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Suspiré mirando las pegatinas de estrellas brillantes que estaban en el techo.

Paciencia no era precisamente mi segundo nombre y ya había esperado demasiado. ¿Once minutos no eran suficientes para contestar un simple "Hola"?

Gruñí por la frustración que me causaba la situación y me maldije internamente por no haber usado whatsapp para realizar el contacto.

Por lo menos ahí sabría si vio o no mi mensaje. Pero enviarle otro por ese medio demostraría demasiado mi desesperación.

—Claro, porque enviarle un texto a tu ex a medianoche de un viernes es típico de una persona con la agenda llena de compromisos, ¿no? —me reprochó mi conciencia.

Rodé los ojos. Estaba por suspirar de nuevo cuando el celular vibró.

Me levanté cual desaforada de la cama para tomarlo -lo había dejado sobre el escritorio para convencerme a mí misma de que no correría por él-. El movimiento brusco provocó que me marease y tropezase con el alargador de cables que yacía en el piso.

— ¡No puede ser en serio!

Y así estaba: de bruces en el suelo con un pie enredado, dolorido y con riesgo de electrocutarse; y con un celular que no dejaba de emitir aquella molesta lucecita que solo indicaba una cosa...

Había un mensaje en mi casilla.

-Llamando a Lautaro-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora