Cajas, cajas y más cajas...
— Terminé.
Recargándome agotada sobre el mostrador de recepción, observo a mi jefa apuntar algo sobre unos formatos.
Normalmente en el asilo teníamos trabajo, pero hoy... Dios, hoy era el día de explotación a Leah.
— Muy bien —Andrea, mi jefa, me mira con odio y aires de superioridad—. Me imagino que acomodaste todas las medicinas en sus estantes correspondientes.
Para estar en la treintena, debía aceptar que se mantenía, era una mujer guapa, ojos azules y cabello rubio, corto y lacio.
Alzo la cara desde mi posición y la miro confundida.
¿Acomodar?
— Se supone que eso lo haces tú —le respondo con el ceño fruncido.
Cada quien tenía su tarea aquí y esa no era mía. Mi tarea era cuidar de una determinada sección de personas, la cual siempre cumplía a la perfección más aparte de las tareas extras que mi jefa me encargaba.
— No me interesa —enojada, avienta las hojas sobre la recepción de granito y me mira ofendida—. Estoy comiendo, tendrás que hacerlo tú —voy a decirle algo, pero añade—: Se me hizo tarde con todo lo que hice hoy —¿Todo lo que hizo? ¡Pero si no ha hecho nada la cabrona! La palabra "floja" amenaza con salir por mí boca, pero la contengo con todas mis fuerzas. Suspiro tratando de ocultar mi malestar ante ella y no dejarla ver que me afecta, pero al parecer fallo pues alza las cejas y exclama—: ¡Soy tu jefa, Leah! ¡Tienes que hacer lo que yo digo!
Alzo las cejas, pensando en decirle de todo menos bonita, pero decido calmarme, achino los ojos, furiosa, y pongo la más falsa de mis sonrisas y con los dientes bien apretados mascullo finalmente:
— Bien, jefa, iré a hacer tus deberes —recalco el "tus" y dejándola con la boca abierta me marcho enojada de recepción y entro una vez más al sótano del edificio.
Trabajar en Johnson Hill, una clínica de adultos mayores que brindaba servicios de ayuda, fue un escape que apareció ante mí para separarme de mi familia, llevaba apenas tres meses viviendo en Nueva York y trabajando en el lugar. No planeaba pasar toda mi vida como empleada de este lugar, como notaba que muchos hacían aquí, yo tenía otras metas, pero era bueno para un inicio de vida laboral, además de que me permitía alejarme de mi familia y el peso que esta cargaba por el apellido.
Cierro la puerta con un azote demostrando lo enojada que estaba a quien quiera que estuviera cerca, es algo así como una pequeña revelación ante la dictadura de Andrea a discreción. El sótano esta oscuro, tétrico y silencioso. Puedo sentir el olor a humedad, el frío; cuando me muevo incomoda, la madera rechina bajo mi par de tenis color blanco haciendo todo más de terror, si es posible.
— Con lo que me gustan los sótanos... —digo para mí misma con miedo y enojo por lo injusta que es la vida conmigo últimamente.
Llevaba como tres días seguidos pasando mis días aquí, recibiendo las medicinas, los productos que usábamos, etc., y aunque uno creyera que te acostumbras, yo seguía odiando bajar a este frío y solitario lugar que parecía sacado de película de terror.
Me pongo a bajar finalmente en silencio por las escaleras y maldigo a Andrea unas cuantas veces en el camino, llego hasta el suelo y observo todo a mí alrededor y al no ver nada malo me tranquilizo y me pongo a lo mío. Para cuando finalmente termino de acomodar todo, ya es la hora de la comida y no hay empleados caminando de un lado a otro ni pacientes. Debo confesar que, como buena miedosa a la oscuridad, volteaba a cada rato para todos lados.
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Maldita tentación
RomanceLeah Gandhia, una joven enfermera, trabaja en un asilo de ancianos desde que se mudó a Nueva York en busca de una vida diferente a la que tenía en México, su padre y ella no tienen la mejor relación, y opta por ignorar los reproches de sus amigos y...