Capítulo 13

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Anna reservó los billetes y León buscó en internet el número de contacto de Kowalczyk. Viajarían a Londres tras entregar los documentos. Esperarían desde allí a que aparecieran en las páginas de actualidad, se destapara el escándalo y la vorágine de periodistas buscaran una cabeza culpable. Anna y León descansarían de un merecido retiro en un apartamento para dos personas en el distrito de Purley, al sur de Londres. Allí se esconderían hasta que la tormenta hubiese pasado. Aquel era el plan, pero faltaba una parte que León ocultaba. Si Anna hubiese llegado a conocer las intenciones del español, jamás hubiese colaborado con él. El futuro de las políticas del país era lo que menos le importaba al joven. La sed de venganza que León sepultó en sus entrañas, comenzó a sacar la cabeza. Contaba con el apoyo de Anna, de Kasia y de un grupo reducido de personas que se movían por la ciudad entre las catacumbas del anonimato y la impunidad, sorteando los crucigramas que los agentes de Komarnicki enviaban para suprimirlos.

La ciudad se sumergía en una batalla interna y silenciosa.

Anna y León revisaron los documentos que había en el sobre. Estaba escrito el nombre de Perséfone. Se encontraba en diversos documentos, siempre escrito a mano. Ninguno de los dos supo qué significaba, pero estaban seguros de que Kowalczyk lo reconocería.

La polaca llamó de nuevo y escuchó la estrepitosa y gastada voz del viejo periodista, pidiéndole a gritos que lo dejara tranquilo. Anna pronunció el nombre y la voz se relajó al otro lado. Concertaron una cita, aquella misma noche.

Kowalczyk tenía un aspecto gastado por el alcohol, la nicotina y la falta de cabello. Calvo, gordo y bigotudo, escondía su mirada bajo unas monturas tan viejas como él.

El encuentro se produjo en un bar Mleczny de confianza. Símbolo del socialismo, pequeños establecimientos con menús cerrados en los que se podía comer por algunos złoty. Sin mucho que elegir, todos eran platos de puchero, filetes, patatas y sopas.

Bajo un cartel de neón, León vio a Kowalczyk, en el interior del local, sentado en una mesita redonda. Cruzó la puerta y se sentó junto a Kowalczyk.

—Pensé que vendría tu amiga —dijo con acento eslavo —. ¿Quién demonios eres?

—León —dijo meciendo su cabellera teñida hacia atrás —. Soy amigo de Kasia y tengo algo para ti.

—Veamos... —dijo colocándose las gafas y dándole un vistazo completo —. Eres el español, ¿no?

—Sí.

—Vaya... —suspiró —. ¿Eres el que nos vas a sacar de este lío?

—¿Está bien? —preguntó León.

—Sí... —dijo el hombre lentamente —. Se recuperará. ¿Tienes el sobre?

León lo puso en la mesa.

—Está todo.

—¿Por qué te has metido en esto? —dijo el viejo —. Esto no es asunto de foráneos...

—Tienes que publicarlos —exigió León —. Es lo que Kasia me pidió.

—No es tan sencillo, ¿entiendes? Para que la noticia tenga la trascendencia que merece, necesito diseccionar la información, seleccionar lo más importante y hacer un reportaje antes del cierre del diario. De lo contrario, me detendrán y perderemos todo el trabajo obtenido hasta ahora.

—Es tu misión.

—Escúchame, joven —dijo Kowalczyk. Como buen perro viejo, no parecía estar dispuesto a que nadie le dijera cómo hacer su trabajo —. Sé qué tengo que hacer. Pero para hacerlo bien, necesitamos tiempo. Con una noticia poco contundente, la gente olvidará pronto. La verdad debe estar por encima de todo. Aplastante para evitar falsas informaciones. Tenemos que repetir la función cada día, como un teatro, hasta quedarnos exhaustos... Que la gente hable, que se desilusione, necesitamos despertar la furia del sector más retrógrado, haciéndolos quemar decepcionados; que la imagen de Komarnicki se vea dañada hasta que cada uno de los ciudadanos de este país haya metido su voto en las urnas.

—Y después...

—Después, podrás regresar a casa.

Salieron a la calle, caminaron varios metros y subieron al Passat antiguo de color azul marino. Olía a tabaco y polvo. El coche estaba helado. En la parte trasera había carpetas amarillentas con papeles en su interior y notas escritas a mano.

Recorrieron Czerniakowska hasta la calle Czerska, donde se encontraba la gigante redacción del diario Gazeta Wyborcza. Cinco plantas del tamaño de una manzana, protegido por cristaleras verdosas, vigas de acero marrón y una zona de descanso. Un complejo arquitectónico que no dormía, en el que siempre había una luz colgando del techo o una pantalla encendida.

—Impresiona —dijo León —. ¿Estamos seguros ahí dentro?

—¿Se te ocurre algo mejor?

León y Kowalczyk llegaron a la oficina del periodista, un pequeño cuarto con un ordenador, montones de documentos sin orden y una fotografía de su familia sobre el escueto escritorio blanco. León observó la fotografía y guardó silencio. Pensó en los suyos por un momento, posiblemente en el mismo lugar de España donde los dejó un día, sentados en el sofá frente a la televisión, creyendo falacias sobre el mundo. Volcaron el contenido del sobre en la mesa y ordenaron los documentos por prioridad. Dos horas más tarde, Kowalcyzk tenía en su bloc de notas una lista de titulares y posibles noticias que aparecerían en la siguiente edición en papel.

—Me van a dar el Pulitzer a la tiranía. Lo veo —dijo y observó a León, sentado, desconectado —: ¿Cuánto hace que no duermes?

—No lo sé.

—Yo me encargaré de esto.

—Tengo tiempo —dijo —. Mi tren saldrá en tres horas.

—¿Es tu novia?

—No —explicó.

—Tienes suerte de tener gente a tu lado —dijo mirando la foto de su familia —. No te confíes. Debes cubrirte las espaldas.

—¿Qué piensa tu familia? —preguntó León.

—No saben nada... —dijo el hombre a regañadientes. Después escribió un número en un papel y se lo dio a León —: Tendrás noticias mías, de un modo u otro. Escríbeme a este número. No vuelvas a usar mi nombre. Escribe el nombre de la calle paralela a la que nos encontraremos y lo haremos el día siguiente a las seis de la tarde, sea cual sea el día. Si no aparezco, intenta contactarme de nuevo. Si no lo hago por segunda vez, no vuelvas a hacerlo, ¿entendido?

León asintió con la cabeza.

—Que Dios te proteja —dijo Kowalczyk.

—No sólo a mí... —dijo León y abandonó el despacho.

A medianoche, mientras León se encontraba en un tren con destino a Cracovia, Kowalczyk abandonaba en soledad la redacción de Gazeta Wyborcza. Sólo quedaba esperar. La misión había sido completada con el tiempo suficiente para incluir su reportaje en las páginas del diario. En pocas horas, las rotativas comenzarían el proceso de impresión. El país enfurecería reaccionando en cadena. Kowalcyzk se sintió útil en treinta años de profesión.

Encendió un cigarro, caminó hasta el coche y se sentó en él. La calle desierta, la puerta medio abierta, el vaho de su aliento fue toda su compañía. Sonrió al oír el crujir de sus zapatos en la tranquilidad de la noche.

Cerró la puerta, accionó el arranque y una fuerte explosión levantó al vehículo varios metros del suelo para dejarlo caer de nuevo contra el asfalto. La onda expansiva accionó las alarmas.

Un coche en llamas. Fuego en la calle y el cuerpo de Kowalczyk totalmente carbonizado.

El Profesor: un thriller de acción y romance prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora