Capítulo 12

95 4 0
                                    

La galería estaba vacía. Los curiosos paseaban en silencio, susurrando a las parejas su opinión sobre las obras. Blancos y más blancos en una galería modernista. Un escenario peculiar y minimalista.

Una joven con el pelo oscuro posaba frente a una imagen en la que había representado un ojo humano. Un dólar americano. Una crítica al poder, a la masonería. Un billete gigante en blanco y negro.

La joven llevaba unos vaqueros estrechos de color negro, una camisa blanca por la que se transparentaba un sujetador. Pensativa, observó el cuadro, buscando un significado que aparentemente no existía.

—El mensaje no es en la imagen sino lo que representa —dijo una voz masculina que provenía de la nada.

La joven se mantuvo estática, mirando por el rabillo. Un tipo rubio con un abrigo negro y náuticos marrones.

—El consumismo no es un mensaje sino una doctrina. Es el dinero el que está siempre con nosotros, observándonos, infundiéndonos el miedo —expuso la joven —. Nacemos con él y morimos a su lado. Es una necesidad, un objeto de deseo que nunca logramos realizar.

—Necesito tu ayuda, Anna.

—¿León? —dijo girándose —. Oh, Dios. Menudo aspecto...

—Es una larga historia.

—Espera —dijo —. ¿A dónde crees que vas?

—Tienes que ayudarme, Anna.

—La última vez que te vi fue junto a esa cría. —expuso —. ¿Crees que puedes aparecer y desaparecer en la vida de los demás, así, sin explicaciones?

—Eres la única persona en la que puedo confiar.

—No puedes hacerme esto.

—Sólo una noche —dijo —. Prometo contártelo todo.

—¿Ahora? —preguntó la joven.

—Te espero en la puerta trasera.

—No hay puerta trasera, León.

—Es igual —dijo —. Date prisa. Nos vamos.

—No iré a ningún sitio hasta que no me des una explicación

—¿Quieres escuchar la verdad, Anna? —dijo encarándose con el rostro tenso.

—Sí.

—Entonces, confía en mí —dijo.

Anna se acercó a los visitantes de la galería y les pidió entre susurros que se marcharan. Cerraron la galería y se subieron a un Fiat de color azul. Las iluminación nocturna de Varsovia hacía de las calles un mosaico de colores que brillaban bajo la mirada atenta del Palacio de Cultura. La avenida Jerozolimskie parecía un hormiguero de coches. Anna sorteó las colas atravesando el centro de la ciudad. Se había mudado a una zona de clase media. El barrio era tranquilo, los edificios eran relativamente nuevos y los vehículos aparcados, caros. Un distrito de funcionarios y viejas glorias. Abandonaron el coche bajo el ojo de las cámaras de seguridad y entraron en un portal.

El apartamento de Anna era más de lo que podía haber aspirado León. Tenía los caprichos de una niña con poder adquisitivo: tecnología de marca, zapatos caros, productos culinarios importados, cultura en formato físico, detalles insulsos y muebles de IKEA. Pidió una pizza por teléfono y abrieron una botella de vino. León le contó toda la historia, el rostro de Anna se convertía en un vaivén de expresiones dramatizadas por el vino.

Necesitó varias horas para explicarle quién era Zofia, Komarnicki, sus secuaces y un convincente argumento que explicara el por qué de su pelo.

Cuando terminó el relato, Anna aplastó el quinto cigarrillo sobre el cenicero.

No dio crédito.

—Un momento... ¿Dejaste embarazada a una alumna?

—¿Eso es todo lo que vas a decir? —preguntó León.

—¿En qué estabas pensando?

La joven polaca se levantó y caminó hasta la cocina. Rellenó la copa de vino todo lo que pudo y dio un largo trago. Estaba nerviosa.

León la observaba desde el sofá, pensando cómo convencerla para que lo ayudara.

—Hay cosas que no cuadran en esta historia...

—Tienes que creerme.

—Nadie ha mencionado nada de lo que dices —explicó Anna —. ¿Te has escuchado?

—¿Por qué habría de inventármelo?

—No lo sé, León —dijo Anna —. Puedes quedarte aquí el tiempo que necesites hasta que organices tus ideas. Todo esto suena descabellado pero no tengo otra opción. Descansa, y no te preocupes por el dinero... y tampoco por mí. Vivo sola... Parece que estoy destinada a atraer a lunáticos como tú.

León metió la mano en su abrigo, que reposaba sobre el sofá, y sacó el sobre amarillo. La muchacha leyó su interior. Folios y más folios, escritos en polaco, firmados. Documentos oficiales, contratos, correos electrónicos, mensajes de texto. Un dossier de la trayectoria de Komarnicki en los últimos doce meses. Un listado de acciones, recortes de noticias, facturas y números que delataban las intenciones del aspirante a primer ministro del país. Anna dejó los papeles sobre la mesa y dio otro trago a la copa.

—¿Qué pasará con la galería? —dijo ella mirando al techo.

—Deja de pensar en ti por un momento.

—Lo siento.

—Necesito encontrar a este hombre —dijo mostrándole una foto del periodista, un hombre calvo con bigote blanco —. Es el único que nos puede ayudar.

—Fue mi profesor en la facultad. Es Hubert Kowalczyk.

—¿Cuál es la forma más rápida de llegar a Londres? —preguntó León.

—¿Para qué quieres ir a Londres?

—Es parte del plan —dijo él.

—Deberías entregar estos papeles... y dejarlo estar —dijo ella —. Las autoridades se encargarán.

—Si no voy a Londres, la chica abortará —dijo León —. Tú perderás tu galería, piénsalo.

—Mierda... —dijo ella —. Está bien, está bien.

—Necesitamos aterrizar allí antes de que abran las clínicas.

—No sé... ¿Desde el aeropuerto? —dijo Anna.

—No es seguro, y estará controlado... —dijo él —. Debe haber otra opción, piensa, Anna.

—Hay una conexión desde Cracovia —dijo ella —. En tren, llegaríamos de madrugada y tomaríamos el primer vuelo de la mañana a Londres.

—No —dijo León.

—¿Qué?

—Tú no vienes —contestó —. No puedo hacerme responsable de lo que te ocurra.

—Perdona, León —dijo Anna levantando el tono de voz —. Yo soy la que decide si voy o no. Yo pago los billetes, yo hago las llamadas, yo decido. Espero que te quede claro.

—¿No entiendes que es una locura?

—¿Qué voy a hacer? ¿Quedarme aquí para verlo en las noticias? —dijo ella —. Además, desde que te fuiste, no ha pasado nada interesante en mi vida.

—Tú ganas —dijo rendido —. Meto temo que esta historia no tendrá un final que esperamos.

—Espero aparecer en los créditos —dijo Anna encendiendo un cigarrillo por enésima vez. 

El Profesor: un thriller de acción y romance prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora