RED DEAD REDEMTION: QUIEN MANEJA LAS ARMAS [Final alternativo]

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Desde el día en el que John Marston apuntó su revolver a un hombre por primera vez, confió su alma a Dios y sus armas a la protección de su familia. Desde el día en el que llegó a la ciudad de Armadillo en compañía de los federales Edgar Ross y Archer Fordham, entregó su alma a Dios y sus armas a la vil manipulación del estado bajo la amenaza a su familia secuestrada. Si pretendía formar una nueva vida limpia ante los ojos de la sociedad y de su familia, debería dar caza a sus antiguos compañeros de banda: Bil Williamson, Javier Escuella y Dutch Van Der Linde.

Había perseguido a la banda a lo largo de la frontera con México, opacando su conciencia a cada galope. Fue ayudado por personas tan sucias como él y tan limpias como aquella conciencia que tanto buscaba indultar.

Entre la manipulación de las autoridades y la impiadosa crueldad de la joven América del nuevo siglo XX, siguió el rastro de Escuella y Williamson hasta hallarlos en el lugar en el que la independencia del pueblo de México tomaría lugar por sobre el gobierno del Coronel Allende. Javier terminó aquella noche en manos de los federales, y Bill con una bala en el rostro.

El último que quedaba en pie era Dutch, refugiado en su fortaleza de Cochinay, rodeada de nieve y lobos, bajo la tierna llovizna de la mañana. El ejército de Estados Unidos estaba allí junto a John para dar fin a aquella caza. Aunque los hombres de Dutch no los igualaban en número, eran superiores en experiencia y malicia. Se comportaban como animales salvajes, sin escrúpulos, forajidos, como lo seguía siéndolo Dutch; como Marston y su esposa Abigail habían sido en sus tiempos.

El general de las tropas indicó que volaran las enormes puertas de pino que recluían a los forajidos y, ante la estruendosa explosión, enjambres de disparos huían desde dentro del recinto. Se los podía oír vibrar en el aire como mosquitos. John, junto a un puñado de hombres, permanecieron resguardados tras las paredes de la fortaleza hasta que el general indicara la próxima maniobra. Este encendió un coctel molotov y lo lanzó por encima del muro. John deseó un trago en el momento en el que vio como aquella botella estallaba en una expansión de llamas, encendiendo como a una antorcha a todo al que alcanzaba.

Se ordenó la movilización hacia el interior del lugar mediante maniobras ofensivas. John corrió con su Mauser disparando hacia delante mientras buscaba resguardo entre el tiroteo. Se ocultó detrás de una carreta y recuperó el aliento.

— ¡No creo que sea una buena idea ingresar a la boca del lobo por entre los dientes, General!— le insistió John, burlesco.

— ¡Usted preocúpese por Van Der Linde, Marston! ¡Yo me ocupare de mis hombres!

Los soldados siguieron ingresando con las miradas fijas en los numerosos tiradores de los tejados. Hombres caían como hojas tras una nueve de sangre, uno tras otro, amontonándose en una pequeña loma de cadáveres. John no iba a perder tiempo en ese enfrentamiento. Debía buscar a Dutch, lo único importante en el mundo en aquellos momentos era su familia, y no los volvería a ver si no cumplía con lo que se le había encomendado.

Se escabulló por la derecha, abriéndose paso entre aquella masacre. Agregar más sangre a sus manos ya se había convertido en una condición fundamental en la misión, por lo que su revolver solo se detenía en instancias de recarga. Sentía como las balas rozaban sus extremidades, los silbidos de las mismas eran ya ensordecedores y pensó en que alguna clase de ángel guardián protegía a su familia, y por ende, debería protegerlo a él. Bill, Javier y Dutch habían sido sus compañeros de vida y desgracia, figuras adoradas por su hijo Jack, así que no tardó en adoptarlos como tíos. No sentía odio hacia ellos por lo que le habían hecho, dejarlo por muerto en el último atraco; pero la ley los estaba cazando a todos, y él se había convertido en su perro lazarillo.

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