Nubes Ácidas

24 4 0
                                    


Las nubes.

Las nubes imperiosas desde el cielo, observando olímpicamente los actos impunes de los humanos.

Alcanzar la mano para poder tocarla pero lo único que haces es caer en la obscenidad de la oscuridad interior.

Las miras, admirándolas, en su bella resplandeciente, sonriéndote y haciendo pequeños bailes al son de la prisa pero a la vez son turbulencias negras que arrastran recuerdos olvidados tiñéndolos de drama gris y humedad.

El deleite de las nubes es el éxtasis de comprenderlas. Te sientas, en su pudor blanco y te imaginas querer ser ella, querer viajar, vivir y mirar todo lo que ella puede hacer. Experimentar, sufrir y agonizar como logra ella hacer. Simplemente, la describes en una nota silenciosa, mientras toma forma y se asienta en el tapiz trasparente del capó. La intentas tocar en un tacto suave, ágil, apremio por escapar de tus dedos. Se esfuma con vivacidad por los canales de la vida.

El cielo se despeja al sentirte en armonía con las nubes.

Dicen que las nubes son simplemente lo que uno quiere que sean. Muchos opinan que son las principales depresoras de los desafortunados sobrevivientes del mundo.

El mundo grita taciturno que son el salvavidas de los yonquis felices.

Y, cuando, estas allí, delante y te planteas la idea de dejarla libre o mantenerla en tus manos consumidas. En un segundo, tú mente no coordina. Tú espíritu silba salvajemente bajo las venas, las pupilas se dilatan a la vez que el pulso cardíaco aumenta por segundos y toda tu cara arde de lluvia. Las nubes dejan de ser nubes, tú dejas de ser tú y el universo es sólo una palabra más del diccionario.

Aligeras la vida, apremias el paso y sonríes. Las nubes han dejado de mostrar el cielo utópico de la inmensidad y ahora te revuelcan por el suelo como sus esclavos amargados en busca de la recompensa.

Escarbas y secabas y más hondo te vuelves. Las nubes te azotan con su mágica celestial a la que admiras inconscientemente de enlujuría ese azotamiento interno. La oscuridad mata, los órganos dejan de bombear sangre roja y ahora bombean petróleo negro, espeso y grasiento. Buscas la recompensa y no la encuentras. Indagas más y más por el olímpico caucásico oyendo gritos de los ya perdidos por esos lares. Corres, dejas de caminar, te arrastras velozmente sin voz hasta llegar a la puerta correcta. Su moral es un pozo sin salida que tú mismo cavaste al desear tocar las nubes.

Los desdichados te tocan con sus sucias manos azabache, horrorizado es tal lugar que deseabas no tener una nube. Estupefacto al ver tal lugar que deseabas no haberla tocado nunca. Amargado te encuentras que gritas sofocadamente que dejen de existir para siempre.

Los ojos se salen de las órbitas y tu cara sangra.

Lavar la cara, en un intento de borrar lo vivido pero ya es demasiado tarde. Lo sufrido, sufrido está.

Suspiros ahogados y miras directamente en el cielo. ¿Que es lo qué pasó?

Te tumbas intrigado por saber qué pasó, qué ocurrió entre esos dos.

Las nubes se vengaron de tí por no respetarlas y dejarlas cabalgar libres. Se castigó con el peor de los males y ese sueño será un recuerdo de tumba para quien lo obtenga.

Te extrañas, de la complejidad de las cosas, te lo complicado que es todo y lo mínimo de algo "inofensivo" se vuelve contra ti con lo peor posible. Tu mente va muy rápido para procesar todo lo ocurrido y sus ojos descansan sobre el capó sucio de una nube muerta.

Las horas son mitos de críos y presumes de aquella gran aventura cuando cazaste aquella nube y ella murió entres tus dedos ásperos. Tú sonrisa revela tu mente y los ojos arden con ganas de más oportunidades.

Una vez más.

Una vez más y las dejaré libre.

De nuevo, corres tras ellas hasta agarrar la más inofensiva y desprotegida de todas ellas. La ahogas, la torturas y la sufres encarnes su dolor químico.

Las nubes nacen de un ser superior, son los hijos de una bella persona.

Los colores, las personas, el planeta es bello de nuevo pero al cruzar la esquina, un pobre niño cae a las vías del tren. Intentas salvarlo, pero caes con él y los muertos sombríos te lanzan besos desgarradores.

Tú cuerpo no aguanta más esta lucha y simplemente cae de rodillas.

Te preguntas por qué lo hiciste otra vez y otra vez y otra vez sin remedio alguno. Te preguntas por qué seguiste conociendo el peligro.

Mientras las luciérnagas del infierno se te llevan arrastras por los pasillos del Hades y ves la montaña de cuerpos exánime cubiertos de trajes antinuclear oscuro, te gritas una oportunidad más.

Es demasiado tarde, la droga te ha llevado con ella y tú la has ayudado...

Nubes ÁcidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora