Las lágrimas corrían por sus mejillas, mi vista se nublaba mientras sostenía su mano entre las mías.
-Mami, no digas esas cosas.- negué con la cabeza, como si estuviera convenciendo a mi misma que todo solo era una broma de mal gusto de parte de la vida.
-Hay que considerarlo amor, todo esto es real, tu mami está muy, muy mal, no podré quedarme contigo para siempre.-
Estábamos en la sala, yo me encontraba arrodillada a su lado y ella estaba sentada, solo algunos rayos de la puesta de sol iluminaban el hogar, y entre todo el silencio nuestros sollozos eran lo único que se podía escuchar en la casa.
-no, no digas eso mami, eso es muy feo de pensar, no quiero, no.- la abracé, y seguí llorando en su regazo, como una niña, una niña indefensa, vulnerable.
Justo lo que era.
¿Que parte de la vida no estaba entendiendo?
La más difícil, aquella que queremos evitar por siempre.
La muerte.