Entra en casa tras haber estado media hora llorando sola en el rellano. No soporta la idea de ser la marginada pero es demasiado introvertida para decir nada. David le ayuda mucho pero no es suficiente a los dieciséis años tener a una única persona a tu lado que te apoya, aunque ayude mucho.
Estuvo sentada llorando, y esperó un poco para que no se le notasen las lágrimas puesto que no quería preocupar demasiado a su madre, que bastante tenía con el divorcio que hacía dos meses que le atormentaba. Su madre, Verónica, estaba en la cocina preparándole la merienda, lo cual agradeció porque de veras que estar despierta cada noche la agotaba muchísimo.
—¿Qué tal hoy?—pregunta con su habitual espontaneidad.
—Bien- miente, con una sonrisa más falsa que una moneda de dos caras pero que, por algún motivo, su madre nunca detecta.—Voy a mi cuarto, tengo muchos deberes que hacer y son todos para mañana—exclama mientras coge el bocadillo y se dirige a su cuarto.
—Vale, estudia mucho— le dice mientras canturrea y le esboza una cariñosa sonrisa.
Entra en su habitación, lanza el bocadillo contra el escritorio, cierra la puerta con pestillo y se pone el pijama; está cansada y va a dormir. Le duele mentirle a su madre pero no puede permitir que perciba su malestar y, durmiendo, no piensa, que es lo que más falta le hace.
Nada más sumergirse entre las sábanas, el sueño se apodera de ella, y por tanto, las pesadillas afloran en su mente como rosas, pero de las cuales sólo es capaz de sentir las espinas.
Despierta entre sudores y lágrimas, le duele la cabeza, más aún que cuando se fue a dormir. El llanto la agota pero no le queda otra que dormir al menos una hora...que es lo que lleva haciendo durante los últimos dos años.
Se pone una bata gris, mullida y suave, abre el pestillo de la puerta y a continuación, se sienta en la silla frente al ordenador, abre Whatsapp en el móvil y le envía un mensaje a David:
"Rey, te echo de menos... llámame cuando puedas, te amo."
Es en ese momento, cuando su madre irrumpe en el dormitorio y le invita a que deje el ordenador y deguste la cena que ha preparado. Mira atónita la hora. ¡Pero si son las 23:00 ya! Llevaba años sin dormir tanto seguido, de veras que no se lo podía creer.
Se sentó en su sitio habitual y comenzó a cenar. Intentaba evitar las conversaciones con su madre mas no pudo evitarlo esta vez, la veía apagada, más que de costumbre, y eso no le gustaba.
—Mamá...- dijo sin saber muy bien como continuar— la tortilla está riquísima- dijo esbozando una sonrisa. No era una muy buena manera de sacar conversación, sino, más bien, una muy ridícula, pero no estaba para pensar.
—Gracias cariño— respondió, esta vez sí, con su habitual felicidad.
Esto hizo que Marta se relajase más, cosa que le hacía falta.Terminó de cenar y volvió a su dormitorio, donde, tras dar las buenas noches a su madre, se vuelve a encerrar.
La disforia la invade...hacía mucho que no sentía eso, y no lo extrañaba. Fue entonces cuando se descubrió las mangas y sintió de nuevo sus cicatrices. Las cicatrices de una batalla encarnizada que perdió contra sí misma. Fue entonces cuando recordó que debería sincerarse con su pareja, pues era el único apoyo que tenía y merecía saberlo.
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No tan fácil como parece
Teen FictionMarta, es una chica guapísima con un oscuro pasado. Es introvertida, pasa por bastantes problemas, los cuales, no desearía a nadie. Esta mujer incomprendida, no consigue hacerse entender ni entiende nada, lo que le traerá muchos problemas...