Diego y Mantangi

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Todos los días, en todas las ciudades del mundo, hay hombres y mujeres trajeados con vidas ajetreadas, que van corriendo de un lado a otro con el móvil en una la mano y un maletín en la otra. Toman el desayuno corriendo en la cafetería que está en frente, o al lado, o debajo de las oficinas donde trabajan mientras siguen hablando por el teléfono. A penas sonríen y van como si tuvieran la casa en llamas. Diego era de este tipo de persona, con una vida ajetreada, gris y lluviosa. Además Diego tenía repentinos e incontrolables ataque de ira hacia cualquier animal, persona o cosa. Cuentan que fue memorable aquella vez que una máquina expendedora de snacks se tragó una moneda de dos euros, y Diego fue capaz de tumbarla y abrirla a pulso sólo para sacar la bolsa de patatas fritas. Sólo esa, porque ante todo era muy cumplidor de las normas.

Por eso, después de lo ocurrido con la máquina como gota que colma el vaso, empezó terapia para intentar controlar esa ira que lo poseía. Así que un día se le podía ver estrujando una pelota anti-estrés cuando las cuentas no salían, al otro haciendo ganchillo cuando el café estaba frío o sacando media cabeza fuera de la ventana y despotricando cuando no estaba a tiempo el Excel que había que entregar. Cualquiera pensaría que Diego es de esas personas que se ahogan en un vaso de agua, pero es que su trabajo implicaba mucha responsabilidad: era contable en una empresa dedicada a la importación de anacardos.

Uno de esos fatídicos días, en los que nada salía como debería de salir, de esos en los que nuestro protagonista estaba un tanto alterado, recibió de sus superiores un billete de avión y la misión de hablar con el señor Radha, un agricultor que poseía tierras cercanas a los campos de la empresa, para poder llegar a un acuerdo crucial que les permitiera aumentar las hectáreas para la plantación de anacardo en . El vuelo salía al día siguiente y a regañadientes tuvo que preparar la maleta. Llamó a su terapeuta que le dijo que tenía que admitirlo y aceptar que ese día llegaría, puesto que era muy difícil trabajar en una empresa que hacía negocios en otro país y nunca tener que visitarlo. Que se lo tomase como unas vacaciones. Y diciendo esto, se despidieron hasta la vuelta.

Cogió el primer vuelo hacia la India que salía de Madrid. Trascurridas unas dieciocho horas, por fin llegó a . La noche despejada era cálida, húmeda. El bullicio de la ciudad ensordecía el ambiente. Multitud de coches, bicicletas y personas circulaban por las calles. Aquello le incomodaba profundamente. Tan sólo deseaba llegar al hotel para descansar después de todo ese ajetreo. Se encontró una habitación sencilla, bien arreglada y limpia, cosa que le hizo mejorar un poco el ánimo. Deshizo la maleta ordenando la ropa en el armario, se aseó y se metió en la cama de sábanas crujientes para dormir plácidamente.

La primera reunión con el representante del señor Radha y los trabajadores sería por la mañana temprano. A Diego le dijeron que tendría un guía en Bangalore y que lo iría a recoger al hotel para acompañarlo a la reunión. Confiado, bajó para indicar a la recepcionista que llamase a la persona que su empresa había contratado como guía. Se sentó, cogió un periódico en inglés y se dispuso a esperar a su chófer. Al cabo de media hora, entró un hombre joven, vestido muy elegante.

— Buenos días, ¿el señor Bermúdez? —Preguntó a la recepcionista, la cual le indicó con la cabeza dónde estaba Diego. Con una gran sonrisa se acercó hasta donde estaba su cliente.— Buenos días, señor Bermúdez. Mi nombre es Jayappa, seré su guía en el estado de Karnataka.

— Llega tarde. La reunión empieza dentro de cuarenta y cinco minutos y con esta circulación no llegaremos —dijo Diego dejando el periódico de forma brusca.

— Lo siento mucho, señor. Pero ha sido complicado levantar a Mantangi esta mañana, no le gusta demasiado la ciudad.

— No me importa si tiene problemas con sus hijos. Su responsabilidad es llegar a la hora. Guíeme hasta el coche, por favor.

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