Capítulo 3

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Los nervios crecieron en mi vientre ante la mirada azul que se posada en mí. La forma en que apoyaba la cadera en el asiento y sus brazos cruzados me hacían entender que no se iría sin una explicación.

— Disculpa pero eso no te incumbe. — Odie que mi voz sonara tan débil. Mis ojos quedaron fijos en mi asiento. Mis manos jugaban con mis dedos. Sabía que si levantaba la mirada lloraría. No había llorado desde que padre me dio la primera paliza a los nueve años.

Él se había dado cuenta, podía ver mi dolor, mi sufrimiento y quería explicaciones. No me conocía y aún así quería ayudarme. No podía dejarlo. No era el único que lo en notado, otros lo habían hecho pero la última persona que trató de ayudarme había desaparecido sin dejar rastro.

— No me recuerdas ¿verdad? — su voz fue dulce, alce mi cara confundida. Me sentí mareada por un instante. Marcus tenía una sonrisa triste. Sus ojos tenían un brillo extraño, me sentí incómoda bajo su mirada.

Fruncí el ceño. Esa mirada la había visto en alguien más una mujer que solo me dio la espalda en cuanto le dije el nombre de padre. La ira corrió por mi cuerpo, en sus ojos había lástima. Al parecer él sería igual a todos. Sabría el problema pero voltearía su mirada a otro lado y se iría.

Enojada y sin medir consecuencias me levanté de mi asiento, fue tan rápido y repentino que no pude contener el grito que salió de mi lastimada garganta. Sentí como mi tirante espalda comenzaba a sangrar aún más. Mis sollozos se escuchaban por toda el aula.

Antes de siquiera comprender lo que ocurría Marcus estaba a mi lado sosteniéndome.

Vagamente como si estuviera en un sueño. Lo vi sacar algo rectangular de su pantalón, probablemente su celular. Maldiciendo golpeo eso rectangular varias veces.

— Necesito que vengas por mí. — dijo Marcus. Apenas comprendía sus palabras. Podía sentir el pulso acelerado en los oídos. Mi vista por momentos se oscurecía.

— Sólo date prisa. Amy está mal. — Marcus guardó el rectángulo que ahora estaba segura era un celular. Me alejó un poco de su cuerpo, lo suficiente para que pudiera ver mi cara.

La bruma del dolor se iba despejando de mi mente, mi padre había hecho mucho más daño del que creí en un principio. Mis ojos grises quedaron atrapados por los azules de Marcus. El conocimiento de algo golpeó mi cerebro.

— ¿Cómo sabes mi nombre? — le pregunté. Él me miró a los ojos buscando algo, por su expresión no lo encontró. Resistí el impulso de disculparme, yo no tenía la culpa de su decepción.

— Mi padre te conoce, él me dijo que te cuidara. — su voz fue amable, calmada.

Por una extraña razón me sentía bien teniéndolo a mi lado. El dolor de mi espalda, brazos y muslos no se calmaba pero el dolor que apresaba a mi corazón se iba desvaneciendo.

— Vamos Amy, padre vendrá por nosotros. — su tono de voz no cambio, mis ojos se abrieron con temor. Comencé a sentirme confundida. ¿Tanto me odiaba para entregarme a padre? ¿Por qué?

— NO, Marcus no. No me lleves con padre, él estará enojado. Por favor con padre no. — mi voz cada vez subía de volumen. Agarre su brazo con fuerza, casi enterrando mis uñas en su piel. Sentía el pánico crecer. Ya no importaba si alguien se enteraba.

No quería que padre estuviera cerca. Recordaba lo último que había dicho, no quería que fuera peor.

Marcus pasó su brazo por mis hombros y mis rodillas para cargarme. Un sollozo salió de mi garganta por el dolor, me sentía tan mal, comencé a forcejear un poco, realmente dolía demasiado. Él trato de calmarme pero no podía. Hizo unas maniobras para agarrar mis útiles y los suyos.

Me abrazó más cerca de él tratando de que no me moviera tanto. Caminó hacia la salida, nadie lo detuvo. Alcé la vista para ver los pasillos desiertos.

— Tranquila es mi papá el que vendrá Amy, no el tuyo. Es mi padre escuchas. Tranquila. — mi respiración seguía agitada pero me iba tranquilizando.

¿Podría contar con él?

Nunca, nadie había querido hacer algo por mí, veían a mi padre e inmediatamente volteaban la mirada temerosos de lo que les pasaría si intervenían.

¿Podría confiar en él?

Algo muy dentro decía a gritos que sí. Marcus Harvey ¿Qué tenía él que hacía que los muros perfectamente erguidos se derrumbaran con solo una mirada?

Unos minutos después el ruido de un auto se escuchó, frente a nosotros se paró un auto negro con cristales polarizados. Un hombre de traje salió de éste.

— Hijo ¿Cómo está? — la voz, esa voz la conocía pero no podía pensar con claridad dónde la había escuchado.

— Creo que tiene fiebre. — uh ¿quién tenía fiebre? El cielo comenzó a girar. Vaya, el cielo estaba despejado. Tan azul. Como los ojos de Marcus.

Tenía sueño. Marcus entró al coche yo iba a su lado, él no me soltó.

— Duerme Amy, ya estás a salvo.

Su voz era tan suave y calmante. Así que eso hice.

* * *

— POR DIOS, ES SÓLO UNA NIÑA, ESE MALDITO MERECE TODO LO MALO QUE LE LLEGUE A PASAR.

Desperté por el grito de una mujer. El dolor ardiente había pasado a un dolor punzante, mi boca se sentía pastosa y seca. Seguramente me habían dado algún sedante, el ligero dolor de cabeza tendría que ser por la fiebre.

— Tranquila mamá, entre papá y yo curamos todo lo que pudimos.

— Pero hijo, ella debe ir a un hospital, su espalda y brazo tienen que ser atendidos correctamente.

Abrí los ojos, el pánico golpeó de nuevo a mi cuerpo, no podía ir al hospital, ¿Cómo pude bajar así la guardia? Mi padre seguro me mataría por dejar que vieran mis heridas.

— No mamá si la llevamos al hospital su padre jamás nos permitirá verla de nuevo. La perderemos mamá.

Tuve que hacer algún movimiento o sonido porque en unos momentos después tenía frente a mí un par de ojos azules.

— Tranquila Amy estás a salvo. — trate de levantarme, el dolor volvió cuando hice el movimiento, Marcus puso sus manos en mis hombros impulsándome con gentileza a la cama. — Shh no te muevas, tus heridas se abrirán.

Me quede viendo sus ojos. Su determinación, su fuerza, sus ganas de protegerme todo se podía ver en sus ojos.

— Amy sigue durmiendo. Te hará bien. — Volteé hacia la voz, ojos grises iguales a los míos me miraban. Mis ojos se llenaron de lágrimas. No sabía porque.

— No llores, solo duerme. Cuando tengas más fuerzas hablaremos. — Asentí con la cabeza. No podía confiar en mi voz.

Cerré los ojos. Realmente estaba cansada y adolorida. Confiaría en ellos, solo por un momento. Ya después vería cómo arreglar las cosas con mi padre.

Dejando ir el dolor.  #Misterio/SuspensoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora