Amigos y Familia

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Este era el río Ume, a unos 15 metros se encontraba mi casa. Mi Hermana Luna, de unos terribles 6 años de edad, se sentaba detrás de mí en la bikepack. Ella me tomaba muy fuerte de la camiseta para no caerse. Nuestros cabellos castaños oscuros flameaban con el correr del viento, nuestras ropas se pegaban a nuestros cuerpos y nuestros ojos zafiros lloriqueaban por la fuerza de este. Sonreíamos felices de ver a nuestro padre en la escuela y de jugar mucho con nuestros amigos. Nosotros íbamos desde el pueblo Lycksele hasta nuestra casa a orillas del río. Yo pedaleaba en el camino de asfalto y brea, mirando el curso del río para no perderme. El río, en esta época del año, era hermoso: sus aguas cristalinas, su suave sonido y los animales que abundaban en los bosques le daban ese paisaje pintoresco, florezco, verde y bello.

Era una época tranquila, no había guerras, no había hambre y no había miseria; sin embargo, yo, en ese momento, que iba a comprender eso. A mis cortos casi 10 años de vida, no definía correctamente esos términos; ya que, a pesar que los libros de mi padre nos contaba una era muy oscura de hace casi mil años atrás, donde había muchas guerras, muchas muertes y muchos pecados. Obviamente, en mi época, también había muertes pero en menor grado. Mi padre me platicó la semana pasada que yo sería el próximo portador del zafiro y me mostro una piedra angular con el símbolo del copo de nieve. El decía que se pasaba de generación en generación a los reyes de este país. Ellos gozaban del poder, pero su deber era impartir justicia e igualdad.

El me rebeló que él debió ser un rey; sin embargo, no aceptó, ya que, no le gustaba el cargo. El se volvió profesor de historia en la escuela del pueblo, como también, el que me contaba, a mi hermana y a mí, cuentos de las eras pasadas de la humanidad. Si, ese era mi padre, el hermano mayor del rey, que renunció a su cargo y se fugó con su amante ya que no quería desposar a la hija de la condesa de la casa Snoomrade; aun así, aquella mujer era mil veces más bella que mi madre, una simple mujer humana con poderes basados en mana. My padre se enamoró de ella, de lo simple que era, de lo noble y de lo luchadora. Mi padre, que era un conocedor de las ciencias, artes y tecnologías de la época, no era un Frossetmanen más. No era el clásico príncipe engreído que vestía galas, que iba a fiestas lujosas; sin embargo, por el mismo hecho de que mi padre fue criado por la ama de llaves del castillo y no por la reina, se predestinaba el destino de este.

Esos eran mis padres, Kristhian Frossetmanen y Antonelle van Wolfgang, mi padre, un descendiente impuro de los lirianos y veganianos que arribaron acá hace casi 1000 años, y mi madre, descendiente de los humanos sobrevivientes a la tercera gran guerra que evolucionaron después. Mi madre me dijo que a la edad de 17 años, a mí me saldrían alas iguales a las de mi padre. Aquellas alas celestes claras y brillantes como las estrellas azules y también, si mi vida peligrara después de mi próximo cumpleaños número 11 despertaría la herencia de la familia de mi padre, el "Blayonen"...

Mi padre poseía el poder del mana y de la energía; sin embargo, nunca contó con ellos, ya que, estos poderes solo se usaban en guerras, decía él. Me enseñó muchas cosas a parte de la historia, una de esas, era el manejo de códigos tecnológicos cibernéticos y los números. La aritmética, la algebra, la geometría y la trigonometría eran muy fáciles para mí, a mi corta edad. La física y la composición de elementos alquímicos para usar la energía del mana nos hacía muy fácil a mi hermana y a mí. A mi edad ya controlaba el elemento hielo, los puentes de hidrógeno, sólido y frío, tomaban forma en mis manos. En contraste, mi hermana, al ser más humana que liriana, necesitaba más tiempo para aprender estas técnicas de alquimia. Mi hermana y yo aprendimos las artes del preparado de alimentos a través de mi madre. Ella decía que conquisto el corazón de mi padre a través de los platos y sus técnicas de polimerización; sin embargo, también decía, que yo me parecía mucho a él, no solo en su belleza e inteligencia, porque, según ella, no solo era una esponja absorbente de conocimiento y atraía la mirada de las pequeñas damiselas de mi edad, sino también en su personalidad muy tímida y retraída.

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