Capítulo uno: Te necesito.

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Una brisa cálida impacto sobre mi nuca provocando que abriera los ojos y el poco resplandor que inundaba la habitación hizo el resto. Pose la mirada sobre el brazo que me rodeada y la deslicé hasta las uñas pintadas de un color rosáceo de la mano que se encontraba posada sobre mi cadera. Froté en repetidas ocasiones mis ojos contra mi puño izquierdo y obtuve el placer de oír la voz de mi acompañante:
— ¿Helena? ¿Estás despierta? — La voz de Violet rebotó contra mi cuello.
Asentí sin girarme y observé el dorso de mi mano teñido de un color negro que imaginaba que decoraba también el resto de mi rostro. Ella se revolvió en la cama, ejerciendo presión con su mano sobre mi tripa y se elevó para mirarme.
¿Cuánto tiempo llevaría ahí? ¿Me habría oído al llegar? ¿Llevaría toda la noche acostada conmigo?
Sentía como la cabeza me daba vueltas con tantas dudas e incógnitas sin resolver revoloteando alrededor de ella. A este paso iba a enloquecer.
— ¿Estás bien?
Su voz se coló por mis oídos, haciéndome recordar las decisiones y actos que me habían llevado a estar justo donde estaba. Las ganas de llorar volvieron aflorar. Me gustaba culpar al resto del mundo de mis penas cuando en realidad yo tampoco había hecho nada para evitarlo. Sólo me había dejado mover por el destino como un títere más, pero qué cruel que hubiera tenido que darme cuenta de mi engaño de esa manera tan sucia y poco delicada.
— Lo sabías, ¿verdad? — Pronuncié con la mente completamente despejada, ahora que las incógnitas estaban empezando a resolverse.
Ella no emitió el más mínimo de los ruidos o movimientos. Se quedó parada, mirando a la fina tela del vestido que aún llevaba puesto.
— Lo sabías y no me dijiste nada.— Repetí para mí misma.
— Te supliqué que no fueras.— Murmuró.
Me giré para mirarla. Sabía que tenía odio en la mirada y quería enseñárselo.
— ¿Y eso te hace mejor persona? — Exclamé dolida.
Ella negó con la cabeza gacha.
— Intenté decírtelo, Helena. Todos lo intentamos.
— Pero no lo hicisteis. Dejasteis que fuera, que me humillara.— Contesté con los ojos vidriosos.
— ¿Y qué otra cosa podíamos hacer? — Había alzado la cabeza para formularme su pregunta.
— No sé, quizá decirme algo como "Matt es un gilipollas que quiere desvirgarte para reírse de ti con sus amiguitos y grabarte en vídeo". Sí, esa hubiera sido una buena advertencia.— Estaba tan furiosa que había empezado a alzar la voz.
Ella me miró confundida.
— ¿Qué? ¿Un vídeo?
Suspiré y me levanté de la cama. No quería tener a nadie cerca en ese momento, y mucho menos a alguien que lo hubiera sabido todo desde un principio y no me hubiera advertido de ello antes. Ella se puso de rodillas sobre la cama y me suplicó con la mirada que contestara a su pregunta. No lo hice. En su lugar me giré y miré por la ventana, deseando que todo aquello acabara pronto.
— Nadie dijo nada de un vídeo... — Su voz estaba quebrada.
Me obligué a no dedicarla ni un minuto más de mi tiempo y en su lugar, seguí mirando a la nada a través de la ventana. La ignoré incluso cuando oí como bajaba de encima de la cama.
Su mano impacto sobre mi brazo, obligándome a girarme y mirarla.
— Entiendo que no me creas pero es la verdad. Nadie dijo nada acerca de un vídeo.
La miré confundida. ¿Acaso ella había tenido algo que ver con todo este tema? — De ser así muchas cosas habrían quedado justificadas, cosas como su repentino cambio hacia mi persona.
— ¿Cómo de involucrada estás en esto? — Me pronuncié al fin.
— ¿Cómo? ¿A qué te refieres? ¿Crees que yo organicé todo esto?
Asentí cabizbaja y ella suspiró.
— Helena, yo nunca te haría eso. Por muy mal que nos hayamos llevado, por muchas peleas que hayamos tenido. Eres mi hermana y te quiero.— Agarró mi mentón para que la mirara.— Nunca dudes de ello, por favor.
Mi estómago se revolvió al oírla decir tal cosa mientras me miraba de la forma en la que lo hacía. Ya no sabía identificar que era real o no, quién mentía y quién decía la verdad.
Se sentó sobre el borde de la cama y me miró para cerciorase de que aún tenía mi atención. Dejo caer sus manos sobre sus muslos y suspiró.
— Fue Nathan. Nos lo contó todo en tu fiesta de cumpleaños. Ninguno dábamos crédito a sus palabras pero él nos repitió en varias ocasiones que era cierto, puesto que su mejor amigo había estado presente durante la apuesta. Esa misma noche, cuando Ryan volvió a su casa, se lo preguntó directamente y él se lo confirmó.— Mi hermana alzó la cabeza, retirando así el contacto visual con sus manos y centrándose en mí.— Intentamos avisarte, pero estabas tan ciega... y no queríamos hacerte daño. Además, él nos prometió que te lo contaría y que no iba a seguir con la apuesta. No entiendo como pude fiarme de él...— Parecía estar más decepcionada consigo misma que con Matthew.
La creí, sin saber siquiera si esa era la historia verdadera o si había distintas versiones de la misma. Simplemente me deje llevar por lo que mi corazón me decía, y éste la creía. No sé muy bien si por su voz rota, sus ojos llenos de brillo o por la sinceridad que parecía irradiar sus palabras, pero la creía.
Me giré para que no viera el chaparrón que mis ojos estaban apunto de iniciar. Mordí mi labio inferior y suspiré de forma sonora al recordar la cantidad de veces que me había asomado a dicha ventana con la esperanza de ver su coche aparcado justo al otro lado de la acera.
— Déjame sola, por favor.— Dije con un hilo de voz.
Mi hermana obedeció y salió de la habitación con cautela. Me derrumbé en cuanto oí el ruido de la puerta al cerrarse.
Las lágrimas salían sin parar en lo que parecía una carrera hasta llegar a la meta, que se había posicionado en mi barbilla. Miré a través de la ventana, buscando cualquier indicio de que lo ocurrido la noche anterior no había sido más que un mal sueño y que en cualquier momento su coche estacionaria delante de mis ojos para ser recompensada con su sonrisa.
Mi mirada se había perdido por completo en la ventana, mientras el cielo se ponía más y más negro. No había esperanza alguna pero aún así seguía esperando a que sucediera cualquier tipo de milagro. La oscuridad en la calle se había hecho tan predominante que empecé a deslumbrar mi reflejo y el de las cosas que me rodeaban a mi espalda. Contemplé el desastre que las lágrimas habían causado en mi rostro: mis mejillas estaban coloradas y teñidas de color negro, los ojos estaban rojos e hinchados y la nariz no me dejaba de moquear. Desvié mi mirada al suelo, no quería seguir mirado a ese monstruo hinchado, colorado y llorón en el que me había convertido. Deslumbré su chaqueta tirada sobre el suelo de mi habitación. Probablemente estaba mirado a la única prueba física de que todo había sucedido y no se trataba de un mal sueño como quería hacerme ver.
Me sorbí los mocos y di la vuelta para coger la chaqueta. Flexioné las rodillas hasta tocar con la punta de los dedos el cuello de ésta y la agarré para llevármela conmigo hasta el borde de la cama. Me la llevé a la cara y aspiré fuertemente para embriagarme así con el poco aroma a él que quedaba en ella. Sentí el impulso de ponérmela y no quitármela nunca como si de un luto permanente se tratara pero no lo hice, en su lugar la deje sobre la cama. Elevé mi cabeza hacia tras y suspiré. Estaba cansada de llorar. Estaba cansada de no poder respirar correctamente. Estaba cansada de todo.
Volví a fijar mi atención sobre la chaqueta y me percaté de la existencia de un pequeño pico de color blanco que salía de uno de los bolsillos. Tiré de él y saqué un sobre que llevaba escrito mi nombre en la parte delantera. Sin pensarlo un segundo, lo abrí y saqué de él un folio escrito. Había añorado la forma tan desastrosa en la que escribía.
Leí para mí misma:

Ease » Matthew EspinosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora