
— Creo que... eres una persona tímida, asocial y muy buena persona.
— Alex, de todos esos cumplidos solo soy asocial. Aunque lo creas no soy buena gente. Y si estoy vergonzoso contigo... es porque no quiero volver a perder a alguien que me cae bien en mi vida.
— Tio... no vas a perder a nadie.
— No es por eso... es por otra cosa. Algo que si te lo enseño... me tendrás miedo.

De repente el timbre sonó. Era la hora de volver a casa.

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