Capítulo 2

4 0 0
                                    

Lana suspiro y el olor a alcohol impregno en sus fosas nasales. Lentamente abrió los ojos, al hacerlo recordó todo y se sintió estúpida. Ochos rostros le observaban, todos y cada uno de ellos lucía expresiones preocupadas.

Intentó incorporarse pero Nathael se lo impidió poniendo una mano en su hombro y obligándola a recostarse nuevamente. Obediente se quedó quieta.

Todo había pasado tan rápido que su mente no había tenido tiempo de procesarlo con calma y en vez de ello había colapsado. Días atrás antes de dirigirse al trabajo había abierto la página de la universidad San Gregorio, donde para su decepción encontró un foro donde los chicos que había aprobado el examen comentaban alegremente cuando era el inició de clases. Con un nudo en la garganta y lágrimas en los ojos siguió leyendo; a la mayoría les había llegado la carta de admisión hace un mes, era obvio que a ella no le llegaría. Y esa mañana estaba segura de que debía inscribirse en el sistema para ingresar a una universidad pública. Sabía que su sueño no iba a cumplirse y que ella debía aceptar la realidad.

Pero ahora cuando había elaborado otro plan de vida, el primero se hacía presente. Aprobó el examen, tenía una beca completa. Estudiaría en una de las mejores universidades de su país donde se destacaba la excelencia, donde los estudiantes que allí se graduaban tenían un futuro prometedor, donde estudiaban los hijos de personas ilustres. Ella había logrado entrar a la Universidad San Gregorio de Portoviejo, por muy loco que fuese lo había hecho. Su familia estaba orgullosa, y seguramente su mamá donde sea que estuviese también lo estaría.

¿Podía ser su vida más perfecta?

Tantas emociones inundaban su ser y ella no sabía cómo tomárselo, Quería llorar, gritar, reír y no sabía por dónde empezar.

— ¿Lo he logrado? —preguntó temerosa. Le asustaba infinitamente que la respuesta cambiase. Y le asustaba aún más haberse imaginado todo.

—No, ya no pienso decirte nada si vas a volverte a desmayar. —respondió su hermano mirándola aún con preocupación.

—Necesito saber si no lo imagine. Dime por favor.

Santiago quien se encontraba detrás de ella sacó la carta de su bolsillo y abanicándola en frente, se la enseño. Su visión no era muy buena pero estaba segura de haber leído el remitente, y si no se equivocaba era de la universidad.

Cuando tuvo la carta en sus manos nuevas lágrimas afloraron en sus ojos. Absorbió por la nariz y sin detenerse a pensar leyó la carta que aquel sobre blanco como la cal contenía.

Leyó detenidamente cada palabra sin saltarse ninguna por más insignificante que pareciera.

Al terminar de leerla sintió una euforia que no había sentido nunca antes. ¿Era feliz? No, era algo inefable, algo tan bueno que casi parecía irreal.

Lo primero que Lana hizo fue abalanzarse sobre su padre y abrazarlo. Hundió su nariz en el hueco de su cuello y lloró. A su mente vinieron recuerdos. Siempre que se lloraba su padre estaba para consolarla y en el día más feliz de su corta existencia lo estaba también.

Las caricias en su espalda no cesaron y sus hipidos tampoco.

—Shhh cariño, no llores, esto es algo que sabíamos pasaría. Eres una niña inteligente, siempre los has sido. —Ella se acurrucó más en sus brazos tratando de calmarse. Quizás su padre tenía razón, pero lo que le sucedía era tan difícil de digerir que ella no podía aceptarlo aún.

—Ahw la bebé llora en los brazos de papi. —En vez de molestarse por el comentario burlón de Sebastián se hundió más en sus brazos.

— ¿No querrá lechita en su biberón?

Corazón en CustodiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora