La Estrella II - Soledad

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No sabía la razón, pero corría con todas sus fuerzas, como si quien la persiguiera fuera un peligro mortal en vez de su inspectora. No le importaba en esos momentos cuestionar la lógica de lo que hacía. Sólo se dedicaba a correr.

Spica con su llanto había llamado la atención de la inspectora que hacía una inusual ronda por las zonas más antiguas del internado. La severa mujer había hecho el intento de regañarla pero apenas había escuchado su duro tono de voz, la joven salió de su escondite y corrió tan fuerte como sus piernas le permitieran hasta la puerta que conducía al edificio más antiguo. Una construcción muy vieja, apartada, que solía ocuparse como bodega y que tenía algunas salas pequeñas que aún se solían usar para clases de pocas alumnas. 

Algunos de los pasillos estaban llenos de cajas, artículos, sillas y mesas viejas. Spica al pasar por ellos pudo escuchar cómo estos objetos aleatorios se iban desmoronando tras su paso, bloqueando el camino de cualquiera que intentara perseguirla. A lo lejos, podía escuchar por el eco de los pasillos cómo la inspectora pedía ayuda en voz alta y que otros adultos respondían a su llamado, preguntando qué había pasado. Escuchaba que se iban sumando una, dos, tres voces; que preocupadas trataban de buscar alguna entrada alternativa para poder ingresar al edificio y sacar de ahí a la joven que podía estar en peligro al entrar en una edificación tan vieja y descuidada.

Tal vez el escapar había empeorado la situación en vez de mejorarla, pero no podía evitarlo, fue la primera reacción que tuvo y ya no tenía vuelta atrás. Podría detenerse y regresar para aceptar sumisa el castigo que le quisieran imponer, pero algo en su pecho le impedía aceptar ese destino. Así como tampoco quería aceptar que estaba completamente sola, una vez más.

No conocía bien los corredores por los que transitaba, ni siquiera sabía por dónde estaba yendo. Se internó en escaleras que no sabía a dónde conducían y a veces se encontraba con salas que entre oscuridad, antigüedad y chatarra parecían un lugar tétrico y peligroso. Al subir hasta el tercer piso del edificio no pudo más del cansancio y se recargó contra una de las paredes, esperando normalizar su respiración agitada. Aún por el eco Spica podía escuchar, aunque de forma muy tenue, la voz de las personas que luchaban contra la basura que impedía el paso al edificio. Pudo distinguir que intentaban contactar por teléfono a la enfermera en caso de que ocurriera un accidente. Incluso le pareció oír que pensaban llamar a la policía. La joven palideció por completo, cada vez la situación iba de mal en peor.

Nunca había querido causarle problemas a nadie, nunca había querido ser carga y llenar de preocupaciones a otras personas. Sólo quería estar un momento a solas y sufrir en silencio ¿Acaso eso era algo malo? ¿Era muy egoísta de su parte pedir un momento a solas? Si no se sentía a gusto en el lugar en el que estaba ¿Por qué tenía que seguir estando allí? No podía entenderlo, como a duras penas podía entender las preguntas que se hacía ella misma. 

Por el cansancio y la desesperación, Spica se encontraba caminando por el tercer piso a paso lento, con la respiración entrecortada. Ingresó al único salón que había en ese lugar. Era igual de escalofriante que los demás, salvo que éste por ser más grande y más oscuro, se veía notablemente mucho peor. Algunas de sus ventanas tenían marcos de madera quebrados por el paso del tiempo, repletos de telarañas y polvo. Los objetos, incapaces de ser distinguidos por la oscuridad, se acumulaban de tal forma que lograban formar un laberinto estrecho, con poco espacio para que un adulto promedio pudiera entrar, pero como Spica que era pequeña y delgada no le fue problema adentrarse en lo profundo. 

Pensó que si lograba esconderse, podría prolongar su escape el tiempo suficiente como para que dejaran de buscarla, o para que al menos ella pudiera pensar bien qué excusa dar después de que la encontraran. No sabía qué haría después, pero no quería pensar en ello en ese momento. Quizás llamarían a sus tíos. Quizás la expulsarían del internado y sus tíos tendrían que matricularla en otro lugar. Quizás hasta terminarían involucrando a su prima Cristal, quién sabe. Tantas opciones funestas que no quería imaginar, al menos no mientras durara su amargura y el revoltijo que tenía en la cabeza desde antes que empezara la persecución.

El silencio reinaba en ese salón tan frío y oscuro. Realmente parecía otro mundo. Quizás era por eso que se sentía tan a gusto ahí, a pesar del miedo que le provocó a primera vista. Ni el paso de los vehículos de la avenida más cercana se podía oír desde esa sala. Incluso con las ventanas estando rotas, desde afuera sólo provenía un murmullo lejano de voces algo apagado por el ruido de las hojas de los árboles que se mecían con la brisa invernal. De improviso ese relajante silencio se vio interrumpido por un derrumbe. Spica, asustada, trató de cubrirse, arrojándose a una esquina en donde pudo protegerse bajo una mesa. Como había sucedido en los pasillos mientras corría, los objetos que habían quedado tras su paso se habían caído, bloqueando la ruta por la cual había entrado. La joven no sabía si alegrarse o preocuparse por ello. Ahora que estaba encerrada les sería más difícil a los demás encontrarla, pero de la misma forma, ella estaría encerrada hasta quién sabe qué hora o día. Si le daba hambre, frío, o quisiera ir al baño, estaría imposibilitada de hacerlo. Definitivamente, todo iba de mal en peor.

Spica se incorporó para luego sentarse abrazando sus propias rodillas aún debajo de la mesa. Su ropa estaba llena de polvo pero eso no le importaba. Estaba en graves problemas, pero por alguna extraña razón se sentía tranquila. Estaba en un lugar peligroso y sombrío, pero de alguna forma se sentía protegida ahí debajo de esa vieja mesa. Aunque tuviera muchas razones para hacerlo, no sentía deseos de llorar. Sólo quería estar ahí, escondida, ajena a todo, alejada de todos. La joven se quedó unos cuantos minutos ahí en silencio, como si estuviera reparando sus propias heridas entre la oscuridad, el aislamiento, y el paso del tiempo que seguía siendo indescifrable para ella. Cuando se sintió con un poco más de energía, alzó lentamente su rostro para pasear su mirada en el lugar que ahora era su refugio, para conocerlo y entretenerse un momento intentando adivinar el uso que tenían los objetos que reposaban ahí, inertes, sirviéndole de barricada. Salió de su escondite a gatas y caminó hacia un mueble con puertas de bisagras rotas. Apartando una de ellas con cuidado para mirar en su interior, encontró documentos viejos, algunas fotografías en blanco y negro, pedazos de vidrio roto, juguetes antiguos, y un par de aros.

Curiosa, tomó los documentos y los hojeó para saber qué eran. Pudo comprender que variaban entre exámenes antiguos, tablas de calificaciones, y algunas hojas de vida. A Spica le pareció divertido leer algunas anotaciones en esas hojas, fechadas 40 años atrás. "Alumna es reprendida por usar un uniforme poco adecuado para las normas de conducta de la institución. Además, el peinado que trae no corresponde a la imagen correspondiente al alumnado de..". Riendo suavemente, dejó a un lado la hoja mientras su atención era robada por las fotografías que se encontraban en otro compartimiento. Al notar que estaban cubiertas de pedazos de vidrio, exploró con su mirada hasta dar con un espejo interno del mueble, desquebrajado, con unos pocos fragmentos faltantes. No eran pedazos de vidrio, eran pedazos de espejo. Spica, ignorando por completo las fotografías, se quedó mirando fijamente su propio reflejo.

Sí... así es como se sentía en esos momentos... apagada, agotada, afligida. Su rostro parecía la representación viva de la agonía. Recordaba aquellos días en los que su hermana mayor le decía que nunca apagara su brillo, que una hija del Sol nunca extingue su llama. Pero cómo sonreír, cómo tener fe... Esperanzas... ¿Para qué? Si todo parecía venirse abajo. Ya no tenía seguridad de nada, del futuro, de ella misma. Se sentía tan insegura y tan deprimida, que su propio carácter la decepcionaba. Pero el reflejo no mentía. Así es como se veía. Así es como se encontraba: Triste, oscura, desmoronada, invertida...

...¿Invertida? 

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