Capítulo 4: Su pasado

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¿Sabes esos días en los que te sientes saturada, en los que sientes que no encajas? Pues eso le pasaba hoy a Marta. Quería muchísimo a su novio, consideraba que le daba la vida, pero había algo en ella, que no le dejaba amar con sinceridad. Ese chico de pelo castaño al que tanto ama, esos ojos que dan insomnio del café tan intenso que reflejan, le pueden. No será el hombre más guapo del mundo, no será el más inteligente ni el más sincero, pero sí, el que causa en ella que se sienta como una niña pequeña, que hace que su vida tenga algo de sentido por una vez, él es el marcapáginas en el libro de su vida.

No sabe que le ocurre en el interior, siente deseos que nunca había sentido antes. Aunque no vamos a pensar tampoco que no sabe lo que siente, sabe que quiere fundirse en uno con su pareja, quiere entregarse en cuerpo y alma a su pareja, pero si lo hace ¿sentirá él lo mismo?¿será solo un polvo perdido en la historia de ambos o será un momento que recordarán siempre? la primera duda aflora. No entiende porqué duda, nunca le ha dado motivos ¿o sí? . Le ama con locura pero tiene miedo a que tras entregarse completamente, su pareja se canse, que el único pilar que sujeta su vida se derrumbe, y caiga otra vez a ese abismo del que tanto le ha costado salir. Del que tiene tantos cortes contra la guerra que sufrió en su interior, ella lo compara con la escalada por un muro lleno de espinas, para salir desde tan abajo, muchas veces te acabas cortando; pero ahí está la clave, si el dolor te puede, siempre te puedes soltar y dejar que te absorba el vacío, si insistes en seguir, puede que salgas o puede que te claves demasiado una zarza y te haga caer de igual manera ¿merece entonces la pena? 

Estas dudas le pasaban cada día por la cabeza a Marta, que cayó en ese abismo desde que la excluyeron de su clase cuando hizo los 12 años, desde entonces vivía sin vivir realmente, los comentarios, las humillaciones y el sinfín de burlas que le hacían en clase hicieron que dejase de sentir. Era un témpano de hielo. Le daba igual todo, pero no quería que eso siguiera así. Un día en clase de educación física, sus antiguas amigas le pusieron la zancadilla en una prueba de velocidad y cayó al suelo raspándose entera. Le dolió. Tras tanto tiempo, sintió algo, que le hacía olvidarse de sus compañeros, de la bajada de notas, del divorcio de sus padres. Encontró su droga.

Llegó a su casa teniendo muy claro su objetivo, dañarse. Dejó volar su imaginación para hacerlo sin dejar marca. Empezó tirándose del cabello hasta que se arrancaba mechones, estiraba una y otra vez, durante horas se autolesionaba de esa manera hasta que, su cuerpo, colapsaba y la sumía en un sueño profundo. 

Pasaban los días, ya a su vez, los meses. Comenzó a sobrellevar el dolor y eso no era bueno. Su organismo se fue acostumbrando hasta tal punto, que por mucho que lo intentase, no lograba causarse suficiente dolor de esa manera para olvidarse de todo.

Entonces, aquel 7 de octubre, comenzó su perdición. Vio, asomado en el estuche de maquillaje de su madre, un sacapuntas, que su madre utilizaba para sacar punta al eyeliner, entonces, en un intento desesperado por sentir la paz que el dolor le producía, se encerró en el baño y lo reventó. Pisó con tal fuerza el objeto, que la funda de plástico que lo sujetaba quedó hecha añicos. La cuchilla voló por los aires y aterrizó en el plato de ducha. Con carino, la cogió. El reflejo de la luz en ella, hacía parecer que le sonreía, era muy triste y patético, pero esa cuchilla, era su mejor y única amiga. Sin pensarlo dos veces, la deslizó por su piel. Dibujó líneas horizontales en el interior de su muslo, como si cortase papel. De su piel brotaba sangre, mucha, pero no le importaba, es más, era lo que buscaba, le daba paz.

El dolor, amortiguaba por unos segundos los recuerdos y las constantes humillaciones de los que antaño, habían sido sus amigos. Ja, amigos...

La sangre le daba paz. Hacía eso para sentir algo, pero no se quedó únicamente ahí, comenzó a cortarse por ansiedad. No aguantaba una burla de sus compañeros.

-¡Gorda!- le gritaban.
-¡Marginada!-
-¡Patética, que no tienes donde caerte muerta!-

Escuchar eso durante tanto tiempo era tal tortura, que acabó por creérselo. ¡Soy una inútil! ¿por qué he tenido que nacer? merezco dolor, que asco doy. Un corte. Nadie me quiere. Dos cortes. Soy patética. Treinta y cuatro cortes. Así, día tras día hasta que, un rayo de luz le iluminó la cara. La vida le daba una segunda oportunidad. El chico nuevo, tan popular y guapo, se había fijado en ella. Y no pudo seguir dañándose. David, provocó en ella un sentimiento al fin, mucho más fuerte que el que las burlas o las cuchillas evocaban en ella, la enamoró. Pero no podía contarle nada, nadie quiere estar con una loca que se autolesiona, ¿no?

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⏰ Última actualización: Jun 06, 2016 ⏰

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