Llévame léjos.

La llegada

Lo último que recuerdo es haberme asegurado de que mamá, papá y Gabriela estubiesen bien antes de dormirme, pero una pesadilla truncó mi sueño, me encontraba en un lugar desierto y una presencia me acariciaba, tenía forma humana pero era invisible a todo ojo humano, pero yo podía verlo, tenía unas grandes manos con grandes dedos, y parecía orbitar cada vez que hablaba. Sus mensajes eran claros, no hablaba, pero se comunicaba conmigo a través de imágenes, y yo lo único que veía era una playa, pero el agua estaba roja, como la sangre y había muchos pescadores con sus barcos, pero esos pescadores no eran unos pescadores convencionales, eran como miles de sombras, y lo que pescaban eran humanos. Humanos de los que reconocía unos hojos verdes de los cuales caían las lágrimas, y unos labios carnosos ensangrentados por culpa de un anzuelo que los atrabesaba, y aquellas pequeñas manos que luchaban por sobrevivir adornadas con las pulseras que habíamos hecho en aquella tarde de manualidades. Era tarde. Yo lo sabía. ÉL también lo sabía. Pero decidí despertarme de aquella pesadilla, y allí estaba yo, tumbada en una vieja camilla de hospital con un brazo escallolado y mi larga melena enrredada. Intenté moverme un poco para acomodarme, pero me dolía todo el cuerpo; fue entonces cuando lo ví. Estaba en una esquina de mi pequeño cuarto, lo que signnificaba que no estaba muy lejos de mi, estaba vigilándome, cuidándome, acechándome.

-No corres peligro-me dijo-yo seré tu guardián, a partir de ahora serás inmortal.

Y desapareció, mis lágrimas comenzaron a brotar de mis hojos. ¿Serían delirios?. Demasiado real para ser cierto o ¿demasiado cierto para ser real?

Fué entonces cuando entró por la puerta el médico que me atendía. Era alto, con pelo alto y ojos azules, yo creo que tendría unos 50 años más o menos.

-¡Buenos días!- dijo con el suficiente júbilo como para sustarme- creo que vamos a darte el alta, gracias a Dios todo ha ido bien y estás bien.

Gracias a Dios dice, yo creo que no ha sido gracias a Dios querido doctor, sino a la cosa esa. Gracias a ÉL.