Thorberg El Fuerte

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La espléndida cena que se celebraba en el castillo estaba llena de gozo y alegría. La fiesta se extendía incluso fuera del Gran Salón; los bares estaban a rebosar y las calles de Kergënven estaban llenas de júbilo, todos celebraban la anunciación del hijo primogénito del rey.

La blanca espuma de la cerveza caía por la espesa barba rojiza del rey Thorberg Sterki, el Fuerte. Este empezó a relatar cómo conoció a su esposa Arndis, mientras que del otro lado del lugar se podía oír el sollozar de un borracho al contar un viejo recuerdo.

Los sonidos que se listaban en la Gran Sala incluía el chirrido de un choque entre el cuchillo y el tenedor, los golpes a la mesa cuando alguien no podía soportar la risa dentro de su cuerpo, los gritos de los invitados al pedir más cerveza y sobre todo las estruendosas carcajadas que los vikingos compartían.

La cena constaba principalmente de carne de diversos tipos de animales, pescado preparado, pan y cerveza. La comida seguía llegando y llegando y los invitados tragaban los alimentos con ferocidad. Si uno se fijaba debajo de la mesa podía ver a los perros peleando ferozmente por la carne y sobras.

Oddi Kraka colocó su mano abierta en la mesa y empezó a clavar un cuchillo entre sus dedos con rapidez sin hacerse el menor daño.

Sigmund retó a Olaf a tomar cuatro tarros de cerveza seguidos. El gigante aceptó golpeando la mesa y colocó su cuerno de guerra en la boca mientras varios vaciaban la dorada sustancia por el otro extremo. Thorberg miraba con fascinación cómo su garganta pasaba con rapidez el líquido. Todos quedaron en absoluto silencio mientras Oddi realizaba la trabajosa operación. Después de unos segundos el último tarro fue depositado en el cuerno y Oddi lo lanzó al otro extremo de la habitación gritando con júbilo; todos los presentes rieron y aplaudieron al gigante y el ruido inundó el salón de nuevo.

Una vez acabada la cena, los criados movieron las mesas de roble dejando un gran espacio para bailar. La alegre música nórdica retumbó en las paredes del castillo y las pisadas de todos se oyeron a su compás. Los hombres presentes invitaron a bailar a las damas de su elección. Eventualmente las mujeres se cansaron, pero los hombres no habían gastado ni una cuarta parte de energía y empezaron a cantar las travesías de Ulf el Viajero, golpeando los tarros contra los de sus amigos, derramando la cerveza por todo el lugar.

Cuando la fiesta estaba en su apogeo, Thorberg detectó un leve repiqueteo que se repetía sin cesar a lo lejos, pero la música lo hizo ignorarlo. De pronto el sonido lejano se empezó a hacer más fuerte y más fuerte hasta que era imposible no escucharlo. La gente dejó de bailar para oír el curioso e insistente repiqueteo. Thorberg se mostró enojado al ver que la celebración había sido interrumpida, pero pronto la música se detuvo también, ahora se podía identificar con claridad la fuente del sonido. El enojo de Thorberg se convirtió inmediatamente en un terror palpable: Eran las campanas de guerra.

El rey corrió a toda prisa y abrió las puertas del Gran Salón. Las campanas tronaban con fuerza, -¿Cómo no las había escuchado antes?- pensó, culpándose por su estupidez.

Las personas dentro del salón salieron disparadas al escuchar el llamado de invasión.

De pronto un potente grito invadió el aire: -¡¡Skargeins!! ¡¡Vienen los Skargeins!!-. Thorberg se acercó al muelle y lo vio con sus propios ojos: cerca en el mar se divisaba la proa de un barco Skargein. Una espesa neblina escondía en el horizonte el resto de las enormes embarcaciones. –¡Malditos cobardes!- Gritó Thorberg al cielo cuando entendió el plan de los enemigos. La defensa no había detectado los barcos hasta que estaban demasiado cerca pues la niebla cubría la visibilidad a unos 300 metros.

Thorberg Sterki se volvió hacia su reino y vociferó –¡Preparen las armas...!- apenas acabó la frase, el cielo se tornó rojo. La terrible hermosura del espectáculo era innegable, pero Thorberg contempló impotente cómo las llamas lamían las casas, mientras que otras flechas se rompían contra la dura piedra.

Thorberg, Rey de los VikingosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora