Cuatro

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  Algunos suaves mechones de mi cabello acariciaron la fría piel de mis mejillas. Estaba mareada y desorientada. Intenté llevar ambas manos hasta mi vientre, en donde las repentinas nauseas me hacían querer vomitar la poca comida que había ingerido en el desayuno. Sin embargo, mis brazos colgaron inertes a ambos lados de mi cabeza cuando intenté elevarlos. Fue así, como comprendí que el taxi había volcado. Entonces, siseando con dolor, empujé con ambas manos el techo del vehículo. Después, desabroché con dificultad el cinturón de seguridad e intenté no hacerme demasiado daño al caer. Algo líquido, espeso y caliente marcaba un sendero húmedo desde mi sien hasta la sensible piel de mis labios. Tenía un gusto metálico y ardía como el más intenso de los fuegos del infierno.

  De repente, un gemido estrangulado inundó el silencio de aquel oscuro lugar. Palpé a ciegas el reducido espacio hasta encontrar el móvil. Una gran brecha dividía la pantalla en dos mitades imperfectas cuando activé la linterna. Alumbrando primero el exterior del coche, pude observar varios neumáticos y piezas mecánicas esparcidas por el oscuro asfalto de la carretera. No hubo ninguna luz en aquel túnel que volviese a alumbrar el tétrico lugar. Tras varios minutos, me giré y encaré con la pequeña luz a aquel que gemía con dolor.

  El taxista agonizaba sobre su asiento mientras se retorcía intentado escapar de aquello que una vez yo quise encontrar. El intenso brillo de sus ojos carmesí observan con placer la gran catarata de sangre que caía libre por el cuello del hombre. Una sonrisa macabra se formó en su rostro cuando observó con admiración cómo el último extracto de vida se escapaba de entre los dedos de aquel inocente. Después, soltó su cuerpo y dejó que cayera inerte sobre la dura superficie del vehículo. Lamiendo algunas gotas de sangre, aquel extraño ser posó su mirada sobre mí. Profundas cicatrices negras surcaban un rostro tan desfigurado como malvado. Aún con la escasa luz, pude ver con claridad finos colmillos ensangrentados asomando con su boca. Su pelo, antes bien recogido, ahora caía por sus hombros libre y encrespado. Todo atisbo de la hermosa mujer con la que decidí viajar había desaparecido.

  —Tu turno —dijo relamiéndose los labios.

  Asustada, comencé a golpear el cristal trasero en un intento de conseguir una vía de escape. Su aterradora risa sonó a mi espalada mientras yo conseguía romper la luna y arrastrarme hasta el exterior. El gran corte que uno de los laterales del vidrio había provocado en mi cadera no me impidió correr y saltar los diferentes obstáculos que con la luz del teléfono lograba ver. Un baño de sangre pintaba las paredes del túnel que tantas veces había recorrido hasta llegar a la oficina. Cientos de vehículos ardían frente a mis ojos mientras los ensordecedores gritos de dolor flotaban sobre el putrefacto hedor del aire.

  —¿Crees que conseguirás escapar? —preguntó—. Siempre cumplo con mis encargos. ¡Estás en mi lista, María!

  Obligué a mis piernas a moverse con mayor velocidad conforme escuchaba sus pasos tranquilos más y más cerca de mí. Mi pecho ardía y mi cabeza daba vueltas. Aquella misma sensación de cansancio que había experimentado durante las últimas semanas llegó hasta mí con delicada fuerza. No lo hizo así el pensamiento de creer ser observada por todos, justo como en el día anterior. El problema no era que alguien me observase mientras yo luchaba por mi vida, sino el saber que todos aquellos que pudieran verme ardían entre las crueles llamas del gran incendio en la carretera.

  Su despiadada risa me persiguió cuando, a lejos, logré vislumbrar una pequeña luz blanca. Una salida. Entonces, seguí corriendo mientras sus amenazas danzaban entre la tensión del ambiente.

  —Carne fresca para mi rey. Eso es lo que eres.

  Su voz se distorsionaba cuanto más me acercaba hasta la salida. Sin embargo, mis rodillas fallaron y caí de forma dolorosa contra el pavimento. Intenté levantarme una y otra vez, pero una nueva presión en mi cráneo me obligaba a permanecer inmóvil sobre el frío suelo. De nuevo, con cada respiración, una nube de vaho huía traviesa de mis labios. Solo en invierno hacia tanto frío en Madrid. No era posible que se diera aquella temperatura en el mes de mayo, a pocas semanas de la llegada del verano.

  —Te tengo —sonrió victoriosa—. Estoy cansada de jugar contigo. Eres muy aburrida, ¿lo sabías?

  Sus dedos, tan gélidos como el hielo, apresaron mi garganta con fuerza. Probé con patadas, arañazos e incluso insultos, que me dejara libre. Sin embargo, el tiempo pasaba y el oxígeno no llegaba.

  —A Belial le encantará mi regalo —comentó—. Los demonios como él disfrutan de los humanos arrogantes y viciosos como tú. Otros, como yo, obtenemos más placer cobrando tratos. ¿Recuerdas el tuyo, María?

  El fuego en su mirada aumentó cuando cesé mi ataque fallido. Cientos de preguntas se formulaban en mi mente antes de perderse en algún recóndito lugar de mi garganta. Entonces, la presión sobre mi cuello disminuyó. Con toda la potencia que pude reunir, pateé su pecho hasta hacerla caer. Me levanté tosiendo y emprendí de nuevo mi camino hasta la supervivencia.

  El recuerdo de una calurosa tarde de verano en el campo nubló mi mente. Acababa de cumplir los quince cuando ella apareció. Era una mujer tan hermosa como peligrosa. Sus ojos negros y su sonrisa torcida debieron haber sido motivo suficiente como para alejarme de ella y seguir con mi camino. Pero yo era una adolescente tozuda y orgullosa que no podía creer que su reciente primer beso hubiera sido tan patético y vergonzoso. Era la más bella del pueblo, ¿cómo había podido Nicolás, el gordito de su clase, besarla en medio de la plaza? La decepción navegaba libre por mis venas cuando aquella extranjera me ofreció de forma fácil y sencilla lo que desde aquel momento deseaba: vivir en la ciudad. Había sido tonta e ingenua. Mientras yo soñaba con la maravillosa casa que tendría, aquella diabólica mujer hilaba el entramado de un futuro repleto de fracaso. Deseé una vida de lujo en la ciudad, alejada de la misma rutina de siempre. Y ahora, me parecía imposible que después de casi diez años tuviera que pagar por un engaño. Vivía en la ciudad, pero no había conseguido escapar de la austeridad y la monotonía.

  Finalmente, atravesé la salida y escapé de la oscuridad del túnel que podría haber supuesto mi muerte. Creyendo estar a salvo, me dejé caer vencida de rodillas en el asfalto. Algunas piedras pequeñas se clavaban en mis rodillas, pero yo no podía atender a otra cosa que no fuera la inmensa alegría floreciendo en mi pecho. Había logrado sobrevivir a aquel infierno. Había conseguido escapar del demonio que debía llevarme hasta un mundo de miseria y agonía. Había...

  —El Diablo siempre gana —dijo aquella terrorífica voz en mi oído.

  Fue entonces cuando sus garras envenenadas arrasaron con la piel de mi cuello. Llevé mis manos hasta la gran herida y observé con terror cómo la sangre brotaba furiosa. Caí al suelo mientras intentaba regresar a mi alma la vida que se me escapaba. Solo entonces, comprendí que desear tener aquella novedad que tanto ansiaba en mi vida me había costado mucho más de lo que esperaba. También entendí que no era el cansancio ni el estrés lo que me había llevado a esta situación. No, todo había sido parte de un juego, el principio del castigo que debía recibir por mi avaricia y mis malos actos.

  Entonces, observé por última vez cómo mi sangre se mezclaba con el gris del cemento y cómo volaban por el cielo las cenizas rojas del fuego del infierno.

De sangre gris y cenizas rojasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora