Me habían dado el alta, y mi tío George me ayudó a coseguir un piso. El psicólogo me recomendó ir a mi casa familiar cuanto antes a coger mis cosas. Eran las seis y media de la tarde y me encontraba delante del gran portón que daba la entrada al hogar en el que había vivido tantas cosas durante esos 19 años. Un flujo de emociones comenzó a recorrer mi cuerpo, tenía que hacerlo, pero por un momento me devilité. El empujón de mi tío hizo que diese el paso y me adrentase en mi hogar.
En el recividor me encontré con la última foto que nos había hecho papá a mi y a Gabriela. Aparecíamos en un jardín, sonrriendo y persiguiendo a unos patos, había sido en las afueras de Madrid, en una gran explanada en donde habíamos hecho una acampada la noche anterior hacía ya un mes. Había pasado tanto tiempo desde el accidente que me dolía recordar. Comencé a subir por las escaleras de caracol que rodeaban una gran planta de plástico que habíamos comprado en IKEA.
Las puertas estaban cerradas y mis lágrimas recorrían cada ángulo de mi cara. Estaba sola. Fué entonces cuando abrí mi puerta, la puerta de mi cuerto, un cúmulo de sensaciones volvieron a subir por mi cuerpo haciendo que mis brazos se moviesen sin control dando golpes a todo hasta que me encontré con un zumo de naranja encima de la mesita de noche, pero me daba igual que oliese mal, que tubiese moho o que incluso los mosquitos flotasen incoscientes en el. Era el mejor zumo de naranja que había visto nunca. Era el zumo de naranja que mi madre me habia hecho la mañana antes del accidente, el zumo de naranja que no me había tomado porque me había quedado dormida y las prisas se apoderaban de todos nosotros.
Mi tío seguía detrás mía.
-Recoge tus cosas y cuando quieras puedes volver, pero tenemos que darnos prisa, el casero del piso nos está esperando para que firmes el contrato- dijo dándome un fuerte abrazo. Había sido el mejor abrazo que me habían dado nunca. Comenzé a meter mis cosas sin pensar en como irían colocadas o si se rompían.
-Nunca podré volver- le dije a mi tío cerrando la puerta y huyendo de aquellas cuatro paredes que me oprimían el pecho y hacían que mis lágrimas bajasen por mi cara como ríos de sangre.
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Llévame léjos.
SpiritualLas vueltas que da la vida pueden hacer que esta nos parezca más subrrealista de lo normal, llegando a ser un sueño inacabado