Capítulo 5.Matt

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Harry se lleva una mano a la boca y su dedo índice descansa sobre el labio superior. Es el gesto que siempre hace cuando está nervioso, expectante, serio y algo preocupado.

Miro enfrente de mí y tengo una lista enorme de revistas dispersas por la mesa de la cocina. Cuore, Hello, The Sun y muchas más que no llego ni a diferenciar. No conozco a la mayoría porque son de índole sensacionalista y vulgar pero son las típicas que Anthony lee.

Así que esa es la primera información que tengo: Anthony fue uno de los primeros en enterarse.

Acabamos de desayunar y mis amigas siguen en el dormitorio, haciendo la maleta para su próxima partida. Eso, o que han preferido quedarse encerradas mientras yo me enfrento a todo esto.

Respiro antes de lanzar una última mirada a Harry. Éste señala las revistas indicándome que prosiga, que empiece a leer, a hacerme preguntas y a intentar encajar las piezas del puzle.

Cojo la primera que veo, The Sun. La que más rumores absurdos ha sacado a la luz, la que más quebraderos de cabeza le ha dado a las fans.

La portada tiene una fotografía de una persona que no conozco. Parece ser la nueva estrella de The X Factor. Una chica rubia con mechones oscuros y ojos felinos azules como el mar.

Al lado, en la columna de la derecha, consigo reconocer mi silueta, mi vestido negro recto y mis gafas de sol quizás demasiado grandes. Veo a Harry a mi lado, apoyando su mano en mi cintura, ayudándome a caminar y aunque no se ve la fotografía completa, la piedra rojiza me indica dónde estábamos: en el hospital.

Y recuerdo ese día. Recuerdo el día que me desmayé, el día que Harry y yo discutimos e intenté salir a correr tras él. El día que entendí una vez más que no iba a poder seguir luchando contra una fuerza tan poderosa como era el cáncer. Y en mi retina tengo grabada la imagen de Harry tendido sobre la cama, mirando el gotero. Sus ojos perdidos en la intensidad, intentando descifrar el enigma que se presentaba ante él.

La impotencia en sus caricias, y la necesidad de gritar y romper el cielo en su garganta.

Mi cuerpo estuvo amoratado algo más de una semana y cuando Harry me miraba se estremecía sin remedio. Era una tortura para él, le hacía recordar durante cada minuto la maldita caída, la desastrosa carrera al hospital y lo peor de todo, las palabras del doctor Brolin.

"Es benigno".

Ambos respiramos tranquilos. Quise lanzarme en su pecho y que me abrazase como hace por las noches, a pesar de que incluso el pestañear me provocaba un dolor indescriptible.

Pensé que todo había acabado. Que podría volver a casa con Anthony y dejar nuestra relación correr su curso natural. Harry y yo tendríamos que conocernos mejor antes de vivir juntos, tendrían que pasar unos meses hasta que me mudase con él. No había necesidad de hacerlo todo con prisas. No cuando el cáncer no me estaba matando.

"Pero..."

El reloj que el doctor tenía colgado en el despacho se paró. Las agujas se congelaron en el tiempo y la hora dejó de cambiar.

Tuvo que decir la maldita preposición para acabar con el increíble sueño temporal. Temporal. Algo que no es duradero. Algo que terminará acabando.

Y así todo empezó de nuevo, con mucha más intensidad, un miedo muchísimo más atroz. La llamada de la muerte empezó a arrullarme al oído de una vez por todas. Era una llamada paciente puesto que sabía que terminaría sucumbiendo, marchándome con ella.

Y de pronto no quise volver a casa. Quise irme con Harry. Sentí la necesidad de pasar con él el tiempo que me quedaba, compartir sueños estúpidos sobre salvarme y hablar de una milagrosa recuperación. Como si existiese algún Dios capaz de ayudarme.

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