Capítulo 3. Amanda

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Me miré en el espejo del baño y tuve nauseas por mi aspecto. Aquel era uno de esos días en los que me veía y podía decir con razón que me sentía fea.

Tez pálida, como si nunca hubiese recibido luz solar. Ojos rojos e hinchados, adornados con unas tremendas ojeras azuladas bajo ellos que aislaban completamente su color parduzco. Pelo claro sucio y desordenado, agrupado en su conjunto en la parte alta de mi cabeza, sujeto con una goma que había encontrado escondida en un acto de desesperación detrás de la mesita. El jersey viejo y arrugado, el primero que había encontrado tirado en el suelo, bajo la silla de mi escritorio. Y cero ganas de tratar de mejorar mi aspecto con maquillaje.

Podía oler mal y no importarme.

No lo hacía porque todo eso se debía a la horrible noche que había pasado, y al descerebrado de mi hermano pequeño.

Con once años, tú dirías que una persona debería ser capaz de controlarse a la hora de comer dulces, ¿verdad? Pues Dawson no. Así, en un descuido mientras yo estudiaba matemáticas, el agarró chocolate, dos paquetes de galletas y una bolsa de caramelos de la despensa y se los comió de una sentada. Me enteré de todo esto porque después lo vomitó todo. En su cuarto.

No solo tuve que limpiar aquella asquerosidad sino que además tuve que cuidarle porque le seguía doliendo el estómago. No me dejó separarme de su lado hasta que se durmió, y eso fue pasadas las tres de la mañana. Sobra decir que mi madre aún no había llegado.

A las cinco estaba a punto de quedarme dormida estudiando matemáticas cuando la escuché llegar. No me molesté en salir a comprobar.

Sin embargo hoy, a menos de dos horas del examen, pagaba las consecuencias de todo. Y de nuevo, las pagaba en silencio.

—No quiero ir al cole.

Pasé de largo a Dawson en la cocina. Estaba revolviendo sin ganas un bol de cereales con leche que dudaba seriamente que fuera a comer. Después de todo lo que había vomitado el día anterior, podía hacerme a la idea de cómo se encontraba del estómago.

—Está bien, cuando mamá despierte dila que te encontrabas mal y que llame a tu profesora —accedí, porque no tenía ganas de pelear con él—. Puedes aprovechar para hacer los deberes que no hiciste ayer.

Dawson hizo una serie de sonidos de burla, pero decidí pasar olímpicamente de él. No peleas, no drama. Y yo no tenía cuerpo ni cabeza para el drama.

Por supuesto, el mundo no estaba a mi favor ese día.

*****

Salí atontada de mi examen de matemáticas. Sam había intentado copiar mis respuestas pero el profesor la atrapó y la mandó a la otra punta del aula, lo que me dio un poco de tranquilidad. Sin embargo el cansancio cada vez se apoderaba más y más de mí, impidiéndome reaccionar como una persona normal.

En el pasillo, un cuerpo chocó contra mí y me lanzó directa hacia las taquillas. Cerré los ojos cuando mi espalda chocó contra el duro y punzante metal. Estaba segura de que una cerradura se me había clavado entre las costillas.

Abrí mis ojos lagrimeando para descubrir al culpable, y encontré a Nate Lewis mirándome como si fuera una alucinación.

—¿Estás bien? —Me preguntó.

Por lo menos tenía educación. Conocía a Nate de una clase que tuvimos juntos el curso anterior. Lo conocía precisamente porque él apenas asistía y, cuando lo hacía, se encargaba de dar la nota. Era una mezcla de prepotente chico malo, pijo, mimado y malcriado. Algo que no te esperas encontrar, porque de acuerdo al status quo, o eres un pijo mimado, o eres un prepotente chico malo, pero no todo a la vez.

Amor Fingido © || 6 de mayo 2021 en físicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora