➳1. Sí, acepto.

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—Bueno, al parecer no —murmuró Emma como respuesta a mi propuesta; su mirada preocupada alternaba entre mi rostro y el techo blanco de la habitación, procesando lo que acababa de decir—, definitivamente no, no tenía ni idea de hacia dónde te dirigías.

Abrí mi boca para contestar, pero la cerré prácticamente al instante; la idea definitivamente sonaba mejor en mi mente. Vivir una mentira cada día, engañar a todos nuestros conocidos, meternos en laberinto del cual sería muy difícil salir; incluso, por desgracia, tener que soportar el montón de prejuicios que la sociedad parece aún tener sobre las personas que andan con alguien de su mismo género. ¿Todo eso tan solo para pegarles un pequeño susto a nuestros hermanos? Incluso aunque sí valiera la pena, la mentira no duraría para siempre. Algún día tendríamos que decir la verdad, así lo deseáramos o no: alguien lo descubriría. Y ahí todo sería peor, incluso peor que ahora. Se enojarían, podrían hasta separarnos.

—Yo tampoco —decidí contestar luego de mi pequeña reflexión—. Déjalo, Emma, supongo que era una tontería.

No, no lo supongo, lo es. Es una tontería, una grande.

—No, no, explícamelo —rogó ella haciendo un pequeño y adorable puchero, que parecía tener efecto en todos menos en su hermano Luke.

El pequeño y adorable puchero de Emma nunca sirvió para que Luke le permitiera ir a una fiesta, ni para que le dejara salir con un chico, mucho menos para que le permitiese beber alcohol, o incluso ir a una tarde de chicas que incluyera más chicas que su madre, una que otra prima y, por supuesto, yo. Nada servía —ni sirvió, ni servirá— para que Luke dejara a Emma dejar hacer las cosas normales que una adolescente normal con una vida normal hace. Y Ashton parece seguir el ejemplo de su mejor amigo, para mi desgracia.

—Es que es muy tonto —confesé avergonzada; negándome a compartir mi estúpido plan—. Es lo más jodidamente estúpido que pensé hacer jamás, y tú conoces muy bien mis ideas estúpidas. Nunca, jamás, acaban bien. Y esta no es la excepción.

—Vamos, Charlie, por eso mismo. Que las conozca no quiere decir que alguna vez las haya seguido.

Allí estaba el apodo que tanto odiaba pero que nadie parecía querer dejar de llamarme. Lo había obtenido cuando empezó la primaria; Ashton decidió pegarme un chicle en el cabello para que mamá tuviera que cortarlo, dándome una apariencia poco femenina, así los chicos no se sentirían atraídos hacia mí. Para completarlo, él decidió decirles a todos que yo en realidad era un chico, que el nombre que figuraba en la lista era un error de tipografía que había cometido la dirección del colegio y que mi verdadero nombre era Charlie. Larga historia corta, todos pensaron que era un chico algo afeminado hasta que me crecieron los pechos y me volví lo suficientemente inteligente para evitar que Ashton continuara pegándome chicles en el cabello para que tuviera que seguir cortándolo. Pero ya era muy tarde, incluso para los maestros era Charlie, no Charlotte. Eventualmente me acostumbré, ya no me molesta que me llamen así, incluso en ocasiones me presento de esta manera, para evitar confusiones posteriores, cuando comenzaran a ver que nadie me llama Charlotte; pero aun así es algo molesto que nadie nunca te llame por tu nombre real.

Mucho más molesto es saber que obtuviste tu apodo por la obsesión de tu hermano, no por algo que hayas hecho, algún talento o alguna contracción de tu nombre. Ni siquiera obtuve mi apodo a raíz de alguna situación embarazosa. No, lo obtuve gracias a la obsesión de mi hermano; como todo en mi vida.

—Bueno —accedí finalmente—, pero no digas que no te lo he advertido.

—Sí, sí, lo que tú digas. Vamos, que me da mucha intriga —apuró.

La novia de mi hermana ➳ Luke HemmingsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora