Llegamos al lugar deseado. Selleh me miró fijamente y me dijo que iba a presentarme a Seneferu, al faraón. Me contó que él sabía de mi existencia y que tenía órdenes explícitas de que cuando me hallaran, fuera a visitarle. Todo en mi cuerpo temblaba exageradamente y yo podía articular palabra. Nos cruzábamos con miles de personas que hacían su trabajo a la entrada del palacio real.
Obreros transportando inmensos bloques de piedra se perdían bajo la monumentalidad de la última pirámide, la más colosal de todas. Dauno me explicó que esa era la dedicada a Keops, hijo de nuestro faraón Seneferu. A puertas de palacio había artesanos exponiendo sus artículos tal y como lo hacía papá. Me pregunté qué pensaría si me viera a puertas del palacio real por órdenes estrictas del faraón. Por último, los herreros con el rostro achicharrado, buscaban a quien vender sus metales. Ceramistas, carpinteros, barberos... todos levantaban con sus pasos cansados el polvo arenoso de la ciudad, que acababa en pequeñas callejuelas atestadas de gente, algunos en condiciones deplorables.
Todos se reunían en uno de los núcleos urbanos de Menfis, construido alrededor del templo y de los edificios administrativos. Y yo me encontraba ahí, junto a Dauno y Selleh a punto de entrar a visitar al faraón. No podía creerlo. Ni siquiera sabía qué quería él de mí. Solo de pensar que él cumplía todas las funciones a las que yo jamás podría aspirar hacia temblar mis huesos.
Subimos unas largas escaleras que nos condujeron a la entrada principal. Allí nos esperaban unos guardias a los que Selleh se dirigió haciéndoles una reverencia. Nos pidieron que aguardáramos un instante.
- Es la entrada al cielo-, dije.
Desde allí contemplaba las pequeñas embarcaciones que surcaban el río en busca de lo que no teníamos. El anciano vino a hablarme con su bastón
- Tare, tú serás el amo y señor de todo lo que ves.
Le miré y escuchándole, pude ver la felicidad en su cara. Le contesté diciendo:
- Yo jamás podré enseñarte lo que veo aquí y ahora, pero seré tu más fiel amigo. Dauno, llévame contigo. No sé qué quieren estos hombres de mí.
En ese momento vino Selleh a interrumpirnos:
- Tare, el faraón Seneferu le espera.
Mientras subíamos, vi como Dauno seguía detrás de mí, callado. Apenas podía subir las escaleras y parecía inquieto. No sabía qué decir ni qué hacer. Jamás había conocido este lugar antes e iba a conocer al gran Seneferu.
Le tuve delante cuando traspasamos la puerta principal. Iba con un atuendo digno de dioses, con tocado y aquella barba postiza a la que aspiraba cualquier persona mortal. Su poder recaía en una profunda serenidad. Mirándome con altivez, miró luego a Selleh y le reconoció con la mirada.
El escriba amigo del anciano se arrodilló en el acto. A ellos, sus escribas, se refirió cuando me dijo que yo había sido elegido para liberar el país, y que pertenecía a su linaje. Una mujer entró a la sala con un perfume que deshacía el viento que soplaba en Egipto. Era esbelta y bella como una diosa. Llegó y se acercó a mí.
- Tare, jamás creí que te parecerías tanto a nuestros antepasados. Tu mamá me hizo jurarle que algún día cuidaría de ti.
La reina Issireh hizo llamar a Selleh y se tumbó en uno de los carísimos divanes que decoraban todo el palacio. Seneferu me ordenó que me acercara a ellos. Selleh se posicionó hasta alcanzar el cabello sedoso de la reina Issireh. Después de retirarle el complejo tocado que lucía, le separó algunos mechones de pelo. Entonces, Selleh concluyó:
- No hay duda. Tare, todos los miembros del linaje real tenéis la misma marca tatuada en la cabeza, cerca del cráneo. Es un símbolo de poder y distinción. Jamás después de toda una vida velando por Menfis me había encontrado al semejante... ¡eres hijo de reyes y de los dioses!
Yo seguía aturdido por las noticias, ¿hijo de reyes? Issireh se abrazó a mí y me hizo sentir como cuando mamá me estrechaba en sus brazos. Seneferu se acercó radiante y me tocó en el hombro desprendiendo su calor
- Bienvenido a Menfis, hijo mío. Tú serás el que nos salve de los futuros acontecimientos. Es el destino.
Esa noche se convocó a toda la ciudad para celebrar mi regreso. Seneferu me explicó que todos esperaban mi vuelta, pero que ya habían perdido las esperanzas. Yo había llegado para continuar con el linaje. Mamá jamás me contó que poseía la marca que nos hacía distinguidos. Una voz me acarició la oreja:
- Serás el mejor rey de la historia de Egipto. La reencarnación de Ptah, el gran Ptah. Suerte, mi amor.
Me giré precipitadamente, ¿quién había sido?, ¿mamá?
Dauno se quedó conmigo mientras toda la ciudad esperaba fuera. Le cogí fuertemente de la mano, a lo que el anciano me correspondió. Seneferu salió al balcón real y se dirigió a todo el pueblo. Con pocas palabras que dijo sobre mí hizo que el bullicio enloqueciera. Yo estaba aterrorizado ante la emoción, pero algo en mí me hacía recobrar fuerza para cumplir lo sentenciado. Si iba a ser el responsable de que todas sus gentes fueran felices así sería. Igual que hubieran querido mamá y papá para mí.
Esa noche se hizo una gran fiesta en palacio. Vinieron todos: la pequeña, Kyra, Selleh, Dauno y todos sus amigos. Era la primera vez que iba con la peluca que nos hacía distintos. Issireh me colocó un pequeño frasco de perfume bajo el pelo postizo, el cual desprendía un agradable olor. Consiguieron convertirme en poco tiempo en un hombre distinguido y con buena presencia. Aún no lo creía cuando me miré en uno de los pulidísimos espejos de palacio. La muchedumbre se amasaba para acercarse, cosa que los hombres del rey no permitían. Algunas de las joyas que llevaba puestas me protegerían de malos espíritus: Tare, hijo de faraones y de dioses.
[Tare pasó a formar parte de la familia real. Supervisó todas las construcciones piramidales y consiguió una dinastía de prosperidad y avances. Ayudó cuando Seneferu estuvo en vida en tareas de la Casa Grande. Allí se recibía a los visires y se leían todos los informes y cartas que llegaban. Tare aprendió a leer y a escribir y ayudaba a los escribas a dictar las órdenes del faraón. Llegó a ser uno de los más queridos faraones que habían pasado por la ciudad en muchos siglos, convirtiendo a Menfis en la capital más rica y próspera de todos los siglos.
Esto no fue sin la ayuda de Dauno y Kyra, su esposa y madre de sus hijos. Selleh fue el visir oficial del faraón, y le confió todas sus decisiones. La pequeña aún visita a Tare y a Kyra en algunos de sus viajes por Egipto. Ayuda a su familia con nuevas investigaciones y descubrimientos para la capital de su Imperio, Menfis.
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Menfis, ciudad de Dioses
AdventureLa historia de Menfis, la capital del reino de la V dinastía de Egipto, bajo el mandato del rey Seneferu