Carta segunda.
Querida Samantha:
La felicidad propia equivalente a la felicidad de otra persona no es posible y existente del todo -y en absoluto- no existe, es irreal.
La miseria, por el contrario puede compartirse. Y de alguna manera lo hice parecer un sentimiento.
Fue uno de mis sentimientos hacia ti.Tu manera de escribir pone al descubierto mis teorías acerca de los estados anímicos y su potencial en los talentos. Nunca me escribiste nada, y al hacerlo pude sentir tu ira, y tu tristeza.
No puedo negar que te amé, y espero que lo hayas sabido bien, y que sepas que lo sigo haciendo. Pero al ser conscientes -ambos- de que mi odio por mi mismo es -o fue- más que mi odio por otras cosas que no han de tener importancia en el momento.
Creo que es el momento preciso de explicarte que me fui porque no estaba completo, porque estaba perdido, porque no habían razones suficientes para sentirme bien. Porque quise comprender que tanto tiempo necesitaba. Leí cada una de tus cartas y aunque me doliese no responderlas, tenía que hacerlo por un bien propio por primera vez.
Esperé por ti mientras estaba roto, y cuando llegaste necesitaba encontrarme.
Y a pesar de que no estoy seguro de que me esperes, quiero volver. Porque eres la única persona que podría recoger mis pedazos y así arreglaría todo, con tan solo tocarlos. Así arreglabas -o arreglas- todo a tu paso; con un toque.
No quiero llamar a lo nuestro 《amor》porque es diferente. Es fugáz, es impulsivo, es sincero, es candente, es valentía, es esperanza, es precisión, es desesperación, es deseo, es belleza y felicidad, es brillante.
Y si eso es lo nuestro, imaginate que eres tú. Eres más, siempre serás más. Me fascinas, me fascina tu manera de hablar, de pensar, de expresarte, me fascina la manera en la que puedes ser la única persona que puede verme llorar, me fascina como bailas, como ríes, como cantas, como me miras, todo.
Siempre podras fascinarme, absolutamente siempre, y entenderás que en el tiempo que me perdí te encontré, y encontré todo lo que nunca perdí, porque simplemente nunca lo tuve. La manera en la que me hacías alucinar más que una droga era... asombrosa.
Eras más adictiva que la heroína, eras más interesante que un libro, eras más lista que las matemáticas, y más preciosa que el Edén.
Tu nombre no era una canción, era una daga, te clavaba si lo oías. Tus ojos no eran dos perlas finas, eran una creación divina. Tus manos eran la suavidad profunda de tu alma, tu alma era un niño encadenado. Tu mente era la ecuación perfecta. Y tú eras el fruto prohibido que sabía a Dioses.
Pero hemos de ver aquí, tan perdidos, como dos niños recorriendo el bosque en busca de cuentos fervientes, con el amor y el deseo en manos del delirio.
No siento amor por ti, porque el amor -aunque sea infinito- es muy corto. Y lo que yo siento por ti no es así de corto, es inmenso, nunca acaba acá, ni allá, no concluye. Es más grande que esto, es más grande que todo.
Si todo lo que sube tiene que bajar, en algún momento deberá volver a subir, y la inercia de dos cuerpos no lo evitarán.
Para poder concluir como creo que se debe, te pido que me esperes, aunque suene delirante y aunque no tenga alguna esperanza a que lo hagas Sam.
Te veo luego -o espero hacerlo- pequeña Sam.
Con -lo que sea que es, pero que no es 《amor》-
Te ama, -con todo su roto corazón-
Dante.