Mi mirada se centró por completo en el reloj analógico de madera que decoraba la pared que tenía a mi derecha. Centrando mis sentidos sobre él, dejando que su tic-tac fuera el único ruido que se filtraba por mis oídos mientras descontaba los minutos que me quedaban para salir de esa sala.
— Helena...— La voz del hombre de avanzada edad que estaba sentado delante mía consiguió sacarme del embrujo que el reloj había lanzado sobre mí.
Desvié mi mirada hacia su asiento pero no se encontraba allí. Pestañeé con pesadez y sentí como si todo a mi alrededor estuviera pasando a cámara lenta. Vi al hombre coger su teléfono y pulsar un par de teclas, después una mujer irrumpió en la habitación y se acercó a mí con un par de gasas y una botella de alcohol en sus manos. En la lejanía pude ver a mi padre poniéndose como un histérico con el hombre mayor. Una sensación de quemazón sobre mi brazo izquierdo me sacó de ese atontamiento y todo lo que me rodeaba volvió a reproducirse en su escala de tiempo real. Agaché la cabeza mientras soltaba gruñidos de dolor hacia la mujer que tenía delante. Ella se encontraba restregando una gasa mojada en alcohol sobre mi brazo, lo que me provocaba escozor y picor.
— ¡¿Pero por qué cojones no la ha parado?! — El grito de mi padre capto mi atención.
Ni siquiera era capaz de recordar como había llegado allí, sabía el motivo pero no el cómo. Intentaba hacer memoria pero lo único que recordaba era la discusión con mi padre por culpa del chivatazo de mi hermano y lo siguiente era encontrarme sentaba sobre ese sillón siendo acusada por el hombre mayor de sufrir diversos trastornos psicológicos.
— Señor, estaba hablando. Me lo estaba contando todo, ¿no era eso lo que quería? — El hombre se defendió.
— Sí, pero no creía que eso le fuera a provocar hacerse daño.— Rebatió mi padre.
— Es sólo un arañazo, señor Crowell.— La supuesta enfermera salió en defensa de su jefe.
Destapó mi brazo, que ya había dejado de sangrar y observé el poco profundo arañazo que tenía en él. Elevé mi otra mano para tocarlo y mi mirada se centró en la sangre que había en mis uñas.
— Déjeme que vuelva a intentarlo, por favor.— El hombre canoso volvió a hablar.
Mi padre abandonó la habitación después de dar un sonoro suspiro, la mujer le siguió. El hombre volvió a ocupar su sillón y me miró fijamente para cerciorarse de que tenía toda mi atención.
— ¿Desde cuando se autolesiona, Helena?
— ¿Qué...? — Dije en un tono tan bajo que apenas yo había podido oír.
— ¿Sabe que la autolesión es una especie de efecto secundario de la anorexia?
Le miré confundida y él cogió una libreta situada en el escritorio que tenía a su espalda y apuntó algo sobre ella. El rechinar de su bolígrafo me recordó a mi antiguo profesor de Historia y una mueca de desagrado apareció en mi rostro. El hombre alzó la vista y me observó por encima de sus gafas.
— ¿Se encuentra bien? — Preguntó.
— No soy una puta pirada.— Respondí.
— Señorita Crowell, ir al psicólogo no significa estar loco. La mente es algo muy complejo y a algunas personas les cuesta más que a otras controlar sus impulsos o sentimientos. Para eso estamos los psicólogos. Mi tarea es hacerle ver que no todo es tan negro o blanco como cree, también existe el color gris. ¿Me entiende?
Asentí con la cabeza.
— Bien, por donde íbamos... Ah sí, autolesiones. ¿Con cuánta frecuencia...?
— No me autolesiono.— Reprendí sin dejarle acabar su pregunta.— Y tampoco tengo anorexia.
Él miró a mi brazo y negó con la cabeza, después volvió a anotar algo en su libreta.
— ¿Recuerda cómo me llamo? Se lo dije cuando entro por la puerta, ¿lo recuerda?
Mi gesto cambió. Había pasado de estar a la defensiva a estar confundida. No recordaba su puñetero nombre, ni siquiera recordaba el momento en el que se suponía que me lo había dicho. Frunció el ceño y volvió a apuntar algo en la libreta. Me agobié y retiré el contacto visual.
— ¿Sabe lo que son las lagunas mentales?
Negué con la cabeza y él prosiguió con su discurso tras el cuál pretendía psicoanalizarme.
— Hay veces en que algunas personas se sienten tan desbordadas ante situaciones o vivencias que actúan de distintas maneras quizá no demasiado recomendables. Hasta ahí todo parece normal, ¿cierto? El caso es que este tipo de personas en particular bloquea el recuerdo, lo que no quiere decir que no exista, sino que la tensión es tan fuerte que el cerebro prefiere bloquearlo a modo de protección. Ya puede ser por la separación de unos padres, el dolor al darse cuenta de un desengaño amoroso o hasta incluso la tensión al tener que abrir tu mente y expresar tus sentimientos para un desconocido. Bloquear recuerdos no es algo malo, Helena, pero necesito que me los muestre para poder ayudarla. ¿Lo entiende?
Asentí y oí su bolígrafo otra vez. Cerré los ojos y me centré en el ruido que me envolvía.
— Dr. Spencer.— Pronuncié mirandole fijamente.
El hombre sonrió ligeramente al oírme pronunciar su apellido.
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Ease » Matthew Espinosa
Fiksi PenggemarDicen que la dependencia emocional es una de la peores cosas que te pueden pasar en la vida. Tiempo atrás, la mismísima Helena Crowell podría estar recriminando a su hermana mayor por estar sufriendo este tipo de mal, pero ahora... Ahora que todo se...