La Estrella III - Carta Invertida

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Spica se acercó lo más posible al espejo en el fondo del mueble sin poder creer lo que veía. Como el tamaño del compartimiento interno era pequeño, trató de ladear su rostro para cambiar la perspectiva de lo que estaba observando. Había estado tan sumida en sus propios pensamientos, tan ahogada en su propia tristeza, que había sido capaz de percatarse de algo que parecía ser tan obvio de ver: Su reflejo estaba invertido. Pero eso era apenas principio de lo extraño. Su reflejo, además, tenía notorios cambios en su apariencia, haciendo que fuera realmente difícil imaginarse cómo es que no se hubo dado cuenta antes. La Spica del reflejo era una visión enteramente extraña, irreal. La rodeaban ocho estrellas apagadas; vestía una túnica en vez de su uniforme de escuela; y sostenía en sus manos, con la palma hacia arriba, una porción de tierra en la mano izquierda y una pocita de agua en la otra. Ambas eran alimentadas por las lágrimas de Spica, que eran de color oscuro. El agua se deslizaba desde las mejillas de la joven hasta sus manos haciendo un pequeño camino como si fueran dos pequeños riachuelos transitando por su cuerpo. El montón de tierra en su mano contenía además un pequeño brote que se veía casi muerto.

Spica tuvo que observar detenidamente la imagen para poder analizar bien sus detalles. Habiéndose deshecho de la confusión inicial, no le costó conectar puntos y darse cuenta de que su reflejo era una imagen semejante a la de la carta del tarot "La Estrella". No era exactamente igual, cierto, pero se mantenían ciertos símbolos que ella podía identificar. Pero ¿Qué significaba eso? Su mente trataba de procesar lo que estaba viendo, pero le costaba pensar adecuadamente en medio del estupor de su descubrimiento. Se acercaba al espejo, trataba de ladear su cabeza pero el reflejo se movía con ella. Se alejó entonces y trató de contemplar su figura de manera más completa posible. 

Que algo tan fantástico, tan fuera de lo común, estuviera ocurriendo en ese momento; avivó en su pecho un mínimo de esperanza de que la magia fuera real, que no hubiera soñado nada. De improviso, Spica sintió una presencia detrás suyo. Una figura discreta que se movió tras ella, en medio de la oscuridad. Giró asustada su rostro y trató de mirar a su alrededor. Deseando, quizás no tanto, que fuera una rata.

- S...será que... acá espantan...

Habló consigo misma en voz alta por si el ruido alejaba a los espíritus que hubiera en aquel viejo salón. A esas alturas no era capaz de poner en duda la existencia de entes paranormales como los fantasmas, siendo que su propio reflejo en ese momento ya era algo difícil de catalogar como normal.

En ese momento sintió como si una brisa helada hubiera recorrido su espalda. Cayó en cuenta de que quizás estaba apresurando conclusiones. No se lo había cuestionado hasta ese momento, pero ¿Cómo podía asegurarse de que lo que estaba viendo era real? Tal vez el estrés y el miedo la habían vuelto loca. Tal vez incluso podía estar soñando otra vez. Se abrazó a sí misma sintiendo una carga pesada prensando su pecho. La verdad era que no tenía garantía alguna de que su mente no estuviera jugando con ella.

- ¡Ama! ¡No! – Se escuchó a lo lejos una voz desesperada

La voz de Mr. Calavero fue apenas audible, pero Spica pudo reconocerla de inmediato. Era la voz de su mayordomo esqueleto. Estaba ahí, con ella. El raciocinio ya no podía sepultar su anhelo de volver a verlo, de confirmar que la magia era real y de que no se encontraba sola. Aunque fuera por un breve instante, apartaría con fuerza las dudas y el miedo. Sin importarle que quizás estuviera cediendo a su propia locura, quiso aferrarse a ese deseo de volver a ver a las personas que más amaba y buscó con la mirada a su alrededor una vez más.

- ¡Calavero! – Exclamó con fuerza la joven tratando de llamarlo

- ¡Ama!...

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