Capítulo XXVII

504 58 5
                                    

Los días se convirtieron en meses y los meses en años. Ambos muchachos crecieron, vivieron momentos muy felices y momentos donde las carencias eran tantas que se preguntaban si valía la pena seguir caminado. Pero lograron seguir adelante. Se hicieron fuertes y sus voces fueron graves, pero sus rostros conservaban un vestigio aniñado, como si de verdad no quisieran crecer, como si el niño que llevaban dentro quisiera poder vivir una infancia que le fue arrebatada.

Y ahí estaban de nuevo, años después, caminando por La del Valle. Era tarde, el cielo estaba de un color rojo que oscurecía las nubes que se movían como barcos sobre un mar en llamas.

Bill consiguió ser más alto que Kidd, pero eso no cambiaba sus atenciones con él. Al final ellos se juraban como hermanos, y como hermanos vivían. Estaban caminando buscando un coche o una casa con las ventanas abiertas.

-Ya va a ser la hora, vamos a perderlo -decía Bill un poco angustiado, mirando a todos lados.

-Lo vamos a encontrar, no te preocupes. Todavía tenemos tiempo.

-Kidd, lo vamos a perder, y no quiero. Necesito saber que pasó -decía Bill fingiendo llorar. Aunque una parte dentro de él de verdad quería hacerlo.

-¡Ahí! ¡Ahí, mira, en esa esquina hay una ventana abierta! Y escuchó que algo suena, puede ser -ambos muchachos corrieron hasta la esquina donde las cortinas de una casa aleteaban con el viento. Se pusieron a ambos lados de la ventana y pegaron la oreja para saber si había alguien dentro.

Se escuchaba el murmullo de un chorro de agua y el tintineo de cristales. Era posible que la criada estuviera lavando los trastes. El radio -que era lo que les importaba a los muchachos- estaba encendido y se escuchaba un reporte del clima. Iba a haber bajas, muy bajas temperaturas los próximos días.

-Ay, ya cállate méndigo reportero -dijo Bill desesperado-. ¿Crees que sea la estación correcta? -preguntó a Kidd con una sonrisa.

-Sí, es lo que casi todos escuchan. Y si no, yo me meto para cambiarle por ti -le sonrió Kidd.

-Ay, no. Es zona de ricos, ya ves que son bien payasos.

-Por ti me arriesgo eso y más.

-Y yo por ti también, Kidd -entonces se interrumpieron. Estaba sonando la presentación de Ultramarinos en el radio. La cara de Bill se iluminó por completo mientras se recargaba contra la pared y se sentaba. Kidd hacía lo mismo a su lado.

Quizás él no fuera tan fan de aquella medio novela, pero Bill sí y lo hacía feliz, que era lo que le gustaba a Kidd. Todos los días, a eso de las seis de la tarde buscaban un coche o una ventana abierta, a veces hasta tiendas de radios -donde no los echaran con la escoba- sólo para escuchar los cuarenta minutos donde el narrador contaba las aventuras de un grupo de piratas en el atlántico.

"... las olas balanceaban violentamente el barco. Era una tormenta terrible que amenazaba con tirar a los hombres en cubierta.

-Creo que es el fin, capitán Bill -dijo Cormack sujetándose a una cuerda-. Creo que de aquí no saldremos nunca más. Tritón nos quiere en su barriga.

-Ah eso no, mi querido pirata de un palo -el capitán Bill contestó-. Yo seré quien los saque de esto, siempre ha sido así."

-...siempre ha sido así -dijo a la vez Bill. Era la frase favorita del capitán y él la decía constantemente cuando él y Kidd se encontraban en aprietos.

La radionovela continuo por quince minutos. antes de que el narrador diera paso a los anuncios dijo:

-Esperemos que esté disfrutando las últimas presentaciones de Ultramarinos. Después de haber estado casi quince años al aire, debemos decir adiós. Son tiempos nuevos y difíciles, pero recuerde, querido radioescucha que su narrador, Reis, ha disfrutado contarles esta bellísima historia. Y eso no hubiera sido posible sin cigarros Viceroy, el amigo de toda suave voz. Fume cigarrillos Viceroy, los del conocedor. Volvemos.

Goldenblood Donde viven las historias. Descúbrelo ahora