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El jueves en la mañana, despierto con una resaca tras la noche movida de ayer. Me doy una ducha con rica agua caliente, me pongo mi uniforme color lavanda y me doy a la cocina por una taza de café cargado y unas ricas galletas Oreo, mis favoritas. Salgo de la casa y tomo un autobús hasta el asilo, llego y dejo mis cosas en mi casillero para incorporarme a la rutina del día finalmente.

- Hola, Leah -me saluda Liam, un compañero del trabajo con una sonrisa.

- Hola, Liam -le digo amarrando mi cabello en una cola de caballo.

- ¿Qué tal el frío de hoy? -me pregunta riendo-. Hoy está fresco.

- Al salir de mi edificio no sentía las manos -le digo a modo de respuesta.

- Y espérate para Diciembre, Enero y Febrero. Lamento decirte que esto no hace más que empeorar.

- ¡Ni me digas! -exclamo con horror-. A este paso vendré con miles de suéteres encima, orejeras, gorro y guantes.

- Te faltaron los calentadores -comenta con guasa.

- Cierto. Los calentadores también son indispensables.

Sonrío en su dirección, me despido de él y camino hasta la recepción para ver que tal está el cronograma de mis pacientes. Saludo a algunos en mi paso, miro con alegría a otros señores que caminan por ahí y para cuando llego a la recepción, saludo a las chicas que siempre estaban detrás del mostrador: Melina y Karen, dos castañas muy alegres y amables.

Hoy lucían hermosas, la primera que era dueña de unos envidiables ojos verdes, usaba un hermoso vestido rojo que resaltaba su cuerpo y su piel blanca como la nieve. Karen tampoco se quedaba atrás, usaba un traje sastre gris que le hacía lucir elegante e imponente.

- Hola, chicas -les digo al llegar hasta el mostrador-. Me podrían dar los cronogramas del día.

- Claro, Leah -me responden al mismo tiempo.

Las observo mientras hacen lo suyo, y cuando Karen me entrega el tablero con las hojas, le agradezco y las coloco sobre el granito para comenzar a leerlos. Comienzo a revisar mis tareas y citas del día, cuando una molesta voz aparece en el aire alterando mi paz:

- Leah -alzo la mirada y veo a Andrea colocándose a mi lado-. Ayer llego una nueva. Te toca -me tiende un nuevo bonche de hojas y yo los tomo sin decirle nada o hacerle caras, hoy no tenía animo de pelear. Suficiente era mi resaca y batalla conmigo misma como para ahora ponerme a pelear con esta rubia-. Es el cuestionario de rutina. Ya sabes que hacer.

- Claro -le respondo dándole una leve sonrisa.

Tan sólo me mira sorprendida de mi amabilidad, pero no me dice nada, se marcha y yo suspiro aliviada de que no haya reclamado nada. Me despido de las chicas deseándoles linda jornada y camino hasta el elevador, comienzo a leer las hojas en lo que llega y cuando suena la típica campana, entro al elevador y óptimo el piso número 14. En el camino entran más personas, ellas también marcan sus pisos y yo sólo espero pacientemente, la maquina finalmente se detiene en el piso correspondiente, salgo despidiéndome de los que quedaban en el elevador y camino hasta llegar a la habitación marcada.

Leo el número 68 en la puerta y me detengo acomodando las hojas en mi brazo, toco la puerta despacio y al escuchar un "adelante", procedo a abrir. Entro con cuidado y despacio y poco a poco puedo ver el lugar iluminado, mis ojos se encuentran con una señora de unos ochenta y tantos años, ojos azules y cabello blanco, y sonrío al ver que ella hace lo mismo conmigo.

- Buenos días, señora... -abro la carpeta y leo -: Marlen.

- Buenos días -contesta con una sonrisa.

Maldita tentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora