Prólogo.

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Muchas veces sentí que la vida era cruel e injusta. Todo el tiempo veía a los chicos y chicas de mi edad tener una vida de fantasía, llena de paz, amor y comprensión. Viviendo una vida normal y sin miedo. Muchas veces me vi deseando una vida como la que ellos tenían porque yo no era una adolescente normal, no pensaba en chicos ni en la ropa que estuviera de moda.

No buscaba amistad en nadie, el miedo a que la verdad fuera descubierta era más fuerte. Mi infierno personal empezó hace ya tanto tiempo que me había acostumbrado a él.

Tenía sólo cinco años cuando mi madre murió. Recuerdo que Diciembre había iniciado, mi cumpleaños número seis sería dentro de muy poco tiempo. Ella manejaba el auto durante una ventisca, yo estaba en el asiento trasero. Mi padre me dijo que el motivo del viaje era el buscar un regalo para mi cumpleaños. Aunque lo dudo.

Han pasado casi doce años desde ese evento, doce largos años desde que una sonrisa se posara en mi boca.

Apenas recuerdo cuando entraba a la casa llorando por alguna caída y ella se acercaba con esa sonrisa hermosa que solo mostraba al cuidar sus preciadas flores y me abrazaba, sentía una gran calidez estando envuelta en sus brazos.

Me decía que tenía que ser fuerte al dolor estremeciéndose cuando lo decía.

El día que murió yo estaba en el hospital. No recuerdo que había pasado. Solo desperté para enterarme de que ella había muerto. Cuando salí del hospital mi padre me esperaba para ir al entierro. Me dio ropa negra que me puse sola y recogió mi cabello en una cola.

Cuando llegamos al cementerio había muchas personas. Algunos de los hombres veían a mi padre con enojo. En los ojos de una pareja en especial había un sentimiento más pero no supe identificar que era. Me hacía sentir incomoda.

Un hombre dijo unas palabras por mi madre, eran palabras bonitas que describían una buena familia. Observe a mi padre tomar un puñado de tierra y aventarlo al hueco de tierra donde estaba mamá. Yo tenía una rosa blanca en las manos y me indicaron que tenía que tirarla por el mismo hueco. Eso hice.

Pasó un tiempo, mi padre hacía lo posible para que la ausencia de mamá no me afectara. Pero era una niña, inevitablemente pregunté por ella. No debí haberlo hecho.

Recuerdo el dolor en mi mejilla, luego vino un ligero ardor que se quedó por bastante tiempo. Lloré, claro que lo hice. ¿Qué niño no lo haría? Pero eso también fue un error. A mi padre nunca le habían gustado los llantos. Eso hizo que una nueva bofetada me diera en el rostro.

Aprendí rápido. Si haces algo mal te espera un castigo, si te llegan a castigar nunca se debe llorar, ni gritar. Esas eran las nuevas reglas de supervivencia. Trate de decírselo a alguien, sabía que el que mi padre me pegara no era bueno, primero a mis maestros, ellos mandaron llamar a mi padre, él me enseñó que jamás debía volver a hacerlo.

Entre a mi segundo año en la primaria. Para ese entonces ya sabía que todo lo que ocurría en casa jamás se decía. Cuando mamá vivía yo era alegre y participativa en la escuela pero poco a poco lo deje de ser no quería que me notaran. Comencé a ser más tímida y retraída.

Las clases se hacían muy cortas, la escuela era mi momento de paz. Pero cuando cumplí los diez las cosas empeoraron. Mis compañeros comenzaron a cambiar, se hicieron crueles, yo destacaba por ser diferente, por no ser materialista y superficial como ellos. Mis amigas dejaron de hablarme y los niños a molestarme, fui objeto de burlas y bromas. Ellos no sabían por qué me portaba de esa manera así que nunca los pude odiar.

Los profesores no hicieron ni dijeron nada. La escuela se volvió un nuevo infierno. Descubrí lo que la soledad significaba. Lo que la agonía representa.

Mis notas cayeron y mi padre se enteró. Los siguientes días no pude levantarme de la cama. Aprendí otra cosa, ser una hija perfecta mantiene a padre feliz. Tomé los deberes de la casa como propios. Al cumplir once ya hacia las tres comidas en casa, me encargaba de todo y mis notas subieron.

¿Me afectó? Claro que lo hizo. Ya no tenía un lugar de paz ni ganas de buscar uno. Todo el tiempo pensaba en lo que podría haber hecho mal. ¿Qué puede haber hecho una niña pequeña para que su padre la castigue de esa manera? Nunca encontraba la respuesta así que me rendí a que mi vida sería así siempre.

Pero un rayo de luz se presentó en la profunda oscuridad en donde estaba. Una luz que me ayudaría a salir de ese pozo sin fondo en el que me encontraba. Y yo tomaría todo lo que pudiera, porque él me devolvió un poco el valor que había perdido en estos años. Él me devolvió la sonrisa que me había sido arrebatada.

Dejando ir el dolor.  #Misterio/SuspensoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora