Alexander entra la impavida habitación que es su oficina, observa con tristeza la foto de su amada Leonora, cruel destino tuvo al ser asesinada en esa fría noche de diciembre, su sangre tiñó el vestido blanco con el que sus almas se unieron en el campo de narcisos donde se juraron amor eterno. Sus ojos azules le trajeron algo que nunca aprendió en los libros, el amor. Desde que la vio por primera vez en una reunión de gala a los que sus padres le obligaron ir y al ser ellos dos los únicos niños, se conocieron. En esa fiesta se pusieron a bailar las notas del violín y sin querer Alexander le metió el pie a una de las invitadas, esta cayó de bruces sobre la mesa con la comida, sus padres lo regañaron, pero las risas de Leonara hicieron que se le olvidará luego la buena tunda que le dio su padre en casa.
Ya adolescentes se dieron a los caminos del placer en uno de los establos del club, al que sus padres asistían. Se posó sobre ella, le besó el cuello poco a poco, hasta llegar a su oreja y morderla suavemente, le dijo que la deseaba. Ella pudo notar la gran erección en sus pantalones y lo besó, le agarró el sexo, lo acarició con la más fina delicadeza y le abrió los pantalones.
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Un Vals desde el infierno.
De TodoYa no puedo seguir firme por los caminos de la cordura, mientras veo en lo que me estoy convirtiendo. ¿Puede un hombre huir de lo que habita en su mente?, ya la luz me abandona. Los llevaré por una historia tan nauseabunda y psicotica, que el eco de...